Carta Pastoral con motivo de la Beatificación de Fray Leopoldo

El Arzobispo de Granada, D. Javier Martínez, ha escrito una Carta Pastoral con motivo de la Beatificación de Fray Leopoldo de Alpandeire, que tendrá lugar el próximo domingo en la Base Aérea de Armilla, de la que ofrecemos un resumen.

En la Carta Pastoral, Mons. Javier Martínez esboza la figura de Fray Leopoldo y reflexiona sobre el impacto que el fraile capuchino suscita en él. “A pesar de que hay testimonios de que su temperamento natural era fuerte y acaso hasta violento, su rostro respiraba paz, y sus ojos, esos ojos que han llamado la atención de tanta gente, eran ciertamente una fuente de paz, clara y limpia. Cuando le ensalzan a él, o le tienen por santo dice: ‘Cómo se ve que no me conoce. Soy un pecador’. Si le insultaban, en cambio, daba las gracias y decía: ‘Qué bien me conoces’”, recuerda el Arzobispo sobre Fray Leopoldo.

Mons. Javier Martínez también se refiere a la espiritualidad del fraile capuchino: “Su oración sencilla tenía una intensidad especial. Quienes le han visto orar, ante la Eucaristía (su primer destino, cuando salía de limosnero por Granada, era una iglesia donde estaba expuesto el Santísimo, donde se paraba a hacer un rato de oración), o ante la imagen de la Virgen, lo recuerdan como una gracia. Un día, un hermano que vino a su pobre habitación le sorprendió llorando ante el crucifijo. ‘Estoy pensando en lo mucho que sufrió el Señor por mis pecados’. El Rosario y sus famosas tres Avemarías eran como sus armas: con ellas aliviaba penas y enfermedades, con ellas agradecía las limosnas recibidas, con ellas acercaba a las personas a Dios”.

Además, el Arzobispo de Granada reflexiona sobre el testimonio cristiano: “A esa misma conclusión, a la necesidad de un testimonio vivo y esencial de la humanidad preciosa que brota de acoger a Cristo tal como lo proclama la Iglesia, me llevan también otras reflexiones, que parten de otros ángulos. Una tentación muy fácil, por ejemplo, en la consideración de los santos, un modo de evitar mirar de frente lo que significa la persona de Fray Leopoldo, o lo que significa en general un testimonio de Cristo que se pone ante nuestros ojos, es atribuir lo llamativo de sus vidas a las ‘cualidades’, ya sea a los rasgos psicológicos o temperamentales del sujeto que da el testimonio, o a los frutos de un esfuerzo sobrehumano, titánico, que le hizo llegar a tener esas ‘cualidades’ extraordinarias. En los dos casos, la santidad aparece como una obra humana, y las virtudes se entienden como ‘cualidades’ o como fruto del esfuerzo voluntarista del hombre. Así se entiende muchas veces la santidad, y en general la vida cristiana, en muchos ambientes nuestros. No es así como se han entendido la santidad o las virtudes en la tradición de la Iglesia, pero tampoco es extraño que nosotros las entendamos de esta manera, viviendo como vivimos en un mundo que vive de la herencia de la Ilustración, en el que el primer dogma es que el hombre se hace a sí mismo, se construye su propia plenitud”.

“Se cumple una vez más la palabra del Evangelio: ‘El que quiera salvar su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará’ (Mt 16, 25). Se cumple en el mundo, en efecto, y se cumple en Fray Leopoldo. El contraste entre los programas del mundo con las categorías y los criterios de Fray Leopoldo no puede ser más radical. Pero Fray Leopoldo no es una utopía, es un ser de carne y hueso”. En este sentido, Mons. Martínez se pregunta: “¿Qué sucedería si muchos de nosotros, con la ayuda del Señor, nos pusiéramos simplemente a su escuela, y le pidiéramos que el amor a Dios y a los hombres llenara nuestras vidas, y que nuestro ideal, en vez de ser el conseguir qué sé yo qué, fuese el hacer de nuestras vidas, como Cristo nos recuerda cada día en la Eucaristía, un don ‘entregado por vosotros’, un regalo para ‘vosotros y para todos los hombres’?”.

“Somos idólatras, en muchos sentidos, o politeístas. Me refiero a los cristianos, ante todo, pero, por supuesto, también y más a quienes no lo son. Damos culto a la salud, por ejemplo, y al bienestar, y al dinero que nos permite el bienestar. Damos culto al estado, del que esperamos demasiado. Damos culto al cuerpo, aunque lo maltratamos continuamente. Y hay quien da culto al trabajo, y a otras cosas. Por supuesto, todas esas cosas son bienes, aunque es evidente que no pueden darnos la felicidad que les pedimos. Pero no son el Bien definitivo, no son el Bien absoluto. El Bien absoluto, aquél Bien sin el cual nuestras vidas se pierden, es sólo Dios. Pero como nosotros damos culto a todas esas cosas, no nos es difícil acudir a Dios o a Jesucristo, a la Virgen o a los santos, buscando esas cosas más que a Dios, y haciendo a Dios y a los santos, en cierto modo, un instrumento para conseguir esos otros bienes, que son en realidad los que nos importan, acaso más que Dios, y condicionando nuestra relación con Dios a que Dios responda a esos intereses nuestros. Esto no es expresión de la fe cristiana, sino de una mentalidad pagana. Es hacer un uso utilitarista de la religión, que fácilmente se vuelve contra ella y la daña. De hecho, nada daña tanto la relación con Dios como el subordinarla a intereses humanos, por muy nobles y justos que sean”.

Agradecimientos
En la Carta Pastoral, el Arzobispo también agradece a la Orden Capuchina, a los voluntarios, a la Iglesia de Granada –laicos, consagrados, religiosos y sacerdotes-, a todas las Administraciones públicas, a las diversas fuerzas del orden público, al Ministerio de Defensa, a los mandos de las Fuerzas Aéreas y al Arzobispo Castrense, D. Juan del Río, su colaboración y aportación en esta ceremonia de Beatificación.

De un modo especial, Mons. Javier Martínez agradece al Papa Benedicto XVI haber oído “las súplicas del pueblo de Dios” y haber querido “incluir al Venerable Fray Leopoldo de Alpandeire en el número de los Beatos”.

“Quiero testimoniarle –en nombre mío propio y en el de la Iglesia de Granada-, mi fidelidad y mi afecto, así como mi gratitud por su ministerio libre, abnegado y fiel, a la Iglesia de Jesucristo extendida por todo el mundo”.

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