
Ríos de tinta han corrido ya sobre el último disco de Rosalía, es imposible sustraerse a su impacto y a su música. Algunos la tenemos ya como un gusano auditivo machacándonos desde nuestro subconsciente. En este mundo contemporáneo nuestro, saturado de tantos estímulos, la música ha vuelto a cumplir con su deber de dar un respiro al alma.
Podemos afirmar que Rosalía no ha inventado nada nuevo. La fuerza atractiva de su disco es la belleza reventando nuestra cabeza después de tanta fealdad. Llevamos décadas en las que las artes plásticas han abandonado la búsqueda de la belleza, igual que la Filosofía ha abandonado la búsqueda de la verdad. Quizá sin darse cuenta Rosalía nos hace cuestionarnos una vez más: ¿por qué la belleza nos conmueve hasta la raíz del corazón?
La sed de belleza es un eco de la auténtica sed que consume inexorablemente al ser humano del siglo XXI, la sed de Dios. Los acordes de Rosalía oscilando entre lo tradicional y lo contemporáneo han despertado esa inquietud, reflejando el anhelo de lo divino.
Espiritualidad, orden, verdad, amor y belleza van de la mano. Pero la comprensión de la belleza va más allá de lo decorativo. El pensamiento cristiano ha visto siempre en ella un reflejo de la verdad y la bondad del creador. La sensibilidad humana siente que en su corazón está Dios. Por ello, cuando el arte propicia esta búsqueda se convierte en un puente hacia lo trascendente.
Hay una verdad profunda del ser humano que reclama aquella aspiración que durante mucho tiempo le ha sido arrebatada. Es imposible tener una visión correcta de la realidad humana si sustraemos su aspecto espiritual. Hacerlo es dejarnos incompletos. La armonía de la música nos ofrece una experiencia espiritual en la que la sed de belleza se transforme en oración. En definitiva, abrir el corazón a la belleza es abrirnos a la fuente de toda hermosura: Dios mismo.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera

