Frente a nuestras costas, delante de la playa a la que nos acercamos estos primeros días de verano, se ahogan ahora mismo 49 personas. No hay noticia de ellos. Sólo tres han sido rescatados de momento por Salvamento Marítimo tras salir el domingo de Marruecos en una lancha neumática.
Si se confirma su muerte, estaremos ante el naufragio con más víctimas este año en el Estrecho. Desde enero, han sido sesenta los hermanos nuestros que han muerto intentando llegar a España a través del mar, según la Organización Internacional para las Migraciones.
Debemos rezar por ellos y sus familiares, y no dejar de preguntarnos qué estamos haciendo por nuestros hermanos, que arriesgan sus vidas para sobrevivir.
El papa Francisco sigue clamando por ellos, rogándonos que no hagamos del Mediterráneo un cementerio, pero las noticias siguen sucediéndose y nuestros corazones, que por un momento se duelen por hechos como éste, se endurecen a los pocos minutos y nos hacemos incapaces para mirar más allá.
Para los cristianos, esta realidad es una urgencia evangélica. El origen de las migraciones forzosas está en el mal reparto de los bienes que Dios creó para toda la humanidad. Emigrar es un derecho y no podemos levantar muros para evitar que otros tengan acceso a él. Es urgente actuar acogiendo a estas personas, dándoles voz, porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos.
Delegación de Migraciones
Diócesis de Málaga