El pecado, la tentación y la victoria

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández

Comienza la Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua, catecumenado para los bautizados y último tramo para los que van a recibir el bautismo en las fiestas de Pascua. Tiempo de desierto, de más oración, de ayuno y de limosna. Tiempo de gracia y de perdón, tiempo de misericordia.

En este primer domingo se nos presenta el relato del pecado original. No es fácil dar una respuesta a lo que nos sucede personalmente y a lo que sucede colectivamente: queremos el bien y lo hacemos, pero también hacemos el mal, queriendo y sin querer. Por qué somos capaces de hacer el mal, si nos repugna, si no estamos hechos para eso. Dios ha revelado que en el origen está su mano creadora, de la que todo ha salido bien hecho. Dios ha creado al hombre libre y en el origen hay por parte del hombre una respuesta negativa, el pecado. El pecado no tiene su origen en Dios, ni la muerte que es consecuencia del pecado. El pecado es hechura humana, y es hechura humana todo lo que de ahí se deriva. En el origen, aquellos primeros padres desobedecieron a Dios e introdujeron en la historia de la humanidad una verdadera catástrofe. Lo sabemos porque Dios nos lo ha contado y más aún porque en Cristo se nos ilumina nuestro nuevo destino y la gracia que él nos trae.

Cuando en el camino de la vida cristiana hacia la santidad queremos seguir a Jesús, hay veces que nos cuesta y palpamos que es superior a nuestras fuerzas, no podemos. Entramos entonces en la dinámica de la tentación, de la prueba. Se nos sugiere el mal, y sentimos cierta connaturalidad, nos atrae. Cada uno conoce sus puntos flacos, conoce sus debilidades. El enemigo también las conoce, y nos ataca por ahí. La gracia de Cristo es superior a esas debilidades y por eso tenemos que orar sin desfallecer. Es decir, por la oración entramos en la órbita de Dios y percibimos por la fe cuál es nuestro destino, cuales son los medios de santificación y, como pobres e indigentes, le pedimos a Dios su gracia. La victoria viene después de la lucha y refuerza nuestras virtudes, aportándonos un organismo sano, sanado por la gracia de Cristo.

En Cuaresma todo esto se activa especialmente. Por un lado, conocer cuáles son nuestras debilidades. Por otro, experimentar una vez más la gracia de Dios, que viene en nuestro auxilio. Y finalmente, combatir contra el enemigo, contra Satanás, para reforzar nuestras fortalezas y salir victoriosos en la lucha. San Agustín, doctor de la gracia, nos enseña magistralmente: “Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente por medio de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones” (Sermón 60).

No nos asusten las tentaciones y las pruebas. De ellas, Dios quiere sacar mayores bienes para nosotros. Quiere hacernos conocer nuestras fortalezas y debilidades, quiere auxiliarnos con su gracia. Jesús ante las tentaciones salió victorioso, porque luchó ayudado de la fuerza del Espíritu Santo, y venció al demonio apoyado en la palabra de Dios. Jesús se fue al desierto para ser tentado y alentarnos a nosotros en la lucha diaria contra las tentaciones del maligno. Jesús no tuvo pecado, nunca se apartó de la voluntad de su Padre Dios. Nosotros somos pecadores, es decir, nos apartamos de la voluntad de Dios. Y por eso, necesitamos el perdón.

La cuaresma es tiempo de gracia y de penitencia. Hemos pecado, lo reconocemos. Por eso, acudimos a la misericordia de Dios, para nosotros y para los demás. Pedimos por los pecadores, entre los cuales estamos cada uno de nosotros, para que mirando a Cristo crucificado entendamos el amor de Dios, que es rico en misericordia.

Recibid mi afecto y mi bendición:

Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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