El duelo, una experiencia de vida

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Como cada año, el 1 y el 2 de noviembre, los cristianos celebramos la festividad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos, «un momento en el que todos recordamos a nuestros seres queridos. Las emociones, los sentimientos que se nos despiertan al recordarlos, dependen de la forma en que hayamos elaborados su duelo», explica el delegado de Pastoral de la Salud, Francisco Rosas.

«El duelo no se enfrenta, se vive»

«Acompañar a una persona hasta el momento de la muerte es una tarea hermosa y nada fácil. También seguir acompañando a su familia, sobre todo a las personas más frágiles o más afectadas después de que su familiar haya muerto, es una tarea delicada y de enorme importancia, para la salud mental de esa persona y del propio grupo familiar», explica Francisco Rosas.

Por este motivo, desde la Delegación de Pastoral de la Salud se han propuesto un reto: «formar a personas que puedan acompañar a otras durante esos momentos del duelo en las diferentes parroquias de la Diócesis. Al igual que contamos con agentes de pastoral que se encargan de visitar y acompañar a los enfermos, queremos contar con personas preparadas para acompañar a los familiares cuando hay una pérdida. Esta actuación sería una forma más de humanizar y evangelizar esta realidad tan olvidada en un mundo donde la muerte se esconde, no se vive cómo parte de la vida».

Para ello, cuentan con la ayuda del psicólogo Francisco Domínguez, que actualmente desempeña su labor en el Centro Gerontológico El Buen Samaritano. Para Domínguez, «el duelo es un modo de prepararnos para vivir, aunque de entrada pueda parecer contradictorio. Y es que, puede dar la impresión de que hablar de duelo y vida son cosas opuestas. El duelo es una pérdida, en el sentido más amplio de la palabra.

Lógicamente, en nuestra vida hay seres queridos, una relación, un empleo, etc. que no estamos dispuestos a perder. Pero dejar de “tener” esas cosas, a veces no depende de nosotros. Todos hemos experimentado el dolor de la pérdida, en cualquiera de sus variantes. Es humano sentir dolor. Es saludable no huir de él. El duelo precisamente se refiere a cómo nos adaptamos emocionalmente a dicho 5cambio. Hay una frase que resume muy bien lo que acabo de decir: “El duelo es el proceso de pasar de perder lo que tenemos a tener lo que hemos perdido”. En este sentido, se trata de incluir e integrar esa pérdida en mi propia vida. ¿Es fácil? No. ¿Es posible? Sí. ¿De qué manera? En líneas generales, afrontar una gran pérdida es como sufrir un terremoto. Una pérdida produce una sacudida a nuestra vida, y en particular a lo que somos, nos obliga a replantearnos la vida, para entender lo que ha pasado. En nuestra cultura no nos enseñan a perder. Es algo que aprendemos sobre la marcha. Un duelo no se enfrenta, no se afronta. Lo saludable es vivirlo. Un duelo se elabora, se incluye en la vida. Y cada persona lo hace de la mejor manera que puede, con los recursos de que dispone. La manera en que elaboramos un duelo es la manera en que vivimos la vida. Por este motivo, vivir el duelo tiene mucho que ver con prepararnos para la vida».

Ser cuidadosos

En cuanto a las personas que acompañan a lo largo del duelo, Francisco Domínguez explica que «hay que tener claro que la persona está particularmente vulnerable, por lo que debemos ser extremadamente cuidadosos. Mostrarnos abiertos a hablar de nuestras pérdidas y mostrarnos humanos y accesibles. Así mismo debemos tener una actitud sosegada que denote tranquilidad y paz. La persona tiene que poder encontrar un espacio que le arrope y en el que se sienta relajada».

Por su parte, el doctor Rosas recuerda que «muchas veces tendemos a ver la vida como un destino, pero la vida es un camino, un cauce lleno de incertidumbre, no sabemos que va a pasar mañana solo tenemos la certeza de la muerte. Si queremos vivir como personas y vivir como cristianos adultos hemos de aprender a ver cercana la muerte y familiarizarnos con ella, porque según afirma J. L. Redrado, secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, “puede ser cátedra de la vida: nos enseña a valorar las cosas en su dimensión real, nos humaniza, nos hace más vulnerables y nos pone en contacto con la esperanza de una vida que trasciende”».

Las fases del duelo

En cuanto a las fases del duelo, el psicólogo Francisco Domínguez explica que «hay un modelo teórico compuesto de cinco fases comunes a casi todas las personas»:

1. Negación. En general, la persona es incapaz de asimilar lo que ha sucedido y las emociones que conllevan la pérdida. Entonces se encuentra en estado de “shock” y bloqueo.

2. Rabia. En este punto, la persona empieza a darse cuenta de que no puede continuar negándose a la realidad. Aparece la rabia y la cólera. En ocasiones, conlleva pequeñas actitudes agresivas hacia el exterior y aquellos que no pudieron hacer nada para salvar a la persona fallecida (algún miembro de la familia o del equipo de profesionales, etc.).

3. Depresión. Aparece la apatía, el llanto, la desesperanza, el cansancio, etc. Puede haber tendencia al aislamiento, a rechazar las visitas y ocupar mucho tiempo durmiendo o llorando. En ocasiones pueden aparecer también sentimientos de culpa.

4. Ansiedad. Entra en juego la angustia, especialmente cuando se trata de una pérdida cercana y significativa que cubría muchas necesidades afectivas y prácticas. Esta pérdida puede provocar que surjan miedos e inseguridades personales ya “superados” y que aparezcan nuevos. Es de vital importancia aceptar ese miedo como parte normal del proceso.

5. Aceptación. La persona empieza a ser consciente de que quizás nunca volverá a ser como antes pero que para sobrevivir ha de empezar a adaptarse al presente. Toda aceptación implica cicatrizar las heridas y hacer aflorar sentimientos de tristeza o dolor. Implica aceptar que hay aspectos de la vida que no nos gustan y que no controlamos y que tenemos que rendirnos a esta evidencia, dejando atrás nuestro dolor y abriéndonos a la vida).

Estas fases no se desarrollan igual en todas las personas, ni tienen la misma duración o intensidad. Habrá fases que transcurren de manera muy lenta para unos, o bien que serán inexistentes para otros. Pero hay acuerdo en encontrar que hay un hilo conductor en todas las personas que experimentan el duelo, así como asegurar que pasar por estas fases de manera activa implica elaborar el duelo de manera psicológicamente sana.

Beatriz Lafuente

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