La Iglesia de Córdoba acoge a dos nuevos diáconos

Diócesis de Córdoba
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La diócesis de Córdoba comprende la provincia de Córdoba, en la comunidad autónoma de Andalucía y es sufragánea de la archidiócesis de Sevilla.

En la solemnidad de la Inmaculada Concepción, los seminaristas José Miguel Bracero y Francisco Antonio López reciben la ordenación de diáconos de manos del Obispo, en la Santa Iglesia Catedral. Un día de gozo para toda la Diócesis que celebra y reza por los dos futuros sacerdotes.
José Miguel Bracero Carretero tiene 47 años, es natural de Palma del Río, licenciado en Filología Alemana por la Universidad de Sevilla y está especializado en Comercio Internacional. Cursó el Máster de la Escuela Diplomática en Relaciones Internacionales y Diplomacia, y en 2013, comenzó los estudios teológicos en el Seminario Mayor “San Pelagio”.

Por su parte, Francisco Antonio López López tiene 26 años y aunque nació en Málaga, ha vivido toda su vida en Lucena. Es el mayor de siete hermanos, inició los estudios de Arquitectura en la Universidad de Sevilla y en 2010 ingresó en el Seminario Redemptoris Mater “San Juan de Ávila”.

P. ¿Cómo nace en ti la vocación al sacerdocio?
José Miguel. Realmente la decisión de seguir a Cristo a través del sacerdocio no fue algo repentino, sino fruto de una serie de señales que el Señor te pone en la vida. Hubo dos experiencias que marcaron mi vida. La primera fue un voluntariado en Tierra Santa, en un pueblo de Jordania llamado Anjara, donde una comunidad religiosa atendía una parroquia, un hogar de niñas y un colegio de primaria. Allí pude comprobar cuánto agradecían aquellas familias los sacramentos y el acompañamiento espiritual del sacerdote.
Posteriormente, hice unas prácticas en Etiopía, donde pasé dos años viviendo de cerca una nueva realidad de pobreza y necesidad. A mi regreso, tardé poco en darme cuenta de que el Señor me llamaba a algo más grande que es consagrarme en un futuro a Jesucristo y a su Iglesia.

Francisco Antonio. Es difícil hablar de un momento puntual. Mi vocación nace como agradecimiento al amor del Señor para conmigo, del todo inmerecido. La familia ha sido la primera Iglesia doméstica donde se me ha transmitido la fe y he empezado a aprender qué es el amor. También Dios me llamaba a través de la vida de presbíteros concretos en la parroquia y me acompañaba en una Comunidad Neocatecumenal. Durante un tiempo, comencé a centrar mi vida en los estudios, el balonmano y todo aquello que pudiera “llenarme” de algún modo. Durante una peregrinación a Fátima el Señor me habló al corazón. Este encuentro con el amor gratuito de Dios me removió por dentro y me invitaba a seguirlo.

P. ¿Cómo os habéis preparado en este tiempo para la ordenación?
José Miguel. El seminario es nuestro hogar, nuestra familia y tanto los formadores como los hermanos forman parte de nuestra vida y son un apoyo para nosotros, puesto que nos ayudan día a día a comprender cada vez más íntimamente el verdadero sentido de nuestra vocación y la grandeza que supone el haber sido llamados por Jesucristo a consagrarnos el día de mañana a ser sacerdotes suyos en el mundo, pero sin ser del mundo.
Francisco Antonio. Con la vida diaria del seminario. El seminario es un lugar donde se aprende a estar disponible en el servicio al otro. Y esto no por nuestras propias fuerzas sino por gracia de Dios. Además de los estudios de teología, realicé dos años de experiencia de misión en Israel y Jordania. Este tiempo de misión ha fortalecido mucho mi vocación, me ha mostrado la necesidad que tiene hoy la Iglesia de presbíteros santos.

P. ¿Qué es el diaconado?
José Miguel. La palabra “diácono” viene del griego y significa “servidor” y yo creo que esta palabra expresa perfectamente su sentido más profundo, que es entregarnos a Dios y a los demás a través del servicio a los más pobres y necesitados, con la predicación del Evangelio y siempre poniéndonos al servicio del Obispo y de los sacerdotes. Sería como el paso previo a la ordenación sacerdotal, ya podemos administrar los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, celebrar exequias de difuntos y llevar la comunión a los enfermos. Ayudamos en las Misas, pero no podemos ni consagrar ni confesar.

P. ¿Cuáles son las cualidades que debe tener un sacerdote?
Francisco Antonio. La humildad y la disponibilidad en el servicio. Un sacerdote no pone impedimentos a la acción que Dios va realizando en él, de manera que configurado con Cristo, Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, sea Cristo mismo el que viva en él.

P. ¿Cómo os gustaría que os viera la gente cuando seáis sacerdotes?
José Miguel. Quisiera que me vieran siempre como sacerdote y no como una simple “buena persona”. Jesucristo debe estar siempre en nuestras palabras, pensamientos y obras y así debe percibirlo la gente.
Francisco Antonio. Pues de tal manera que no se queden solamente en lo que hacemos, en “nuestras obras”, sino que puedan reconocer en ellas a Dios que nos ama con locura y nos da la vida, el poder vivir de su resurrección.

P. ¿Tenéis a alguien como ejemplo?
José Miguel. Me quedo con el Santo Cura de Ars, san Francisco Javier o san Juan Pablo II, entregados al sacerdocio y al apostolado. También nuestros formadores o mis párrocos, los sacerdotes de Jordania o Etiopía, o incluso los sacerdotes mayores que han consagrado fielmente toda su vida al sacerdocio y han sabido perseverar en su entrega a los demás.
Francisco Antonio. No hay mejor maestro que el mismo Jesucristo. Mis padres, mis catequistas o los hermanos de mi Comunidad Neocatecumenal. Por otro lado, muchos presbíteros, algunos de ellos originarios o que han ido pasando por la parroquia de san Mateo de Lucena. No puedo olvidarme tampoco de mis formadores.

P. ¿Con qué te quedas de este tiempo de seminario?
José Miguel. Es difícil quedarse con algún momento concreto. La formación, la comunidad, las experiencias pastorales que te llevan por toda la Diócesis para conocer la realidad de las parroquias. También la oración y la vida espiritual son la columna vertebral de nuestra vida.
Francisco Antonio. Con todo. Después de este tiempo de seminario no puedo decir otra cosa que “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125).

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