En primer lugar, quiero dar las gracias a FOCOAL, por este honor inmerecido que me habéis hecho. Saludo al elenco de autoridades que antes se han mencionado. Gracias a todos los que habéis venido a este acto.
Creo que las fotografías son las impresiones del alma.
Mi primera fotografía (en la que yo salgo, se entiende) es del año 1957, tenía un año. Entonces era rubio, con el pelo rizado, luego castaño y luego… (¡Dios mío, con el tiempo como se estropean los cuerpos!). Sobre la foto, escrito a pluma, con una caligrafía excelente: “Con todo mi cariño a mis tíos María y Mariano, Toñuco”. No puedo olvidar que nací en Cantabria, y mi madre que, como comprenderéis era la que escribía, no yo, se le pegó el acento montañesuco, aunque vivió allí de paso. Así me llamaba la familia de mi padre.
Y la foto de la escuela pública, con un grato recuerdo de mi maestra Doña Amalia. Allá en el año 1962, mirando al frente, haciendo que escribía, la bola del mundo a un lado, y creo que un crucifijo al otro. Tras de mí un mapa político de España. Era una foto de las coloreadas… aún no habíamos descubierto las fotos en color.
El 1964 la foto de la primera comunión, en mi pequeña ciudad de Carrión de los Condes, había solo un fotógrafo, oficio que se pasaron de padres a hijos. Eduardo Grande, que más tarde sus hijos firmaban, aquellos buenos retratos como “Grand”, eludiendo la última “e” y aparentando más moderno y francés. No es casual que por la puerta de su estudio pase el Camino de Santiago francés. Esa familia tiene los daguerrotipos de toda la historia del siglo XX de Carrión: bodas, comuniones, fiestas familiares, ordenaciones sacerdotales, fiestas patronales, procesiones, crecidas del rio, los carnavales, incendios en los campos de trigo, los primeros accidentes en automóviles y acontecimientos de cualquier tipo. Guardo una foto del año 1959, de los carnavales. Un tío mío y sus amigos disfrazados de chachas con sus novios, y a mí, me llevaban en un cochecito de niños, disfrazado, a mis tres años de Francisco Franco. Nos corrió la guardia civil por todo el pueblo. Cada vez que veo la foto me cuentan la hazaña, pues estaban prohibidos los carnavales.
Luego las fotos del colegio. Justamente hace tres días, un amigo, más joven que yo, Juanjo, me envió una foto, que han colgado en internet, de cuando hice primero de bachiller, por libre, en el colegio de los hermanos maristas, era el año 1965. Colocados en cuatro filas, poníamos dos bancos detrás y el hermano Julio a nuestro lado. Cuántas historias se reflejaban en cada rostro. Cuánta vida por vivir. Me niego a ver las fotos aquellas, también las del seminario menor, como las presenta la película del Club de los Poetas Muertos. No son solo el pasado, ni la flor marchita que no volverá… son impresiones del alma.
Cuando con 18 años llegué al Seminario Mayor. En septiembre del 74 éramos 64 seminaristas. Entre todos nos repartíamos los oficios. Yo, con algún compañero mayor comencé a frecuentar el laboratorio de fotografía. Y aprendí a revelar los carretes. Al principio quemaba la imagen, porque me pasaba de ácido o de tiempo. Lo peor es cuando se te olvidaba cerrar la puerta con tranco y alguien entraba a buscarme. Todo a la papelera.
Mi primera máquina de fotos la compré en Roma en el año 1974, en una excursión de fin de curso del Seminario. Era una Kodak. Tenía un carrete muy especial de 12 y 24 fotografías a color. Cuando los revelaban las fotos eran cuadradas y al lado te impresionaban la misma foto cuatro veces en pequeño.
Siempre me ha gustado fotografiar la naturaleza y la pequeñez, descubrir las cosas desapercibidas. Una margarita saliendo de una grieta en el asfalto, dos chimeneas, una tela de araña, el chorro de una fuente, un nido de avispas colgado como un capullo de barro de un haya, pequeñas flores aumentadas, dos cantos rodados en el agua, la mirada de los animales, unas motos contra una pared con un crucifijo en Roma, fotógrafos como cazadores cazados… todo son fogonazos de la memoria. Y la luz y las sombras son el alma de la imagen.
Me gusta la fotografía. Aquí he descubierto a Pérez Siquier y su magna exposición en el Museo Casa Ibáñez, en Olula del Río, que he visitado varias veces. Disfruto tanto con la fotografía en B/N como con la de color. Aunque con los móviles hoy se pueden hacer maravillas, a alguna la reconvierto en B/N. Me fija más la mirada.
También me gusta la fotografía que clama justicia por cualquier causa. Las guerras y los desastres, lamentablemente tan de moda ahora, en una imagen nos movilizan más el corazón que mil discursos de los entendidos. Hay fotos verdaderamente mágicas.
Esta Semana Santa pasada no pude hacer más que una foto: los pies descalzos y los faroles de la Hermandad del Perdón, en una perspectiva caballera, buscando el punto de fuga. La imagen está llena de unción, de pasión y se siente el silencio. Pienso que los pequeños detalles son la fuerza de la mirada.
Cuando leo en la Biblia, en la Carta de los Hebreos 1,3, que “Jesucristo es el reflejo de la gloria de Dios y la impronta de su ser”, perdonadme la herejía, pero no puedo dejar de pensar en una fotografía.
Muchas gracias.
+ Antonio Gómez Cantero, Obispo de Almería