Voluntarios llegados de todo el mundo, creyentes o no, se unen cada día a las Misioneras de la Caridad para acompañarlas y poner su grano de arena en la gran misión de dedicar sus vidas al servicio de «los más pobres de entre los pobres». Con la ilusión de sumergirse en esta realidad misionera, José Antonio Villena, sacerdote y delegado de la Pastoral Universitaria de nuestra diócesis, partió de Granada a Calcuta en el verano de 2008, para vivir y conocer esta realidad del pueblo indio que un día cautivó a Agnes Gonxha, hoy Santa Teresa de Calcuta, canonizada el pasado 4 de septiembre por el Papa Francisco.
¿Cómo surgió ir en misión a la India con las Misioneras de la Caridad?
Aunque como Delegado de la Pastoral Universitaria en Granada ya tenía experiencia previa de partir en misión, tenía interés por vivir el voluntariado misionero junto a las Misioneras de la Caridad en la India para abrirme a nuevos lugares y culturas. Así es como en 2008, llegué al número 54 de la calle Bose Road, en Calcuta, donde está situada la conocida «Mother House», la Casa Madre de la congregación de Madre Teresa.
¿Cómo fue tu experiencia como voluntario en Calcuta?
Mi experiencia de voluntariado duró un mes, éramos unos 300 voluntarios de todas partes del mundo, me alojé en un albergue cerca de la Casa Madre. Comenzábamos la jornada a las 7 de la mañana, con la eucaristía en inglés, las Misioneras nos daban el desayuno todos los días y nos enviaban a los distintos proyectos que tiene la congregación en la ciudad. Yo pude conocerlos todos: la Casa Madre, el orfanato, el centro para niños discapacitados, el de niñas maltratadas y «Nirmal Hriday», popularmente conocido como «Kalighat», el centro que acoge a los enfermos y ancianos que están en sus últimos días de vida.
¿Qué fue lo que más te impresionó de esta experiencia en la India?
Me impresióno mucho la miseria que hay en Calcuta, toca la dignidad más profunda de la persona haciéndola rebajarse a lo más infrahumano. Pero sin duda lo que más me marcó de todo fue «Kalighat», el lugar de ir a morir y también el lugar de la misericordia, el lugar del amor de Dios en el que acompañar a personas que han vivido en la calle y en soledad, en sus últimos momentos antes de encontrarse con el Señor. Como sacerdote acompañé también a varios voluntarios españoles, que incluso sin ser creyentes, esa realidad les estaba haciendo plantearse muchas cosas en sus vidas.
¿Qué destacarías de la forma de vida de las Misioneras de la Caridad?
Me llamó mucho la atención que a pesar del bullicio inmenso de Calcuta, el recogimiento que tienen las Misioneras en la oración, la profundidad de la vida y la acogida recibida, dándonos todo lo que tenían. Ser voluntario de las Misioneras no es salvar a nadie de nada, sino ir allí a sumar a lo que ellas ya hacen y seguirán haciendo haya voluntarios o no.
¿Cómo marcó tu vida este tiempo en misión a los moldes de Madre Teresa?
Gracias a mi vivencia con las Misioneras entendí una frase que decía Madre Teresa: «la peor pobreza del mundo no es la falta de pan, sino el sentimiento de no sentirse reconocido por nadie». Al volver a mi cometido pastoral con los jóvenes de la diócesis comprendí que la peor pobreza del joven universitario que se siente vacío, y no encuentra un sentido para su vida, es esta soledad, esta falta de afecto de la que hablaba Madre Teresa. Esta experiencia me hizo desear profundizar más en la humanidad de cada joven. Calcuta es un espejo en el que mirarte a ti mismo, una vez hecho esto, puedes guiar y conducir mejor a otros. Entendí que mi ministerio es el de la presencia y el acompañamiento y esto es lo que intento día a día.
María José Aguilar