D. RAMÓN DEL HOYO. HOMILÍA ORDENACIÓN DIÁCONOS

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Oficina de información de los Obispos del Sur de España

 

Después de mi toma de posesión en la tarde de ayer, mi primera celebración en esta Catedral, todo un poema de piedra y armonía, símbolo de la Iglesia madre de Jaén, este esta entrañable ceremonia.

 

Durante esta celebración recibirán el Orden del Diaconado ocho jóvenes, camino del presbiterado. Sin duda que es para mí y para esta Iglesia de Jaén, para toda la Iglesia de Jesucristo, un gran regalo, el mejor; una gran noticia, motivo de alegría profunda, pero, sobre todo, de acción de gracias al Señor. “Alégrate, hija de Sión, hija de Jerusalén…” (Zac. 9, 9), hemos oído en la primera lectura del profeta Zacarías, que hacemos nuestra ante este acontecimiento eclesial.

 

 

1.- La vocación, un regalo de Dios que agradecemos.

 

Queridos amigos candidatos: Sabéis que vuestra vocación es un misterio de elección divina, un don que trasciende infinitamente a vuestras vidas. No sois fruto del azar, sino que Dios os amó desde siempre, haciéndoos imagen suya. Pero vuestra vida y vocación, siendo jun don y un regalo, es también llamada y tarea. Recordemos aquel pasaje evangélico narrado por San Juan: “¿Qué buscáis? Y ellos respondieron: Maestro, ¿Dónde vives? Jesús les contesta: Venid y veréis. Y vieron donde habitaba. Y, aquel día, se quedaron con Él”.

 

Jesucristo os invitó, seguramente desde hace tiempo, y continúa haciéndolo, a ser signos convincentes y eficaces de la presencia amorosa y salvífica de Dios entre los hombres; a ser otros Cristos para los demás.

 

Lo escondido a sabios y entendidos, con palabras del Evangelio proclamado, se os ha revelado a vosotros. Así lo ha querido Dios Padre.

 

Nos alegra, por ello, tan importante regalo de Dios a cada uno de vosotros y apoyamos vuestra decisión de acogida plena. Os decimos con sinceridad y enorme alegría que creemos y apostamos por vosotros para que, con Cristo, seáis artífices de la civilización del amor y de la vida.

 

Nos llena de alegría comprobar que, en medio de este mundo, privado en muchos sectores de horizontes que transciendan al mismo hombre y que cuando éste se proyecta como supremo y único valor, afloren jóvenes que se sienten como náufragos en medio de esta sociedad, a la que únicamente le preocupa sobrevivir, aun a costa de vivir sobre los demás. Por el contrario, vosotros, queréis ser veleros, con un rumbo distinto, vivir para los demás.

 

“Cargar con el yugo llevadero de Jesús, aprender de Él”, para recoger en los caminos de la vida, como nuevos samaritanos, a cansados, agobiados para regalarles el auténtico alivio para sus vidas.

 

 

2.- Diaconía hasta el final de la vida.

 

El campo que se abre a vuestro servicio diaconal, y pronto al ministerio sacerdotal, es inmenso y fascinante. Desde vuestra inserción en el Dios que nos quiere y nos ama, seréis sus testigos y evangelizadores de esta paternidad de Dios, de su amor, en cada uno de nosotros. Mirad: toda persona, desde las mismas raíces de su existencia está movida por una esperanza radical. No se puede vivir sin esperar algo. Por eso, quien no se encuentra con Dios, busca otros dioses y espera en sus ídolos: el poder, el dinero, el sexo, el bienestar, aún a osta del sufrimiento de los demás.

 

Quien ha dado con ese tesoro escondido, no lo esconde; al contrario, vende todo y lo pone sobre el candelero, para alumbrar a su alrededor.

 

En esa dirección de entrega y servicio, de acompañamiento y cercanía, deberá discurrir ya el futuro de vuestra existencia diaconal hasta el final de vuestras vidas.

 

Servicio a vuestro Obispo y a su presbiterio, a la comunidad cristiana, a toda la Iglesia. Servicio al culto, a la evangelización, y a la caridad: Servicio que se prolonga hasta el final, cuando, ¡ojalá!, podamos escuchar: ¡Ven, bendito del Señor, porque tuve hambre y me diste de comer…!.

 

Me han asegurado vuestros Formadores que es esta vuestra decisión libre y que sois muy conscientes de los compromisos definitivos que asumiréis dentro de unos momentos. Con la ordenación vais a recibir un nuevo modo de ser. Quedaréis marcados ya por el carácter de este sacramento que es, como bien sabéis, un signo espiritual.

 

“No temáis, porque en todo momento podréis contar con la ayuda de Aquel que ha venido al mundo y nos ha asegurado que estará con nosotros hasta el final de los tiempos” (cf. Mt. 28, 19-20).

 

 

3.- El momento es arduo, pero apasionante.

 

Con esta identidad ontológica y compañía del Señor, vuestro servicio a la Iglesia de Cristo, desde esta parcela de la viña, lo será en un momento arduo, pero apasionante. Como jóvenes se que en vuestro interior bullirán ilusiones infinitas y proyectos de entrega total a los demás. Nadie duda de ello, porque una vida no se entrega por algo que no merezca la pena de verdad. Será el Espíritu de Dios, quien os conducirá, si sois dóciles a su voz.

 

Queridos jóvenes, con mi mejor intención de que puedan serviros de algo mis palabras y que las oiga la comunidad, deseo insistiros en algunos aspectos o pinceladas para vuestro futuro ministerio diaconal y sacerdotal.

   

4.- Sed testigos del Misterio.

 

En la sociedad actual, que vive en gran parte de espaldas a Dios, o como si Dios y lo trascendente no existiera, sed para los demás testigos del misterio. Para ello tenemos que vivir inmersos en el Misterio de Dios; ser los místicos de nuestro tiempo. Hombres de fe y de oración. Acoger diariamente el Misterio de Dios en la soledad y en el silencio del corazón.

 

Sólo empapados de ese Misterio enseñaremos a otros a descubrir a Dios. Esa secreta sabiduría no se aprende en los libros; se aprende ene l silencio, desde la escucha de la Palabra, en el diálogo con Alguien, siempre presente en todas partes; pero, fundamentalmente en el Sacramento del Altar y en nuestros sagrarios.

 

No se puede ser testigos del misterio son pasar horas, las más fructíferas, ante el sagrario, en el campo, o donde sea. Antes de ser Apóstoles, tenemos que ser discípulos. Antes de ser evangelizadores, tenemos que ser evangelizados por Él todos los días.

 

 

5.- Servidores de comunión.

 

La función de un pastor es reunir, congregar a la comunidad de cristianos por la Palabra de Dios y los Sacramentos. Esta comunión no es producto de programas pastorales, ni de grupos de amistad. Está enraizada en la misma comunidad de vida trinitaria y su fuente es el Espíritu de Dios.

 

Leemos en el “Presbiterorum Ordinis” que los pastores deben “armonizar de tal manera las diversas mentalidades, que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles” (PO. 9). Debe procurarse la “unidad en lo necesario, la libertad en lo no esencial y la caridad en todo”.

 

Quien disgrega y divide no es pastor. Al contrario, la preocupación del que lo es de verdad, será mirar a los peldaños inferiores, sacar de entre zarzas a los descarriados, mirar con especial predilección a los alejados y lograr un solo rebaño bajo el cayado de Cristo.

 

 6.- Servidores en la misión múltiple de la Iglesia:

 

El pastor promueve, forma y acompaña el quehacer evangelizador y misionero del laico, para que éste penetre de savia evangélica el tejido familiar y del cuerpo social. El pastor es quien preside a la comunidad, sobre todo desde la Eucaristía; pero presidir no es absorber todas las tareas, ni protagonizar todas las acciones. Hay funciones que sólo puede realizar el Sacerdote o el Diácono en virtud de los poderes que se le otorgan por el sacramento del Orden Sagrado; pero hay otras muchas para las que debe contar con colaboradores. Debe saber escuchar a los laicos, valorar sus experiencias y reconocer sus competencias.

 

Acercaos especialmente a los pobres, con todas las pobrezas que arrastran los humanos. Servimos a una Iglesia en que su fuerza radica en la asistencia del Espíritu, pero que cuenta también con nuestras debilidades humanas, como instrumentos de barro.

 

 

7.- Nuestro apoyo y felicitación:

 

¡Alégrate, hija de Sión, canta Iglesia de Jaén!

 

Alegría, padres y familiares de estos nuevos Diáconos. Nos regaláis lo mejor de vuestros hogares, vuestro hijo. Con cariño le habéis dado la vida y le habéis abierto el horizonte generoso de su entrega sin límites a los demás. Ellos serán vuestra corona y vuestro premio delante de Dios.

 

Alegría, hermanos queridos sacerdotes, que desde el Seminario y parroquias habéis acompañado y sembrado con amor y generosidad en las vidas de estos jóvenes. ¡Cuántos méritos, en vuestras manos! Vuestra sementera y oraciones producirán el ciento por uno.

 

Alegría, para esta Iglesia de Jaén y muy especial también para la gran familia presbiteral que hoy os acoge y abraza como nuevos hermanos. Pidamos por las vocaciones. Cuidad mucho este campo tan urgente y necesario.  

 

Nuestra Señora de la Cabeza y San Eufrasio miran con un amor muy especial a estos hijos suyos, que ponemos en sus manos, como dones maduras de esta Iglesia, que camina llena de esperanza.

 

Nuestro abrazo y felicitación.

 

Gracias.

 

 3 DE JULIO DE 2005

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