Palabras del Cardenal Mons. Fernando Sebastián, Arzobispo emérito de Pamplona Tudela, en la celebración de la Misa Crismal en el Jueves Santo, el 13 de abril, en la Santa Iglesia Catedral de Granada.
Queridos hermanos y sacerdotes concelebrantes, hermanos y hermanas muy queridos en el Señor. La cirscunstancia dolorosa de la enfermedad, del accidente de vuestro Arzobispo, me proporciona la ocasión de volver a esta espléndida Catedral, de estar con vosotros, presidir esta celebración tan hermosa, cosa que me produce un gran gozo, una gran alegría, de poder rezar juntos y con vosotros, y celebrar en esta querida Iglesia de Granada estos días santos, el jueves y el viernes de la Semana Santa. Un saludo muy cordial y muy amigable a todos.
La celebración de esta mañana expresa admirablemente la unidad y la fuerza salvadora de la Iglesia, así como la naturaleza de nuestro ministerio sacerdotal. A la vez nos invita a renovar nuestra consagración personal y el fervor de la primera entrega.
Esta tarde celebraremos la Misa “In Coena Domini” y en ella recordaremos intensamente, con emoción y gratitud, la institución conjunta del Sacramento de la Eucaristía, alimento de la Iglesia eterna, banquete de los discípulos, y la institución también del Sacramento del Orden sacerdotal.
Por el Bautismo hemos entrado en este mundo del amor y de la vida, de la esperanza de la vida eterna que Jesús trajo para nosotros. Estamos injertados en Cristo, por Él y en Él, recibimos continuamente, como un agua de vida, el amor de Dios, la vida de Dios, el Espíritu de Dios. Por Él y en Él vivimos en el mundo como hijos, con paz, con seguridad, con confianza, porque Dios está siempre cerca de nosotros, porque Jesús camina con nosotros. Nuestro mundo es el mundo de Jesús, es un mundo de amor, de fraternidad, de verdad, de comunión, de alegría.
Llamados y consagrados para ser extensión, permanencia viviente del sacerdocio de Jesús junto a nuestros hermanos en todos los tiempos y en todos los lugares de la tierra, tenemos la hermosa misión de invitar a todos nuestros hermanos a creer en este Cristo, a vivir con Cristo, a rehacer su propia vida en Cristo.
La vocación que hemos recibido nos obliga, hermanos, a vivir arraigados en la memoria de Jesús, no solamente en la memoria, a vivir sumergidos inmensos en el alma de Jesús, en el corazón de Jesús, en su compasión, en su piedad, en su entrega, a los pies de nuestros hermanos para estar siempre a su disposición, para que crezcan y vivan en el Espíritu con la grandeza y con el Espíritu de Dios. Esta misión nos tiene que sostener y alegrar por encima de todas las vicisitudes y dificultades de nuestra vida.
Somos de alguna manera continuación de la presencia invisible de Jesús Sacerdote y Salvador en este mundo visible, en este sufrido mundo nuestro. Por la consagración sacerdotal, de forma íntima y misteriosa, somos sacramento visible y eficaz de la presencia salvadora de Jesús, que por medio de la Iglesia y por medio de nosotros sigue sosteniendo el mundo, vivificando el mundo, soportando y purificando el peso de los pecados de los hombres y rehaciendo continuamente la vida humana, la vida de las personas, de las familias, de los pueblos para volverlos siempre de nuevo al camino de Dios, al camino de la Salvación, al camino de la vida.
En el curso de esta celebración bendeciremos los óleos y consagraremos el Santo Crisma, signo venerable del Espíritu de Dios, del amor de Dios, del abrazo de Dios, abrazo de amor, de ternura, de vida, con el cual pretende llevar el mundo entero hasta su participación celestial, en esta obra, en este trabajo, es esta misión que le costó la vida a Jesús. Hoy nos viene bien a todos recordar el misterio de nuestro servicio ministerial, la grandeza y la humildad de nuestro sacerdocio, no somos nada, no somos más que los demás, porque somos simples servidores del único Sacerdote Jesús, pero a la vez, compartimos con Él humildemente la gran misión de sostener y restaurar permanentemente con el Espíritu de Dios y de Jesús la vida del mundo.
En este Ministerio, padecemos el peso de horas difíciles, que no nos tienen que desanimar ni desalentar. Precisamente en estos días estamos viviendo un gran acontecimiento. Durante años habéis padecido el peso de unas acusaciones terribles, incluso en algunos hermanos nuestros, que en el fondo nos afectaban de una manera o de otra a todos, y el Señor en esos días santos nos ha visitado con esta buena noticia de la declaración judicial de su inocencia por lo menos o de su no culpabilidad, nos alegramos con ellos, nos alegramos con la Iglesia de Granada entera y con la Iglesia de España entera, para la cual es una excelente noticia.
Que Dios nos bendiga y nos multiplique en bienes de fraternidad, de alegría, de renovación en nuestro servicio ministerial, porque es cierto en algunos momentos nos sentimos abrumados, decepcionados por tanta deserción, por tanto abandono, por tanta frialdad de nuestro pueblo, de nuestra sociedad, en la escucha de la Palabra de Dios, en la estima de la vida cristiana, pero tenemos que pensar siempre que en el timón de la Iglesia está el Señor, no estamos nosotros, ni estamos los obispos, ni está el Papa en definitiva, está el Señor muerto y resucitado, al timón de la Iglesia, y no prevalecerá el infierno y todos los desertores, los equivocados o los ignorantes, no prevalecerán, el Señor llevará el mundo hasta el final, a la gloria celestial.
Hermanos queridos, ni los años, ni el cansancio, ni las decepciones, ni las dificultades de cualquier tipo que podamos sufrir tienen que desanimarnos. A la hora de anunciar el Evangelio del Señor, no anunciamos el Evangelio del Papa Bergoglio ni de Juan Pablo II, ni de nadie, anunciamos el Evangelio del Señor Jesús, anunciamos el Evangelio del Dios de la gracia, del Dios de la vida, que siempre encuentra arraigo en el corazón de todos los hombres, de todos los tiempos. El hombre moderno, como el hombre antiguo, está hecho para Dios, está hecho para la vida celestial, y cuando el anuncio del Evangelio sincero, honesto, humilde, fraterno, convencido, le llega al corazón, él se abre porque el Evangelio de Jesús nos llega todos, la Verdad de Dios, que es también la Verdad última del hombre, de nuestra vida, de nuestra felicidad.
Escuchemos ahora la voz de este anciano admirable, que es el Papa Francisco, que nos anima con su palabra y con su ejemplo a anunciar el Evangelio de Jesús con alegría y con entusiasmo: “Caminemos con esperanza. El mundo entero se abre ante nosotros como una gran aoportunidad; entremos decididamente en el, acerquémonos a nuestros hermanos de todas condiciones, contando con la ayuda y la presencia de Cristo. Este cristo contemplado y amado nos invita una vez más a continuar su presencia de Salvación, con el mismo entusiasmo de los primeros cristianos, porque tenemos la fuerza del mismo Espíritu Santo. Jesucristo quiere hoy una Iglesia misionera, una Iglesia despierta, una Iglesia impaciente, una Iglesia que salte las barreras y vaya a buscar a los hermanos distraidos o perdidos. Y aquí estamos nosotros, para continuar con ayuda de todos los cristianos este gran ministerio de la evangelización, de la Buena Noticia, de que detrás de todo está Dios nuestro Padre, como Creador y como receptor, y garante de nuestra vidas, con la fuerza y la confianza de los Apóstoles, con el vigor y el entusiasmo de los primeros cristianos”.
Mis palabras no quieren ser meros deseos retóricos. Esto es lo que la buena gente espera de nosotros. Esto es lo que debemos ofrecer a nuestros jóvenes. Este debe ser el compromiso básico y sincero de nuestra vida, renacer continuamente con el primer entusiamos de nuestra vida sacerdotal, con el primer entusiamo de la Iglesia misma, para llevar a todos los hombres de nuestro tiempo este gran anuncio inestimable del amor de Dios, de la cercanía de Dios, de la cercanía de Jesús, de la esperanza de la vida eterna, que al fin y al cabo, es la razón y el fundamento de todo.
No tenemos razones para el desaliento. Ninguna dificultad, ningún desengaño podría justificar el desaliento y el desánimo. El Señor está presente y espera nuestra colaboración.
Tenemos por delante de nosotros grandes tareas: Renovar la iniciación cristiana, renovar la pastoral familiar, comenzando por la celebración misma del Sacramento del Matrimonio; la atención personalizada, atenta, generosa a la vida espiritual de cada cristiano y cada cristiana; la celebración fervorosa y fraterna de la Eucaristía dominical. Tendremos que hacer una apuesta fuerte por la caridad, por el servicio a los pobres y entre todos tendremos que ver el modo de dar a nuestras parroquias la tensión, el dinamismo y el nuevo estilo misionero que los tiempos requieren.
Hermanos queridos, recibid con benevolencia estas palabras mías llenas de amor y de fraternidad. Que el Señor nos visite y nos renueve por dentro, que Él nos haga vibrar como hizo vibrar a sus Apóstoles, a sus discípulos y a tantos santos, obispos y sacerdotes, cristianos que nos han precedido, que Él nos bendiga con el gozo de la unidad y bendiga la eficacia de nuestro ministerio a favor de su pueblo.
Invocamos también la protección permanente de la Virgen Santísima, la Madre de la fe, la Madre de la fidelidad, la Madre de la esperanza y de la firmeza en momentos de dificultad, que Ella nos asista y nos conserve siempre en la fidelidad y en la generosidad en el ejercicio de nuestro ministerio.
Así sea.
+ Cardenal Mons. Fernando Sebastián
Arzobispo emérito de Pamplona Tudela
Misa Crismal, Jueves Santo, 13 de abril de 2017
Santa Iglesia Catedral de Granada