Palabras del Arzobispo
Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, concedida por la Santa Sede a la Iglesia en España hace ya casi cuatro decenios a petición de la Conferencia Episcopal, gracias al empeño de aquel santo obispo que fue don José María García Lahiguera, primero obispo auxiliar de Madrid y luego arzobispo de Valencia. Siendo cierto que todos los cristianos en virtud de nuestro bautismo participamos del sacerdocio de Jesucristo, de su condición de profeta y de su dignidad real, no es menos cierto que el Señor ha querido compartir de una manera especial su sacerdocio con los ministros ordenados, llamados por Jesús para que estén con Él y enviarlos a predicar.
Siendo cierto que todos los cristianos estamos llamados a la santidad, lo están mucho más nuestros sacerdotes. La santidad de los sacerdotes ha sido siempre un tema mayor en la vida de la Iglesia. Lo es especialmente en esta hora. Ante la postración moral y la ignorancia religiosa de amplias capas de la población de su tiempo, san Juan de Ávila, patrono de los sacerdotes españoles, no ve otra solución que trabajar por la reforma del clero y la santidad de los sacerdotes.
El Concilio Vaticano II subrayó la importancia de la santidad personal de los sacerdotes al decirnos que si bien es cierto que Dios puede hacer su obra en las almas aún por medio de ministros indignos, de modo ordinario, “prefiere mostrar sus maravillas por obra de quienes, más dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y la santidad de su vida, pueden decir con el Apóstol ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla