Artículo con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Unas semanas después de celebrar el Bautismo del Señor y ver a Jesús poniéndose en la cola -“como uno de tantos”-, su experiencia me permite sentir con él y renovar mi deseo de ser, en medio del mundo, “una de tantos”. Vivir la secularidad consagrada supone, ante todo, estar enraizada en la espiritualidad y el ser de todos los cristianos, que, bautizados por el agua y el Espíritu, son portadores de un bien mayor: somos “hijos e hijas amados”, “predilectos”, llamados a vivir con las peculiaridades propias de nuestro ser laico, portando en nosotr@s el vínculo radical con Cristo, mi Señor.
El carisma de la secularidad consagrada aporta unos rasgos característicos a nuestras presencias en el mundo “a modo de fermento”. La pobreza: estando y siendo ‘uno de tantos’ —muchas veces solos— hacemos presente y reconocemos, en el día a día, a Cristo encarnado, anonadado en medio de los hombres y de sus tareas.
La humildad: caminando codo a codo con nuestros conciudadanos, experimentamos y compartimos con ellos la debilidad de la condición humana. Somos limitados y en esa limitación, Dios nos hace fuertes. Aprender de la vida y en la vida, marca en nosotros una manera de estar: vivir la historia, como Historia de Salvación. Este camino espiritual, convierte nuestro hacer y toda nuestra existencia en una contribución a la construcción del Reino.
Tenemos la misión de “ser levadura”. El Papa nos lo dice: “A vosotros no se os pide intuir formas particulares de vida, de compromiso, de intervenciones sociales… Ojalá que, como levadura que hace fermentar toda la harina (Mt 13,33), así sea vuestra vida, a veces silenciosa y oculta, pero siempre positiva y estimulante, capaz de generar esperanza”. Hacer fermentar toda la masa exige de los cristianos, y de nosotros con ellos, una existencia paciente y un trabajo oculto, como la tarea de quien amasa. Amasar exige tiempo, confianza, espera. Lo descubrimos y aprendemos de Jesús, a quién seguimos: hacemos de nuestro quehacer diario un intenso, continuo y callado trabajo al servicio de la humanidad, intentando ser transparencia del misterio de Dios entre los hombres y mujeres de hoy.
El diálogo: elemento constitutivo de la secularidad consagrada. Nuestra vida y nuestros compromisos, como ciudadanos y como Iglesia en el mundo, exigen de nosotr@s capacidad de diálogo para poder rastrear y captar las necesidades del mundo, expresadas muchas veces con el lenguaje que sólo el corazón puede captar. Ello nos interpela y nos compromete a buscar a Dios junto con nuestros hermanos y hermanas.
Y es en el fondo de nuestro corazón “encarnado” donde consagramos el mundo a Dios; es así como se realiza en nosotr@s la plena secularidad y la plena consagración. Llamada apasionante para dar respuesta al hoy que nos ha tocado vivir.
Beatriz Oliver
Miembro del I.S. Obreras de la Cruz