La Laguna hizo honró una vez más, a ‘su Cristo’. El Obispo presidió la Eucaristía, y monseñor Berzosa realizó una bella reflexión catequética partiendo de la imagen del Cristo lagunero.
El pasado viernes, 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz, se celebró el Día Grande de las Fiestas en honor al Santísimo Cristo de La Laguna. A las 11:00 horas, llegaba a la soleada plaza de la Concepción, la procesión cívico militar en la que se trasladó el Pendón Real, desde las Casas Consistoriales hasta la Sede Catedralicia. Cabe señalar que este año la representación oficial de S. M. Don Juan Carlos I, Rey de España, recayó en el presidente del parlamento de Canarias, Antonio Castro Cordobés.
Posteriormente, en un templo totalmente abarrotado de fieles, comenzaba la celebración eucarística presidida por el Obispo nivariense, Bernardo Álvarez. Tras la misma la imagen, rodeada de numerosos devotos, retornó a su santuario.
La homilía de la Eucaristía corrió a cargo del Obispo de Ciudad Rodrigo, Raúl Berzosa, quien comenzó su homilía felicitando a los diocesanos por la buena acogida recibida. El prelado, natural de Aranda de Duero, expresó sentirse estos días como en casa. El orador desarrolló su intervención en torno a dos preguntas centradas en la imagen: ¿Quién es éste y qué hemos de hacer hasta la próxima su próxima fiesta?
Monseñor Berzosa se respondió afirmando que este Cristo es el nuevo Adán; está en la imagen muerto y resucitado; es el Sacramento del Padre para la salvación; la cabeza, esposo y el cuerpo de la Iglesia. En su intervención, fue realizando una catequesis tomando como punto de partida la imagen del Cristo moreno. Una talla a la que el prelado no dejó de ‘piropear’. «La imagen del Cristo de La Laguna no es una imagen más, es la imagen. Su belleza inusitada me ha sorprendido». Con alguna excepción «no he visto un cuerpo tan perfecto como este»-indicó. Berzosa continuó su homilía deteniéndose en diferentes rasgos de la anatomía de la imagen, de los cuales sacó diversas reflexiones teológicas. «En esta imagen de Cristo vemos signos de la resurrección. Aunque aparentemente está muerto en la cruz, yo diría que está vivo. Tiene los ojos abiertos, las manos aferradas a los clavos, como si agarrara todo el dolor de la humanidad, los pies como si caminara, etc.»
El prelado de Ciudad Rodrigo añadió que la figura del Cristo lagunero, al mostrarse curvada, pretende simbolizar el puente que une a Dios y a los hombres. «Si nos fijamos en su pelo vemos que se trata de pelo de judío, sin embargo, la anatomía del cuerpo es universal porque Cristo es Sacramento Universal de Salvación. Si observamos el paño de pureza, vemos como está cubierto de sangre. La pureza es precisamente la sangre de Cristo que nos limpia nuestro pecado postizo». Por otro lado, monseñor Berzosa señaló que también en el Cristo vemos la imagen de la Iglesia. «Del costado sale el agua del Bautismo y la sangre de la Eucaristía. De Cristo nace la Iglesia. Y, su vientre, es como el de un útero materno. Es enorme. En él cabemos todos.» Finalmente, Berzosa se refirió a las alargadas piernas del Cristo. «Simbolizan el envío al que nos invita Dios. Una llamada a la misión. Recordemos que ante estos pies rezó, por ejemplo, el beato lagunero José de Anchieta».
En otro momento de la homilía indicó que en esta época de crisis, conviene rescatar las preguntas que hacían San Ambrosio y otros padres. «¿Dónde está el vestido del que va desnudo? En tu armario. ¿Dónde está la comida del que pasa hambre? En tu nevera ¿Dónde está el dinero de los que no pueden pagar el agua y la luz? En tu cartilla del banco». En este sentido recordó que en tiempos de crisis no basta con dar de lo que sobra, sino que incluso hay que dar de aquello que necesitamos para vivir». Por eso pidió, haciendo un relato, unidad y comunión para afrontar la crisis económica, antropológica y social.
Por último, Berzosa acabó su intervención con la siguiente poesía de Gabriela Mistral, la cual invitó al rector del Santuario del Cristo, Carlos González Quintero, a ponerla en algún lugar apropiado del templo:
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y sólo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta. Amén