Extracto de la homilía en la Eucaristía con los Delegados de Enseñanza de las Diócesis andaluzas, en su encuentro celebrado los días 1 y 2 de julio en Granada. Concelebró el Obispo auxiliar de Sevilla, Mons. Santiago Gómez Sierra.
(…) En buena medida, el mundo en el que la Iglesia y aquellas formas de organización políticas que podemos llamar el Estado Moderno estaban gestándose y naciendo en nuestro mundo.
No emito ningún juicio sobre esa situación. Todas las situaciones de la historia tienen sus puntos maravillosos y sus puntos negativos. Los dos puntos negativos los voy a señalar sin detenerme en ellos. Uno de ellos es una Iglesia que vive muy vinculada al estado o a ciertas formas de la administración pública, incluso a un partido político o así; es una Iglesia que termina pagando esos vínculos, porque no se la comprende de acuerdo con la Verdad profunda de su misterio, no se la comprende como la esposa de Cristo, como el Cuerpo de Cristo, sino como una organización humana más o menos destinada a sostener o a favorecer una forma de estado, una forma de organización política.
Es verdad que la historia de eso viene de mucho más atrás. Viene del siglo IV y los padres advirtieron en aquel momento de los riesgos que aquello tenía. Y eso ha estado en el mundo eslavo por ejemplo. Ha marcado tan profundamente el cristianismo. Y sin embargo, el otro riesgo es que nosotros nos durmamos y pensemos que es el estado el que tiene la obligación de resolver los problemas de la Iglesia. Yo recuerdo siempre que en el primer volumen del “Ateo dramática”, del teólogo suizo Von Balthasar, cuando él habla de lo que es un drama y describe, dedica un capítulo entero a un análisis de “El gran teatro del mundo”, los dramas cristianos más profundos y más serios, se detiene en un detalle, que es cuando la fe tropieza y el rey la sostiene; es nada más que un gesto en la obra, pero ese gesto que pasa casi desapercibido para el espectador no atento, al final es decisivo, porque en el Juicio Final el rey es salvado por haber sostenido la fe. Yo confieso cuando lo leí, tendría 25 años, por primera vez, me llamó la atención y hoy lo comprendo mucho más, decía ‘esto se refiere a un problema particular español que no necesitamos detenernos en el año’; nosotros mismos pensamos, uno no lo percibe en el pueblo; hay un problema, tenemos un problema de organización social, de vida social, de cualquier tipo, y nuestra primera idea es que el estado tiene que resolverlo, y reclamamos y pedimos (…). (…) El caso es que el cristianismo desde el Señor siempre ha tenido un puntito de desconfianza (…). (…)
Lo cierto es que nosotros estamos celebrando esta Eucaristía hoy en un sitio donde empezó –digamos empezaba un mundo- (…). (…) D. Santiago (ndr. D. Santiago Gómez Sierra, Obispo auxiliar de Sevilla) me conoce muy bien desde hace muchos años, y yo le conozco también a él. Nosotros sabemos lo que significan las luchas y también nos conocemos las luchas en nuestro contexto, por una parte por defender la posibilidad de la enseñanza religiosa en la escuela, aunque comprendemos muy bien que, para quienes hace mucho tiempo -generaciones y quizás siglos ya- la religión no es más que un sentimiento, los sentimientos no tienen su lugar en la escuela. Mientras que nosotros sabemos que el cristianismo, la fe cristiana, es un acto de inteligencia. La Iglesia lo ha defendido siempre: es un acto de la inteligencia, lo cual uno se adhiere a una verdad de la que tiene conciencia. Y por lo tanto, un acto de inteligencia que cambia la mirada sobre todo; sobre el modo como uno ve la naturaleza, los animales, el rostro humano, el cuerpo humano, absolutamente todo: la persona, el valor de la vida. Todo. El encuentro con Cristo y la acogida de Cristo en la vida pone una mirada diferente.
A mí me hacía siempre gracia cuando escuchamos tanto interés, se escuchó en ámbitos de la Iglesia, cuando la “Educación para la Ciudadanía”, y a mí siempre me pareció que era infinitamente más peligrosa el bloque de asignaturas de “Ciencias para el mundo contemporáneo”, donde se enseñaba una visión del mundo absolutamente reductiva con una antropología menos que materialista, positivista del siglo antepasado (siglo XIX), y ahí no se movió nadie. Hemos luchado por eso, seguiremos luchando por eso y lo seguimos luchando. Pero también es bueno luchar con una conciencia del momento histórico en el que vivimos. No luchar como si todo dependiera de que ese momento histórico pudiera perpetuarse. De la misma manera, luchamos por la libertad de las comunidades cristianas y de la sociedad. (…) Decía Bernanos, “quien sólo defiende su libertad ya está dispuesto a traicionarla”. La garantía de que uno ama la libertad es que es capaz de defender la libertad de los adversarios. No es una reflexión baladí, en absoluto. Quien sólo defiende su libertad siempre está bajo la sospecha de que lo que defiende son sus intereses. Habéis oído esa acusación muchas veces respecto a la Iglesia: nosotros estamos defendiendo nuestros intereses. No. Defiendo que una sociedad pueda constituirse y pueda tener espesor por sí misma, y que se la deje expresarse libremente, y que no sea y que no ocupe su lugar, desde luego, la Administración del estado y las administraciones públicas (…)
(…) Tenemos que luchar, por supuesto, por la libertad de la Iglesia, donde los padres lo piden, y resistirnos mucho a pensar “es que los sentimientos religiosos, es que las ideas religiosas, o la ideología religiosa”. El cristianismo ni es un sentimiento, ni son una serie de creencias, ni una serie de ideas. Eso requiere un cambio en el cuerpo eclesial. Es una experiencia. Es una experiencia histórica, que puede mostrar sus frutos en la historia, con muchos pecados, claro, pero con unos frutos que nadie más que ella puede mostrar: una legión innumerable de santos, de unas humanidades que resplandecen de belleza en cualquier rincón que las pueda poner uno, en cualquier sitio. ¿Qué digo con esto? Que haciendo estas dos cosas que he dicho, sin embargo, no estaría de más, probablemente, que nos vayamos entrando en un contexto diferente, porque ese mundo que nació en 1492 está agonizando ahora mismo ya. Entonces, hay que aprender a vivir en un mundo diferente.
La Iglesia no necesita más que a su Señor. Nosotros no necesitamos más que la compañía, la presencia y la fuerza de Jesucristo para realizar nuestra misión. Y la Iglesia no puede renunciar a una misión educativa. ¿Que la tenemos que hacer sentados debajo de un olivo?, ¿que la tenemos que hacer en un campo de concentración? Pues la haremos. ¿Que lo tenemos que hacer en las escaleras de la Plaza de las Pasiegas? Pues a lo mejor tenemos que aprender a educar haciendo mimo, porque es la forma que tenemos de comunicar que hay otra forma de vida, que uno puede abrir el corazón a otro horizonte. ¿Que tenemos que idear fórmulas y modos? Yo creo que ahí hay un reto a nuestra imaginación. Y las personas que estáis más cerca del mundo de la educación y de la enseñanza habría que imaginar formas. (…)
(…) ¿Que vienen t
iempos difíciles? En esos tiempos difíciles surgían los santos. Los tiempos difíciles permiten aflorar la esencia de lo que es nuestra fe, de lo que significa ser Iglesia, de lo que significa Jesucristo en nuestra vida. Mientras que en los tiempos fáciles se nos va el trimestre con poner cómo vais en la clase y con poner cuatro peliculillas más, y pensamos que hemos enseñado a los chicos. O decirles que hay unos valores importantes que tienen que aprender, que ser solidarios…, cuatro palabritas así que suenan fácil y bien, y que defendería todo el mundo, pero que tienen poco que ver con el hecho de la pertenencia a la Iglesia y a la pertenencia a Jesucristo, que es lo que nos define.
Le damos gracias al Señor. Una Eucaristía es siempre para dar gracias. Claro que le damos gracias al Señor por vivir en tiempos recios, en una frase de nuestra santa. Porque nos da la ocasión de desarrollar imaginación. Hay aspectos de la educación que nunca hemos tocado: ¿cómo se evangeliza la imaginación? Es decir, cuando los niños desde los dos años están jugando con la Play Station y con el Iphone de los papas o con la Tablet. De ahí les viene toda una imaginación de lo que es ser felices. ¿Cómo se evangeliza la imaginación? Eso es una línea de investigación entera para abrir. ¿Cuál es una imaginación cristiana?. Una imaginación cristiana de lo que significa el amor, de lo que significa la amistad, de lo que significa una vida bella, de lo que significa la relación hombre-mujer, de lo que significa la mujer. Un horizonte inmenso que no se toca. ¿Dónde se educa en este momento las tres tareas que a mi me parece que serían esenciales de cualquier educación humana en un mundo en ruinas? La educación al uso de la razón. El uso de la razón no es tener conocimientos, pero tampoco es simplemente saber cómo acceder a los conocimientos. El uso de la razón produce hombres sabios, hombres y mujeres sabias, que saben conducirse en la vida. ¿Dónde se enseña eso?: el uso de la libertad. Lo digo porque son tres magnitudes que el mundo moderno considera como absolutas y que nunca piensa que pueden ser educadas. Y yo creo que sería imprescindible educarlas. Si la razón se usa mal, uno termina estrellándose; si la libertad se usa mal, no termina siendo un hombre libre, termina siendo a lo mejor un esclavo de los instintos más bajos, de la avaricia o de cualquier otra cosa. La libertad hay que ejercitarla enseñando para qué sirve la libertad. Y lo mismo la fe. Me queréis decir en qué instituciones del mundo hoy, aunque lleven el nombre de instituciones educativas, se educa en esas tres dimensiones de la vida humana, esenciales para poder vivir.
Damos gracias por lo que hemos recibido. Que lo que hemos recibido es el secreto de la esperanza del mundo, no nos engañemos. Damos gracias y las daremos todos los días.
Las lecturas de hoy hablaban del Paraíso. La lectura del profeta Amós cuando decía “se suceden los que siembran con los que siegan” está describiendo la fecundidad del Paraíso. Eso los Padres lo harán explícito. El Paraíso es un lugar donde las cosechas se suceden, una cosecha cada mes, llegaron a decir. Pero, ¿qué es el Paraíso? El Paraíso es una persona: el novio, el Paraíso es Cristo, hasta tal punto que los Padres cuando la lanza atraviesa a Jesús en la cruz dirán: “Bendito tú centurión, cuya lanza nos abrió las puertas del Paraíso”. Es verdad que eso sucedía porque la palabra lanza, que se usaba en algunas versiones de la Antigüedad cristiana, era la misma que tenía el querubín para prohibir el paso al Paraíso, y se jugaba con esas dos imágenes: el querubín nos impedía el paso al Paraíso y la lanza que abrió tu costado de la que brotaron los sacramentos nos ha abierto de nuevo el Paraíso, que es tu Ser, tu Vida.
(…)
Que Cristo sea el centro, primero, de nuestra alegría, porque es Él quien se ha dado a nosotros; segundo, que cuando luchamos por las cosas que luchamos lo único que realmente importa es poder dar testimonio de que Cristo es lo más querido en nuestra vida. Y los regímenes caerán, los momentos históricos pasarán. En cualquier situación y en cualquier circunstancia del mundo nosotros podemos dar testimonio de que hay una esperanza para el hombre, hay una posibilidad de una vida verdadera, de una vida bella, y esa vida bella tiene un nombre que hace que comience el Paraíso aquí en la tierra y que, por lo tanto, podamos vivir contentos con Nuestro Señor Jesucristo.
Que no nos falte esa certeza. Y todo lo demás, lo estudiamos, lo planeamos, hacemos nuestras estrategias, y todo, sin demasiada esperanza de que de ahí nos vaya a venir la salvación. La salvación nos viene del Señor, que se nos da de nuevo en esta Eucaristía, como tantas veces.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
2 de julio de 2016
Capilla Real