Homilía del obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá, en la Misa de imposición de cenizas en la Catedral
1.- Con la imposición de la Ceniza comenzamos la Cuaresma, tiempo que precede y dispone a la celebración de la gran fiesta de la Pascua.
Como dice el papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma de este año: “La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar”.
El profeta Joel nos ha invitado a rasgar los corazones y no las vestiduras (cf. Jl 2, 13). Se trata de un cambio desde el interior hacia afuera; desde la mente hacia las actividades externas; desde el corazón hacia Dios y hacia los hermanos. Quien motiva esa conversión es el mismo Dios, «porque es compasivo y misericordioso» (Jl 2, 13).
Hoy expresamos nuestro deseo de conversión con el austero rito de la imposición de la Ceniza. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo conserva como signo de la actitud del corazón arrepentido y penitente, que todo bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal.
2.- La Cuaresma es tiempo de reconciliarse con Dios y con los hermanos. San Pablo nos invita a no dejar en saco roto la gracia de Dios (cf. 2 Co 6,1) y a reconciliarnos con Él: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5, 20). No desaprovechemos, queridos hermanos, este tiempo favorable de salvación (cf. 2 Co 6, 2).
El Papa nos insiste en la renovación mediante el “encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo” (Mensaje para la Cuaresma de 2017).
La Palabra de Dios debe fundamentar toda actividad de conversión, escuchándola con profunda actitud de acogida y meditándola con mayor frecuencia en este tiempo.
El Espíritu Santo nos guía a realizar un verdadero camino de conversión, redescubriendo el don de la Palabra de Dios, la purificación del pecado y el servicio a Cristo presente en los hermanos necesitados.
3.- La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna, como hemos escuchado en el evangelio de san Mateo (cf. 6,2-6.16-18).
En las oraciones de los fieles rezaremos para que el ayuno, la oración y la limosna nos identifiquen más con Cristo, que dio su vida por todos, y nos comprometamos en la construcción de un mundo más justo y fraterno.
Iniciamos un tiempo favorable para salir de nosotros mismos mediante las obras de misericordia. El papa Francisco nos dice: “Tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo”. De no hacerlo así, se corre el peligro de no escuchar al pobre Lázaro, que llama ante la puerta del rico que banquetea; de ese modo, el soberbio, el rico y el poderoso acaban por condenarse a sí mismos, cayendo en el eterno abismo de soledad que es el infierno (cf. Papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma de 2016, 3).
4.- San Pablo nos recomienda encarecidamente que nos reconciliemos con Dios (cf. 2 Co 5, 20). Si el hombre no está reconciliado con Dios y consigo mismo, tampoco estará reconciliado con el prójimo.
El papa Benedicto XVI recordaba que la paz sólo puede realizarse si se llega a una reconciliación interior; y que toda sociedad necesita estar reconciliada y vivir en paz. La reconciliación implica la capacidad de reconocer la culpa y pedir perdón, a Dios y a los demás (cf. Discurso a la Curia Romana con ocasión de la Navidad, 2009).
La reconciliación forma parte también de la generosidad de la que Dios mismo nos ha dado ejemplo. Dios salió a nuestro encuentro para reconciliarnos gratuitamente mediante su Hijo Jesús. Él dio el primer paso; fue el primero en salir al encuentro de la humanidad, para ofrecerle la reconciliación; el primero en asumir el sufrimiento. Ésta es la manera de llegar a ser semejantes a él.
Es necesario que aprendamos a reconocer nuestro pecado y renunciar a la falsa convicción de que somos inocentes. Repitamos en nuestro corazón durante esta cuaresma el Salmo 50, que hemos proclamado hoy: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado» (3-5). Necesitamos dejarnos recibir el perdón de Dios.
5.- La Cuaresma es ocasión propicia para recordar nuestro bautismo y agradecer a Dios que nos haya hecho hijos suyos adoptivos. Las aguas bautismales nos limpiaron del pecado original y nos dieron la gracia de ser hijos de Dios.
Iniciemos con humildad y actitud sincera de conversión, queridos hermanos, este itinerario cuaresmal hacia la Pascua. El Señor nos concede una nueva Cuaresma como tiempo favorable para pedir perdón de nuestros pecados y aceptar con gratitud la misericordia entrañable de nuestro Dios.
El Padre, que ve en lo secreto, sabrá apreciar nuestra oración, nuestro ayuno y nuestra limosna (cf. Mt 6,4).
¡Que María Santísima nos acompañe en este itinerario cuaresmal y nos ayude a prepararnos para la gran celebración pascual! Amén.