Muchas personas se sienten defraudadas después de Navidad, porque buscan su plenitud y alegría lejos de Dios y al margen de sus mandamientos, y sólo encuentran el poso amargo del vacío interior en el que viven en medio del Adviento, ese espacio de cuatro semanas que nos ayuda a celebrar la Navidad, la Iglesia nos presenta el ejemplo luminoso de María bajo el misterio de su Concepción Inmaculada. Esta verdad de nuestra fe, proclamada dogma por el Papa Pío IX, hace hoy 151 años, nos recuerda que Santa María, la Virgen, “fue preservada inmune de toda mancha original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente”. Fiel a este don divino, que marcó los primeros instantes de su vida, María vivió el Evangelio con una especial intensidad, hasta el punto de que el ángel de la anunciación la llamó “llena de gracia” y la Iglesia la presenta como “su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor”.
Cuando estamos inmersos en una corriente cultural que nos invita a prescindir de Dios y erigirnos en dioses, a ser nosotros mismos la única fuente y meta de todos los valores, María nos recuerda que si nos abrimos al misterio de Dios y lo acogemos por la fe, lograremos desarrollar lo mejor que hay en nosotros. Porque el ser humano se realiza y se desarrolla sólo en la medida en que convierte a Dios en el centro de su vida, pues no está destinado a ser un individuo que se encierra en sí y en su propia suficiencia, sino que está llamado a ser una “persona”, que alcanza su plenitud acogiendo y dándose a los demás. Como escribió en su día el actual Papa Benedicto XVI, la expresión “llena eres de gracia significa también que María es un ser humano totalmente comunicado, que se ha abierto completamente, que se ha entregado audazmente y sin límites en manos de Dios, sin temor por su propia suerte. Significa que María vive plenamente a partir de su relación con Dios y que se basa en ella”.
En el fondo, todos deseamos ser felices. Por eso hay numerosas personas que se sienten defraudadas luego por la fiesta de Navidad, porque buscan su plenitud y alegría lejos de Dios y al margen de sus mandamientos, y sólo encuentran el poso amargo del vacío interior en el que viven. Han abandonado esa fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna y acuden a sacar agua de las cisternas estancadas del placer, separado éste de una visión trascendente de la persona y de la existencia humana.
Situada como “estrella que anuncia el día” en nuestra marcha hacia la Navidad,
+ D. Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga