Ha sido portada en estos días unas declaraciones del cantante Alejandro Sanz mostrándose más vulnerable que nunca: “Estoy triste y cansado. A veces, no quiero ni estar”. Y es sólo el reflejo de una sociedad sin aliento. Siempre estamos cansados. Si escuchas a los “expertos” de Ana Rosa, te van a decir que es astenia primaveral (u otoñal). Con esa razón pseudo psicológica ya nos hemos quitado de un plumazo dos estaciones. En invierno los días son muy cortos, hace frio y mejor quedarse en el brasero. En verano con la “caloh”, al sofá y al aire acondicionado. Me gustaría a mí saber qué días del año son los propicios para derramar vida, entusiasmo, motivación y tener ganas de “descubrir América”.
Es cierto que no se puede estar siempre a mil, con las pilas cargadas y motivado para todo. Pero, en ocasiones, la pereza se convierte en una actitud vital. Muchas veces disfrazamos la abulia con lo cansados que estamos por la sobrecarga y el agobio de la vida. Somos, a veces, tan convincentes que nos lo llegamos a creer nosotros mismos.
Dicen los sociólogos que este agotamiento proviene de una sociedad en la que se nos obliga a ejercer múltiples roles: somos madres, esposas, trabajadoras, miembros de la asociación de padres, catequistas, deportistas… tener que encajar todo y a la vez produce esa sensación vital de hacer todo y mal. Pero no explican por qué hay adolescentes cansados, jubilados desganados o jóvenes adultos que les cuesta tirar de la vida.
Mi olfato me dice que hay una razón más profunda y espiritual y tiene que ver con el sentido de la vida y nuestra relación con Dios. En Pentecostés decimos que recibimos el Espíritu Santo. Un Espíritu que es aliento, presencia, que nos empuja, impulsa y sostiene. Y, en esta sociedad, tendremos que pedirle, de una manera más especial, que nos ayude a sentirle, a confiar en Él y a dejar que ilumine nuestros días. Sin Él será difícil encontrar esas fuerzas que la vida, poco a poco, nos va arrebatando.
Señor, a veces, no siento tu aliento, tu presencia, tu impulso. Son esos días en los que las cosas se tuercen, en los que no encuentro motivos para seguir y me siento menos vivo y apagado. Pero, al final, TÚ siempre estás. Y donde menos lo espero se enciende una luz y todo parece cobrar sentido. Estás en esa palabra de ánimo, en esa broma, en esa llamada, en un gesto casi imperceptible. ESTÁS, CREES EN MÍ, ME ESPERAS y cuando eso sucede ya no hay un YO, sino un NOSOTROS capaces de superar la tan temida astenia primaveral.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
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