
La fiesta de san José es un momento más que apropiado para abordar un tema que creo que es necesario tratar. La Iglesia no está exenta del problema de la masculinidad desdibujada. La polarización de la sociedad hace que con frecuencia se muestre un único modelo de masculinidad basado en la autoridad, el liderazgo y la provisión. Sin dejar esto atrás, a los principios básicos debemos añadir los valores del evangelio. Nuestra sociedad continuamente está cambiando los roles de género, lo que hace que la Iglesia deba asumir el papel de formar hombres que viviendo el discipulado de Cristo no caigan en una actitud dominante o, en el otro extremo, de huida de la responsabilidad.
Este papel de la Iglesia se hace especialmente necesario cuando comprobamos que existe una verdadera crisis de identidad en los hombres que los lleva a no querer implicarse en grandes empresas. Recordar a los hombres lo que deben ser y animarlos a un auténtico liderazgo marcado por la capacidad de amar, servir y guiar con humildad es una tarea hermosa y que producirá grandes frutos de paternidad espiritual, vocaciones sacerdotales, y familiar. Aunque el modelo de hombre cristiano es Jesús, no podemos olvidar que él fue educado en el seno de una familia donde el cabeza era José. Las pocas escenas del evangelio en las que José es protagonista nos dan a entender la calidad de aquel hombre que hizo las veces de Padre del Hijo de Dios. Jesús, como todos nosotros, reprodujo en su predicación y su entrega aquello que había aprendido de sus padres en el hogar de Nazaret.
Cuando aplicamos los principios evangélicos a la versión cristiana de la masculinidad descubrimos valores importantísimos como la paternidad responsable, que implica guiar, educar y mostrar disponibilidad emocional. La igualdad con la mujer en una relación de mutuo respeto y apoyo. La valentía para defender, sin agresividad, la verdad y la justicia, que se traduce en la honestidad que nos conduce a vivir íntegramente. Estos valores nos ayudan a huir de la caricatura de masculinidad que nuestra sociedad intenta imponer, cualquier extremo es peligroso en este sentido, pudiendo resultar ridículo cuando, quizá por algún error, dejamos al descubierto que solo estamos interpretando un papel. No olvidemos que nuestra verdadera identidad la conoce Dios y él no deja de llamarnos a desempeñar el papel de nuestra vida en en la Iglesia y la sociedad con amor y responsabilidad.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera