En las películas, en la publicidad de San Valentín o en las citas de First Dates se nos presenta el AMOR ROMÁNTICO como el único posible. Idealizamos el amor. Cuando unos enamorados se encuentran, deben sonar los violines de fondo, un ejército de mariposas revolotea por los estómagos y las parejas se sorprenden con cientos de detalles cada día. Esto suele suceder en los dos primeros años de la relación. Para ser más exactos, los expertos marcan los 28 meses como ese tiempo máximo en el que la oxitocina deja de hacer estragos.
Transcurrido ese lapso de tiempo, el corazón deja de saltar cuando suena el teléfono, y las mariposas han emigrado a Canadá. ¿Fin del amor? ¡Ni pensarlo! Desgraciadamente, muchas jóvenes parejas en nuestros días confundieron ese fin de la pasión con el ocaso del amor. Y este “bajón” no lo circunscribo sólo a la pasión amorosa. Sucede también en la vocación sacerdotal o religiosa cuando se topan con la cruda realidad, en la pandilla de amigos en “exaltación de la amistad” o con el grupo parroquial que parece que ha encontrado a Dios de repente.
Pero si permanecemos fieles, si somos capaces de esperar con serenidad, si no nos dejamos engatusar por los cantos de sirena, nacerá otro amor. Le han llamado AMOR COMPAÑERO. Es en este momento en el que comenzamos a aceptarnos uno al otro con sus fallos y defectos. Si hacemos esa transición con madurez, gratitud, evitando las idealizaciones del otro, nacerá un nuevo compromiso más sólido. Hay otro amor lejos de Cupido, que sabe más a autenticidad y a compromiso de por vida.
Es cierto que en el inicio debe darse ese fogonazo. Habrá que volver de vez en cuando a rememorar esa “experiencia fundante”, ese amor primero. San Ignacio de Loyola le llama el “principio y fundamento”. No podríamos emprender esa aventura sin haber experimentado ese momento de luz y pasión. La iglesia nos presenta a comienzos de la Cuaresma a Santiago, Pedro y Juan en el Tabor con el Maestro. Ellos pensaron que era el final del camino: “Hagamos tres tiendas”, pero era solo el principio. Faltaba mucho camino por recorrer hasta el Calvario. Pero esa experiencia y ese horizonte les daría fuerzas para todo el Via Crucis personal y comunitario que tendrían que vivir.
En nuestro camino de fe sucede algo similar. Cuando nos llegue la sequedad, los callejones sin salida, cuando la rutina nos vaya carcomiendo por dentro, recordemos que un día también nosotros subimos al Tabor. Cuando en nuestras relaciones se seque la savia, nos llegue la tibieza, recordemos que un dia pronunciamos estas palabras: “Te quiero, cuenta conmigo”, “Me amas, cuento contigo”.
Frente a un mundo que reduce el amor y la fe a sentimiento, recordemos que el Amor es salir de uno mismo, poner a Dios en el centro y caminar juntos hasta el final con las rodillas doloridas.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
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