Convivencia de internos de la prisión provincial con Comunidad Educativa de Cristo Rey

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

El pasado sábado, día 18 de marzo, la Comunidad educativa del Colegio de Cristo Rey de Jaén (padres, profesores y alumnos) celebró un día de convivencia con un grupo de internos del Centro Penitenciario de Jaén.
La jornada comenzó con un desayuno. A continuación, ya en el Colegio nos recibieron calurosamente, con una oración en la Capilla y una actuación de los alumnos en la salón de actos.

Después, en el patio comenzaron los juegos, los deportes con gran participación tanto de la comunidad educativa como por parte de los internos, para después participar en una comida fraterna, en la que estuvimos intercambiando impresiones del día y terminamos dando gracias a Cristo Rey con una Eucaristía, porque nos había permitido vivir unas horas de Reino de Dios en la tierra.
Pero más interesante que esta crónica es lo que vivimos por dentro de nuestros corazones y que puedes leer en los testimonios siguientes.

Testimonios de los anfitriones

“QUE DIOS ALEGRE EN TI A TODOS LOS DESGRACIADOS” (Tob. 13,12)

El sábado pasado tuve el placer de tener una experiencia totalmente nueva. Me sentí una verdadera privilegiada al poder estar rodeada de gente que vive «en otra realidad», en un mundo muy distinto al que yo me he creado con todo lo que me rodea. Ciertamente nunca había conocido a ningún preso, ni si quiera a familias en las que un miembro lo haya sido, o eso creo.

Los que decidimos vivir esta aventura, al principio no fuimos conscientes de lo que estábamos haciendo, pues pensábamos que sería interesante y nada más. Sin embargo, la realidad, al menos para mí, cuando llegó el sábado por la mañana fue otra. Siempre he tenido, y creo que todo el mundo, prejuicios sobre estas personas, y pensaba que son gente que no merecen la pena o quizás ni pensaba.

Nada más llegar después de haber estado en la capilla, decidimos otra chica y yo jugar al fútbol con ellos. Sinceramente pensé ‘’no sé qué hago, aquí me matan a palos. Además esta gente no me la va a pasar porque soy malísima’’. Ahí se manifestaban mis prejuicios en mi mente, sin embargo me di de bruces completamente. Mi equipo miraba bastante por mí y me pasaron el balón en muchas ocasiones. En este momento empezaron a cambiar mis percepciones. Por otro lado, me sentí alegre y motivada cuando los vi contentísimos con los disfraces, cantando, bailando, haciendo tonterías… al fin y al cabo olvidando de dónde venían. Finalmente, pensando en cada detalle de la convivencia, los chicos del centro me hicieron creer en que la gente puede solucionar sus errores.

Todos podemos equivocarnos, en mayor o menos medida, porque todos somos humanos. Un chico en concentro me hizo creer plenamente en esto. Conforme hablaba, mis amigas y yo con las miradas nos entendíamos. Ese chicho era admirable, tenía una mirada positiva hacia el futuro y hacia el pasado. Sabía que no volvería a cometer tal locura. En definitiva, fue un día para recordar y sería un placer poder volver a vivirlo mil veces más. (Marta Puerta).

El sábado descubrí que hay que escuchar con el corazón y mirar con los ojos de un niño. Así nos damos cuenta que todos somos iguales, débiles y fuertes a la vez. También descubrí que cuando uno tiene la mente libre de prejuicios y el corazón lleno de Jesús nadie te podrá encerrar. (Rosa Benítez).

Este sábado fue diferente a otro cualquiera vivido anteriormente, y es que este sábado tuve la suerte de compartir mi día con los presos. Personas que me demostraron con pequeñas cosas que todo el mundo es capaz de cambiar independientemente del error cometido. Pero no sólo eso, si no que sorprendentemente se convirtieron en conocidos sin importar etiquetas ni prejuicios de la sociedad, tan sólo eran unos más de nosotros con los que compartí un momento maravilloso. (Mariam Omar).

«Y Dios le preguntó: ¿Dónde está tu hermano?”. El mundo no es tú mundo solamente. Lo entiendes cuando te relacionas desde el corazón con personas que viven situaciones diferentes y para las que un pequeño detalle como puede ser una sonrisa o un apretón de manos es el mejor regalo, porque los haces sentir PERSONAS. Gracias por poner en mi vida la dosis de realidad que necesito, gracias por hacerme feliz viéndoos sonreír, saltar y cantar. Gracias por dar sentido a mi entrega, a mis renuncias y mis opciones… Gracias por entrar en mi corazón con nombres y apellidos. Gracias a Dios por ponerme en vuestra historia. (Eva Mª Maldonado, Hija de Cristo Rey).

Gracias… ternura… humanidad… son palabras resuenan en mi interior y provocan que se me encoja el corazón cuando revivo la experiencia vivida el pasado fin de semana en nuestro colegio Cristo Rey con los internos de la prisión. A menudo “etiquetamos” a los demás, o vivimos demasiado interesados por lo que acontece en nuestra burbuja de cristal, pero ¡qué ajenos a lo que es la verdadera realidad! Enfrentarse a ella, conocer el dolor o el misterio del otro humaniza y nos acerca a Dios. “Lo que no hicisteis a uno de estos más pequeños no me lo hicisteis a mí”… ¡Gracias! (Belén López-Sidro, Directora del Centro).

“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?”.

Respondiendo el Rey, les dirá: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.”

Este pasado sábado todos y cada uno de los que compartimos el día de convivencia nos transformamos en esos hermanos pequeños en los que se refleja Jesús. Los internos, voluntarios, padres, profesores y alumnos dimos y recibimos en la misma medida. Todos traíamos hambre y sed de llenar nuestros corazones de cariño. Sintiendo el miedo que supone ser forasteros, nos acogimos mutuamente y, extrañamente, nos sentimos familia en sólo unas horas. Desnudamos nuestros errores y miserias que vestimos con ojos de misericordia. Acabamos con la enfermedad que nos lleva a enjuiciar y etiquetar a los que no son como nosotros. Y sentimos la libertad que derriba muros y fronteras de vernos todos iguales, hijos del mismo Dios, todos con un mismo corazón. (Virginia Jiménez).

Pastoral Penitenciaria

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