Lecturas: Gén 14, 18-20: Ofreció pan y vino. Sal 109. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. 1 Cor 11, 23-26. Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor. Lc 9, 11b-17: Comieron todos y se saciaron.
En la primera lectura encontramos al misterioso personaje de Melquisedec. Significa rey justo y de paz. La liturgia nos lo presenta en un escenario de acogida. Ofrece el pan y el vino de la hospitalidad a Abrahán y le bendice de parte del Dios Altísimo, reconocido como creador. Un gesto solidario que alimenta a un grupo de hombres que se dirigen a la batalla. El doble matiz del sacrificio o de acción de gracias encuentran en esta escena su perfecta ubicación. Las palabras de Melquisedec y el gesto generoso, ofrecen sobre Abrahán una nueva luz. Jesús al utilizar el pan y el vino en la última cena, como símbolos de su entrega pascual, se aleja del sacerdocio oficial de Jerusalén y ejerce su propio sacerdocio como “rey justo y de paz”. Así nos lo recuerda el precioso Salmo que la Iglesia nos regala hoy. No ignora Pablo las fracturas que se plasmaban en el ámbito eucarístico de la comunidad de Corinto. Los más poderosos y ricos humillaban y despreciaban a los más pobres. Pablo no duda en corregir semejante injusticia y recuerda para ello la tradición de la Cena del Señor. Se condena al igual que en la tradición profética, el culto hipócrita que no se adorna con los atributos de la caridad y de la justicia (Amos 5,21-25; Isaías 1,10-20).
La respuesta de Jesús en el Evangelio, desborda todo gesto de corrección política. Los discípulos no pueden desentenderse de la comunidad hambrienta. Toda huida del compromiso con los que sufren y desesperan en el cuerpo y en el alma es un alejamiento de Jesús. Ampararnos en las limitaciones y en las dificultades del momento para evitar la necesaria cadena de solidaridad, son sólo vanas excusas que buscan encarcelar el Espíritu que Dios no deja de regalarnos. Nos regalan el pan del cielo, pero ¿cómo comerlo si nos negamos a compartir el pan que brota desde las raíces de la tierra y de las manos que vigilan atentas su crecimiento? Los milagros no surgen de las ocurrencias económicas y de los despachos de acreditados expertos. Los milagros brotan de la fe y del amor. Este día es una maravillosa lección frente a aquellas otras multiplicaciones del trigo que inertes y frustradas son negadas a los seres humanos. Aprendamos a mirar a Dios como lo miró Jesús…y todo aquello que hace bien a los hombres se multiplicará.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario