Carta Pastoral con motivo del Día de la Iglesia Diocesana.
El próximo 15 de noviembre se celebra el "Día de la Iglesia Diocesana". Una jornada anual para reavivar nuestra conciencia de que todos los bautizados formamos la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia y que, por tanto, la vida y misión de la Iglesia es asunto de todos los miembros de esta familia. Para nosotros, la pertenencia a la Iglesia Católica —extendida por toda la tierra— se concreta geográficamente en la Iglesia Diocesana de San Cristóbal de La Laguna, o Nivariense, que abarca las islas de La Gomera, El Hierro, Tenerife y La Palma.
Esta Iglesia Diocesana, de la que formamos parte y en la que vivimos nuestra fe, no la hemos creado nosotros, los católicos de hoy, sino que es fruto de una herencia que hemos recibido de nuestros mayores a lo largo de más de cinco siglos. Es fácil constatar que la Iglesia es una realidad inserta en la vida de nuestros pueblos y ciudades. A nadie se le oculta que su presencia y actividad desempeñan un papel relevante en la historia pasada y presente de nuestras islas. No es de extrañar que una inmensa mayoría de cristianos sintamos la Iglesia como “cosa nuestra”, es decir, una realidad que nos pertenece y a la que su vez pertenecemos.
La Iglesia —con sus infraestructuras y personas— está presente en todos los rincones donde vive la gente, incluso en los nuevos barrios que han surgido en los últimos años, tanto en la periferia de las ciudades como en el norte y sur de Tenerife. La organización de la Diócesis Nivariense está conformada por 312 parroquias, con sus correspondientes iglesias parroquiales (entre ellas algunas nuevas, otras a medio construir y otras en proceso de restauración), a las que hay que añadir un gran número de ermitas y capillas complementarias para atender con mayor proximidad a los fieles. Parroquias, con su sacerdote y grupos de laicos corresponsables, en las que se imparte catequesis para educar en la fe a niños, jóvenes y adultos; parroquias en las que hay servicio de Cáritas para atender a los más pobres y grupos de “visitadores de enfermos”; parroquias, cada una de ellas, con sus celebraciones y fiestas propias; parroquias en las que los cristianos son bautizados y confirmados, celebran la Santa Misa, contraen matrimonio, son acompañados en su enfermedad y encomendados el día de su muerte.
Al magnífico trabajo de las parroquias, con su indudable proyección social, hay que unir los servicios de Cáritas Diocesana y de las Cáritas Arciprestales (17), la labor social y asistencial de los religiosos y religiosas (asilos y casas de acogida para ancianos, centros de día, centros de atención a discapacitados…), la tarea educativa de los colegios religiosos, la atención a los enfermos en los hospitales, el papel del Seminario Diocesano en la formación de los futuros sacerdotes, la enseñanza religiosa en la escuelas a los alumnos que así lo solicitan…
Por eso, al celebrar el día de la Diócesis Nivariense, no podemos menos que dar gracias a Dios por pertenecer a este pueblo y a esta Iglesia en cuya vida y misión participamos todos. Con humildad, pero también sin complejos, podemos sentirnos orgullosos porque —como señala el lema de la celebración de este año— “Somos parte de una Iglesia que acompaña y ayuda”.
Sí. La Iglesia se configura y aparece ante el mundo con “el rostro” que le damos nosotros, obispos y sacerdotes, personas consagradas y seglares. Lamentablemente, por las deficiencias de nuestra vida cristiana, no siempre nos mostramos como “una Iglesia que acompaña y ayuda”. Pidamos a Dios que nos ayude a ser mejores, pidamos por nuestra Diócesis, por su obispo, sus sacerdotes, las personas de Vida Consagrada, los seminaristas y los fieles en general, para que cada día crezcamos en la comunión con el Señor, en fidelidad a la vocación de cada uno, en unidad y comunión fraterna, en testimonio de vida cristiana y en compromiso apostólico y evangelizador.
La Diócesis Nivariense renueva su compromiso de servicio a los fieles y a la sociedad. Quiere ser, cada vez más y mejor, “una Iglesia que acompaña y ayuda”. Para ello, cuenta con el obispo, 312 parroquias servidas por 226 sacerdotes. Cuenta también con 6 conventos de clausura, con más de 400 religiosas y religiosos de vida activa que trabajan en el apostolado, la evangelización y el servicio a los pobres. Tiene, además, cerca de 2.000 catequistas, más de 400 profesores de Religión, casi mil personas voluntarias en Cáritas y en Pastoral Penitenciaria, numerosos grupos apostólicos, grupos de visitadores de enfermos, movimientos, hermandades y cofradías, además del Seminario Diocesano, la Curia, las Vicarías, Delegaciones y Secretariados, Manos Unidas y otras muchas obras sociales, docentes y caritativas.
Es evidente que mantener y acrecentar aún más toda esta actividad, y la conservación de las infraestructuras necesarias, sólo es posible gracias a la colaboración personal y económica de muchos cristianos, a los que agradezco su generosidad. La vida de la Iglesia depende siempre —y hoy más que nunca— de los fieles que cumplen con su deber de "ayudar a la Iglesia en sus necesidades". Por ello, el Día de la Iglesia Diocesana tiene también como finalidad dar a conocer la realidad económica de nuestra Iglesia y solicitar la ayuda generosa de los fieles en el sostenimiento económico de su Iglesia.
En la Iglesia el dinero no es un fin, sino un medio al servicio de la misión evangelizadora, del culto y de la caridad. No puede “acompañar y ayudar” sin medios económicos. Lo que la Iglesia puede hacer depende, en buena parte, de los recursos que tenga para realizarlo. Esto es claro y evidente, y no tenemos por qué avergonzarnos al reconocerlo. Es también natural que la Iglesia sea sostenida económicamente por la aportación de nosotros, los católicos, de todos los que somos miembros de ella. Lo cual no quita que otras personas, ajenas a la Iglesia pero que valoran lo que ella hace, contribuyan a su sostenimiento como sucede, por ejemplo, cuando ponen la “X” a favor de la Iglesia en la declaración de la renta o hacen donaciones directas.
Como fieles católicos debemos ser, cada vez más y mejor, “una Iglesia que acompaña y ayuda”. De todos y cada uno depende que así sea. Ayudar a la Iglesia en sus necesidades supone nuestra prestación personal, nuestra participación activa y responsable en sus tareas, nuestra aportación económica. Ayudar de este modo a la Iglesia es una manera de participar en su misión, de expresar nuestra fe y nuestro amor, gratitud y pertenencia a ella.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense