
Conocí a Pepe González hace ya mucho tiempo, en una comunidad cristiana que iniciaba su andadura en la Parroquia de Regina Mundi, y ya desde entonces destacaba la presencia de este hombre, después gran amigo, por su humildad, su prudencia, su entrega y su generosidad.
Desde muy pronto, Pepe había aprendido que el seguir a Jesús no era ni una religión, ni la concatenación de unos ritos, ni la búsqueda de la mera tranquilidad de conciencia; para él, el seguimiento de Jesús pronto significó el estar siempre disponible, el no tener como suyo ni el dinero, ni el tiempo ni la comodidad, si todo eso era necesario para saciar la necesidad de otros o conseguir su felicidad. Había aprendido, y así lo constatamos sus amigos, que ser cristiano consiste básicamente en ser profundamente humano. ¡Y cuántos ejemplos de humanidad nos dio Pepe a todos!
Profesionalmente trabajó casi toda su vida en el Colegio de Arquitectos, como Jefe de Administración y Secretaría del mismo, y al Colegio le dedicó su tiempo, a veces más de la cuenta, en detrimento de su familia, y a él le ofreció sus afanes y sus ilusiones. Era el alma mater del mismo, el hilo conductor que posibilitaba el traspaso de poderes tranquilo y apacible entre unos Decanos y otros, porque él trabajó con la misma lealtad y la misma honradez para unos y para otros. ¡Cuántas pruebas de abnegación y de honradez en la entrega de este gran hombre! Hoy que tantos buscan el dinero como una tabla de salvación para sus vidas, Pepe era el hombre más honrado que he conocido, y de ello pueden dar fe todos los arquitectos que le conocieron, que fueron muchos, porque tenía muy claro que el que no es limpio en el dinero no es limpio en la vida. Jubilado antes de tiempo, en contra de su voluntad, un trabajador como él no podía permanecer ocioso, y un día se presentó en el INEM ofreciéndose a trabajar, gratuitamente, puesto que ya tenía su pensión, en beneficio de los demás. Aquello sorprendió y dejó admirados a cuantos le escuchaban.
Ya jubilado, entró a formar parte de los Equipos de Nuestra Señora, movimiento de matrimonios cristianos, y allí conoció al Consiliario, Fernando Cañavate, capellán de la cárcel, y a través de él entró a colaborar en la Prisión de Granada, apoyando a los internos en cuanto necesitaban: consejo, gestiones, diálogo, enseñanza, dinero…y, sobre todo, consuelo y esperanza. Algún preso llegó a decirle que si hubiera tenido un padre como él nunca habría entrado en la cárcel. Allí, en prisión, al servicio de los más necesitados de la sociedad, entregó la parte de vida que aún le quedaba. Un año antes de morir le pidió a Fernando Cañavate dejar de visitar los módulos más fáciles, los llamados » de respeto» para entrar en aquellos otros más conflictivos donde sus componentes más atención requieren. Ese ejemplo de bondad lo continúan en su propia vida su viuda, Amalita, una mujer encantadora y adorable; y sus hijos, modelo de bondad y de entrega profesional y humana: José, Belén y María Jesús. ¡Que Dios os bendiga!
Un hombre íntegro nos ha dejado, un ejemplo de honestidad en un mundo cargado de corrupción e intereses se nos ha ido, una bandera de entrega a los débiles en un mundo donde sólo cuentan los poderosos se ha plegado, un cristiano seguidor del Evangelio que sabía que nada de lo suyo le pertenecía como propiedad privativa se ha ido hacia la morada del Padre. De él nos quedan sus obras, su ejemplo, su generosidad y su hombría de bien. Su amistad nos ha hecho mejores, y su recuerdo nos estimula y nos lanza al compromiso. Descansa ya amigo Pepe, tu legado y tus ideales intentaremos mantenerlos, a toda costa, en un mundo donde sopla un viento agitado que nada tiene que ver con ellos.
Juan Santaella López