Rafael Pérez Pallarés, delegado diocesano de Medios de Comunicación Social, entrevista a los sacerdotes diocesanos. En esta ocasión a Jaume Gasulla, nacido en Barcelona en 1957 y ordenado en 1987.
«No concibo mi vida sin la luz del Evangelio. Sin la luz de Cristo. Es Palabra viva y es Palabra para la vida. No puedo olvidarme de ello. Palabra para la vida… y quiero vivir»
¿Qué te parece si empezamos con algo sencillito? ¿Para qué vivimos? ¿Por qué y para qué estamos aquí?
¿Te acuerdas de aquel canto “Si vivimos, vivimos para Dios. Si morimos, morimos para Dios. En la vida y en la muerte somos de Dios”? Pues entiendo que cada cual desde la propia llamada que Dios le hace (estamos hablando de hombres creyentes) tiene que dar su propia respuesta. Aunque bien es cierto que hay un marco de referencia para todos. Somos consagrados a Dios (“Venid y veréis”) para vivir con él y ser transparencia suya en medio del mundo desde nuestro propio ministerio, desde nuestro propio servicio. ¿Por qué y para qué estamos aquí? No es muy difícil responder. El amor perfecto es expansivo, se da, se abre a lo que está fuera y lo impregna todo. El amor perfecto no sabe de cerrazón ni de egoísmo. Estamos aquí porque el amor de Dios se ha derramado y nos ha creado criaturas suyas, a su imagen y semejanza. Desde ahí el para qué es fácil: para llevar ese mismo amor a todos los rincones de la tierra.
¿Sabe alguien qué es la vida y qué sentido tiene?
No sé si alguien lo sabe. Eso tendríamos que responderlo cada uno en un alarde de sinceridad. El abanico de respuestas se me antoja infinito y el abanico de los que ni tan siquiera se han hecho esa pregunta, se me antoja igualmente infinito.
Para mí la vida es una gran oportunidad. Oportunidad para reproducir en medio del mundo los sentimientos de Cristo. En medio de mis muchas limitaciones y mi pecado, claro está. Cuando me atrevo, la vida tiene sentido. Cuando muero, vivo. Cuando me doy, me encuentro. Cuando…
Hemos rezado que la vida es un valle de lágrimas. ¿Así es?
No. Rotundamente no. Es un valle donde hay lágrimas y alegrías. Entiendo que el problema es otro: encajar en nuestro proyecto de vida, nuestra condición de radical fragilidad. Nos están ‘vendiendo la moto’ de que somos geniales, súper, mega, qué sé yo… que lo podemos todo, que podemos pretender lo más insólito, inaudito… Que somos totales. Y la realidad se encarga de demostrarnos que todos tenemos nuestros límites. Creo, sinceramente, que un truco precioso para ser felices es hacer las paces con nuestra condición de fragilidad. Reconciliarnos con nuestro ser ¿caduco? Dar gracias a Dios por todo lo que podemos y por todo lo que tenemos que dejar en sus manos y en las manos de los hermanos, porque no podemos con todo.
¿Estamos aquí para hacer méritos para la otra vida y para glorificar a Dios?
Cuando estudiaba en aquellos años hermosos de mi formación teológica (era compañero de Noé que acababa de salir del arca) los padres agustinos nos hablaban de la teología del mérito. Y yo me decía: ¿mérito de qué? ¿De verdad aún hay alguien que se crea con méritos que lo único que hacen es atenazar la voluntad salvífica de Dios, absolutamente gratuita y que no responde a esa teología del mérito, sino del amor fiel? Glorificar a Dios sí. Intentar ser buena gente como expresión de gratitud a Dios, sí. Empeñarnos en no complicar la vida al de al lado para darle gracias a Dios por su amor fiel, total, sí. Entiendo que la velita en la capilla de las ánimas la tengo que encender para darles gracias y para dar gracias a Dios por la paciencia que se gasta con nosotros. Nunca para comprar voluntades o para ahogar en un mar de silencio el Dies Irae.
¿Qué aporta a tu vida el Evangelio?
Una ruta clara para que mi vida no se hunda en ciénagas putrefactas. Me da la razón de mi sí a Dios que quiero renovar cada día. Me da razón para levantarme cada mañana y acostarme cada noche, somnoliento y dolorido, después de haber desgranado el día en muchos momentos de servicio. Me da la razón para no desfallecer cuando las lágrimas han puesto en evidencia que estoy lejos de donde Dios me quiere. Me da la razón para seguir riéndome de mí mismo. Me da la razón para no desfallecer y no dejar de gritar “¡Mirad a Cristo!”. Me da la razón para seguir queriendo querer a mis pitipeques de la parroquia y a sus padres y abuelos. Me da la razón para acoger como don de Dios el alzheimer de mi madre. No concibo mi vida sin la luz del Evangelio. Sin la luz de Cristo. Es Palabra viva y es Palabra para la vida. No puedo olvidarme de ello. Palabra para la vida… y quiero vivir.
¿Debe un hombre vivir para los demás, o eso es un mito cristiano humanista que no tiene nada que ver con la ley natural?
Debe vivir para Dios y debe vivir desde sí. Y desde ahí hacer una ofrenda continua de lo que es y de sus capacidades. Por supuesto, en todo este rato estamos hablando de un prisma creyente. Desde otro prisma, desde otra premisa… pisa, aplasta, da codazos y ‘comamos y bebamos que son cuatro días’. Y conste que admiro a esos hombres y mujeres que gastan su vida por los demás sin ningún sentido religioso, desde el puro altruismo. Los admiro y a veces me los pongo de referencia: si ellos, sin Dios, aman tanto, ¿puedo yo hacer de mi vida algo distinto de lo que entiendo que Cristo me pide?
¿Quiénes son los enemigos de la vida?
Aquellos que se niegan a ser ellos mismos y aquellos que niegan el derecho a cada cual a ser ellos mismos.
También el enemigo puede ser uno mismo, ¿no crees?
Cada vez que niego en mí el proyecto de Dios sobre mí, soy mi propio enemigo. Cada vez que me niego a ser yo, soy mi propio enemigo. Cada vez que cierro mis puertas a Dios y a los demás, me convierto en mi propio y letal enemigo. A mi hermano, adolescente por aquel entonces, en un momento que entiendo no era fácil para él, le regalé una tarjetita de esas de las librerías religiosas que decía: “Sé tú e intenta ser feliz, pero ante todo sé tú”
¿Qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?
Amar. Amar. Amar. Amar a cambio de nada. Y perdonar. ¡Ay, perdonar!
¿A vivir se aprende? ¿Y a ser sacerdote?
A vivir se aprende y a ejercer como buen sacerdote se aprende. Otra cosa es que desde el momento en que la Iglesia te ordena lo seas ya. Pero una cosa es ser sacerdote y otra cosa es saber estar como sacerdote en medio de la Iglesia y en medio del mundo. Eso –creo- tiene que aprenderse desde el primer hasta el último día. Porque la vida es tan dinámica que no te deja estar encasillado en cuatro fórmulas magistrales (que además no existen). Si escuchas a Dios y si escuchas al mundo tienes que estar en un continuo dinamismo, en una continua conversión. Y quien dice del ser sacerdote, lo dice de la vida misma.
¿Crees que sabes vivir?
A veces pienso que si supiera vivir no me darían tantas tortas. Y cada vez que me siento en el Huerto de los Olivos llorando lágrimas de soledad me acuerdo de Él y me digo: “Él vivió desde ahí. Atrévete. Vive en Él”. Y es curioso, siento que me abraza y me susurra cálido al oído: “¡Bien! Has aprendido la lección de hoy”.
¿Has sufrido alguna crisis vital? ¿En qué o en quién te apoyaste cuando la sufriste?
En el noviciado me hablaron de la crisis de los 30, de los 40, de los 55… (creo). ¿Te soy sincero? Las únicas crisis que han hecho pupa de verdad son esas que desencadenan mis pecados y mi violencia. La violencia, propia y ajena, en cualquiera de sus formas, cada vez me dejan cicatrices más grandes. Por suerte, como reza el prefacio VIII de feria, ahí aparece Jesús como bálsamo, sanando las heridas.
En este momento de la vida en el que estás ¿crees que te ha queda algo por hacer?
Eso se responde muy fácil. Me queda volver a empezar de nuevo cada día como si fuera el primero y como si fuera el último.
¿Cuál crees que es tu gran aportación a la Diócesis de Málaga?
Soy una hormiguita. No creo que haya aportado nada grande a la Diócesis de Málaga. El día a día, en una buscada fidelidad, desde la pequeñez (y no es palabrería ni falsa modestia) de la respuesta diaria a lo que entiendo que Dios y su Iglesia me piden. Si algo pediría a Dios que se recordase del ‘catalán mihitas’ es que intentó gastar su vida día a día como respuesta al amor de Dios.
¿Cuál es el mayor desafío al que se enfrenta nuestra iglesia local hoy?
A eso lo respondo fácil en varios pasos: estar cerca de los pobres de manera efectiva, incluso con el estilo de vida de los que somos Iglesia, e incluso con las opciones económicas que hacemos. El aggiornamento que ya intentaron San Juan XXIII y San Pablo VI. Queda mucho por hacer incluso en las formas. Acomodar el lenguaje para hacernos elocuentes al hombre, a la mujer de hoy. A veces hablamos un lenguaje que nuestro hombre contemporáneo no puede entender. Y ser auténticos. Cuando me iban a ordenar, mis amigos me pidieron (“Jaume, si us plau, no et facis clerical” – “Jaume, por favor, no te conviertas en un clerical”). Son palabras que resuenan aún hoy, 31 años después, cada vez que intento esconderme detrás de lo clerical.
¿El peor pecado con el que has tenido que lidiar?
La tristeza. La melancolía. El pesimismo. El desánimo.
¿Cómo podemos escapar de las falsas necesidades?
Atreviéndonos a abrazar el estilo de Jesús: “Las zorras tienen madriguera, los pájaros tienen nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Cuando ves la bendición de lo que es un estilo de vida sencillo… ¡hay tanta libertad!
¿Qué cosas te importan de verdad y qué cosas no te importan nada?
Cosas, ninguna. Palabra. Toda mi mudanza cabe en un coche. Y cada nuevo destino deja atrás un montón de cosas. Lo que me importa de verdad es “mi gente”. Mis amigos. Mis feligreses. Mis pitipeques. Mis hermanos sacerdotes. Mi madre, ahora herida de muerte. Esas miradas que brillan ilusionadas cuando les transparentas a Jesús. Ese joven que se atreve a llorar abrazado a ti. Esa mamá agredida que reza contigo frente al sagrario, buscando alguna respuesta. Eso sí me importa. Le pido a Dios ser fiel.
¿Quién es Jesucristo para ti?
Mi Señor. El que manda en mi vida. El que guía mis pasos. El que, de cuando en cuando, me pega un tortazo que evidencia mi infidelidad. Mi Señor, el Señor de mi vida. El que construye mi casa y guarda mi ciudad.
¿Te gusta complicarte la vida?
Las tarifas planas las dejo para el teléfono. No me gusta complicarme la vida, pero ¿alguien duda que a veces complicamos la vida? Otra cosa es que rehúya lo que llega que, a veces es complicado. Y otra cosa más es que por no meterme en líos, deje pasar todo como si fuera bueno o justo, o como si lo quisiera Dios. No. No esquivo complicarme la vida cuando entiendo que es necesario. ¡Pero no busco los líos, claro!
¿Cómo te gustaría morir?
Como intento vivir: dándome. En el despacho tengo una imagen de San Óscar Romero. Podría ser una profecía.
¿Qué le dirías a quien se esté planteando si Dios lo llama para ser cura?
Que se deje ‘querer’. Que vivir conforme a la propia vocación es de lo más hermoso que hay. Que mire los rostros de nuestros geniales curas abueletes de la Diócesis y que les pregunten si volverían a ser cura. Seguro que les dirán: “Una y mil veces”. Seguro.
¿Podemos decir que hemos venido y estamos aquí para ser felices?
Sí. Salvación es felicidad. Pero no a cualquier precio. Ni una felicidad maquillada que lo único que hace es tapar gusanos de infelicidad. El problema no es si estamos aquí para ser felices, sino dónde ponemos la felicidad.
¿Qué es lo más complicado que vives como sacerdote?
La soledad. La incomprensión. Cuando tengo ocasión de hablar con algún cura joven o con algún joven que pretende ser cura y que está en el seminario le suelo decir que los curas sí nos casamos. Claro: con la fama que me gasto ya hacen una mueca…… Les digo: “Nos casamos con doña Soledad. Si no vas a poder ser fiel a esa señora, no te metas”.
¿Qué preguntarías a un joven que se plantea su vocación sacerdotal?
¿Estás dispuesto a romperte por amor a Dios y por amor al prójimo? Bienvenido: has llegado a la ‘empresa’ perfecta, hecha a tu medida.
¿Qué le falta al presbiterio diocesano?
En la vida religiosa hay un dicho que más o menos dice: “Se juntan sin conocerse, viven sin quererse y mueren sin llorarse”. La verdad no es tan cruel, pero me parece (esto no lo he pensado mucho) que nos falta familiaridad. Querernos. Queremos a tantos que parece que no queda sitio para querernos nosotros.
¿La felicidad es una pasión inútil e imposible?
¿Estamos hechos para la salvación? ¿Estamos hechos para la felicidad? ¿Dónde y en qué ponemos la meta de nuestra felicidad? Creo claro que según dónde pongamos esa meta o es inútil o es imposible.
¿Dónde encuentras la felicidad?
En el silencio compartido.
¿Eres un sacerdote dócil?
Creo que dócil, sí. No servil. Eso no.
Hay quien sugiere que la soledad del cura puede llegar a ser insoportable, ¿has vivido la soledad como un calvario alguna vez? Si es así ¿qué hiciste para abrazarlo?
A veces he llorado en soledad. Simplemente se la he ofrecido a Dios como la ofrenda que podía hacerle en ese momento.
¿Tienes algún hobbie que te rescate del hastío?
Mi gente. Idear. Soñar nuevos caminos. Plasmarlos en algún tipo de proyecto. La música. Las pequeñeces cotidianas. Hobbie como lo solemos entender, sólo la música y la lectura.
¿El regalo más bello que te ha regalo ser presbítero?
Esas veces que se ha acercado alguien y ha dicho “gracias” por alguna razón. Sabe a celestial. Cada persona que ha redescubierto a Dios y su perdón, su misericordia es un regalo celestial.
A estas alturas del partido ¿volverías a ser sacerdote?
Una y mil veces. No concibo mi vida de otra manera. Y conste que no es un chollo. Pero no concibo mi vida sin ese entregarme a Dios y a los hermanos como sacerdote.
Chaplin, como casi todos, empezó diciendo que la vida era maravillosa y acabó diciendo que no tenía ninguna gracia. ¿Qué le responderías?
Que lo maravilloso de la vida es que nosotros estamos llamados a ponerle el punto de gracia.
Cuando nos preguntamos por el sentido de la vida nos solemos poner muy serios. ¿La trascendencia está reñida con el humor, o también el humor es una manera de afrontar las grandes preguntas?
No sé dónde leí que el humor es una cualidad del amor. Y todos sabemos aquello de “Un santo triste es un triste santo”. ¿Te imaginas el cielo cariacontecido? A mis niños de la catequesis les digo que una cosa es la alegría y otra el cachondeíto. Que en la iglesia hemos de estar alegres pero que el cachondeíto tiene que quedarse fuera. Pues eso.
Jaume, gracias, si es que cuando te escucho mi alma se remonta como un albatros…