Viajo a Roma. Y lo normal es que aproveche un resquicio para visitar alguna iglesia de las infinitas que desconozco. Y siempre hay algo que me sorprende: un cuadro, una escultura, un mosaico, la profusión barroca aunque sea en un espacio minúsculo, un detalle, pero, sobre todo, lo que más me atrae es la simplicidad y el buen gusto en algunas de ellas.
Confieso que lo que más admiro es la simplicidad y los espacios vacíos, así como el equilibrio asimétrico, que me elevan el corazón y me invitan a un estado contemplativo. Comprendo que en épocas pasadas la explosión de la abundancia, las luchas de dominación entre familias o Estados y el exceso de riquezas, propiciaban el lujo desbordante como expresión de poder, asociando el vacío con la pobreza, en todos sus rostros: material, psicológico, artístico…
Para algunas personas, rellenar todo el espacio, y con cuanta más riqueza mejor, les da seguridad y satisfacción, denotando en el fondo un miedo a lo desconocido, temor a la muerte o vértigo ante el oscuro pensamiento de ser olvidados, de ahí el ‘horror vacui’. Pero estamos de paso.
En bastantes de estas iglesias, desconocidas para mí, descubrí mausoleos, algunos magníficos, con las siglas D.O.M., abreviatura latina de ‘Deo Optimo Maximo’, es decir, “A Dios, el mejor, el más grande”, pero si uno se fija bien en los bustos, las esculturas, los escudos, la parafernalia y toda la complejidad de la inscripción sepulcral, desde el pensamiento actual, no me es fácil creérmelo.
Mecanismos de poder
Hoy, desconozco qué tenían en mente los antiguos; esta exuberancia no se corresponde con un acto de piedad o reverencia a Dios, sino a mecanismos psicológicos de poder. Quizá deberíamos tener más en cuenta las lápidas funerarias de los últimos papas, que son claro ejemplo de lo que quiero explicar. Solo está inscrito su nombre, ni siquiera el del bautismo, ni el apellido de su familia, ni una frase de su pensamiento, ni un pequeño adorno, ni la famosa abreviatura latina D.O.M. Nada. Aquí sí se refleja a la perfección que Dios es el único necesario. Y esto me mueve a la veneración.
Pienso que el deseo desordenado –y narcisista– que podemos tener de ser recordados o de pasar a la historia no está en consonancia con la creencia en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Y somos tan ingenuos que no nos damos cuenta de que en pocos lustros nadie se acordará de nosotros, si no nos empeñamos en terminar antes con este planeta azul. Lo único que permanece es el Amor. ¡Ánimo y adelante!
+ Antonio Gómez Cantero
Publicado en la revista Vida Nueva