Se cumplen cinco años del nombramiento de mons. Santiago Gómez Sierra (Madridejos, Toledo, 1957) como Obispo auxiliar de Sevilla. Desde entonces se ha convertido en el colaborador más cercano del Arzobispo en el gobierno de una Archidiócesis con una dimensión desconocida hasta entonces por un sacerdote acostumbrado en Córdoba a diversas responsabilidades eclesiales. Hoy pasa revista a una comunidad que ha tenido ocasión de conocer bien gracias a las visitas pastorales que realiza desde hace tres años.
Con la perspectiva de estos cinco años, ¿reconoce ahora la diócesis que espera encontrarse entonces, antes incluso de su llegada al Arzobispado?
La verdad es que yo no traía una idea muy preconcebida de la diócesis que me iba a encontrar, más allá de que llegaba a una diócesis grande, con muchas parroquias, sacerdotes, religiosos o realidades eclesiales. Por la experiencia que yo traía de Córdoba, se trata de una diócesis que es casi el triple. Lo que más me ha impactado es la dimensión.
¿Hay alguna circunstancia que le haya sorprendido especialmente de estos años en Sevilla?
A medida que he ido conociendo y metiéndome en la realidad de la Iglesia en Sevilla, lo que más me ha impactado es la visibilidad de una gran piedad popular, la presencia tan masiva, y cómo eso se solapa con muchas realidades que necesitan una nueva evangelización de una forma apremiante.
Quizás han ayudado a esa percepción las visitas pastorales que ha llevado a cabo en los últimos años, en las que ha podido palpar el tejido eclesial sevillano.
La visita pastoral es una experiencia muy grata. Lo que voy encontrando en parroquias muy diferentes son situaciones social, económicas y culturales muy diversas. En todas ellas hay personas muy comprometidas con sus parroquias, muy generosas en cuanto a tiempo y disponibilidad. Esta es una realidad que he constatado con mucha gratitud. Y luego destacaría la alegría que se crea cuando llega el Obispo. Me sorprende que el ministerio del Obispo sea motivo de alegría, se crea un clima de alegría, cercanía y familiaridad que es muy grato.
Una curiosidad: ¿Qué le preguntan al Obispo?
(Ríe) Me preguntan de todo, particularmente los niños, desde quién hizo a Dios hasta qué hace el Obispo. Cualquier cosa.
Suele repetir últimamente que nos encontramos en un periodo de misión, ¿En qué se concreta esta situación?
Si, es una idea que el magisterio pontificio nos lleva diciendo desde hace décadas, y ahora el Papa Francisco nos dice que quiere una Iglesia misionera. Esto responde a una realidad: tomar conciencia de que la transmisión de la fe que se ha hecho en la familia, en la escuela, en las costumbres sociales, se ha cortocircuitado con mucha frecuencia. Eso provoca una realidad que se traduce en algo tan simple como que un niño llega a la catequesis con siete u ocho años y no sabe santiguarse.
¿Y por eso, entre otras cosas, el Directorio de Iniciación Cristiana?
Si, si. Hacerse cargo de estas situaciones es lo que se pretende con el Directorio. Tomar conciencia de que la catequesis que hemos recibido tradicionalmente era entendida sobre una formación que ya se traía de la escuela y de la casa, como un plus que nos daba la parroquia para recibir un sacramento. Ahora resulta que no se puede plantear así, hay que plantearla como un catecumenado, como un proceso en el que hay que hacer al cristiano, no darle un plus sino suscitar esa fe, que a veces está muy poco desarrollada.
¿Percibe quizás un punto de rutina en la práctica religiosa?
No sé si la palabra rutina es la más correcta. Se trata de darnos cuenta de que la fe que estaba sostenida por la costumbre social, hoy, lo mismo en niños que en jóvenes o adultos, exige una opción personal. Dejándote llevar, la corriente dominante no te conduce a la Iglesia, a la práctica sacramental, ni te conduce a una vida cristiana. Se trata de tomar conciencia de que tenemos que acompañar a la persona, de tal forma que esa opción personal libre se pueda desarrollar.
¿Cuáles serían las herramientas, los estímulos para revitalizar esa vida de fe?
Tenemos que partir de la realidad que tenemos, tanto de personas como estructuras. Hay que ponerlas a actuar de manera que no demos por supuesta la fe, y que seamos conscientes de que la tenemos que provocar y acompañar.
Cambiamos de tema. Usted conocía al Arzobispo de su etapa en Córdoba ¿Podría hacernos un resumen de lo que está suponiendo este episcopado de monseñor Asenjo en Sevilla?
Don Juan José está subrayando unos cuantos frentes de la vida de la Archidiócesis. Por una parte el Seminario, el seguimiento que hace de él. Desde el acompañamiento personal que hace de los seminaristas hasta la opción de abrir un Seminario Menor, con lo que eso supone de trabajo en la pastoral vocacional desde la adolescencia. Además, la apertura de un Seminario Redemptoris Mater, animando la espiritualidad sacerdotal, la formación en todos sus niveles, también para los laicos; impulsando también la Acción Católica…
No se trata entonces de un episcopado precisamente pasivo, no se está dejando llevar.
No, no, no… Y a esto añada la familia, la apertura de los centros de orientación familiar. Don Juan José es un trabajador nato, le gusta el trabajo bien hecho y con espíritu apostólico. El Papa dice en Evangelii Gaudium que un cristiano se perfila con dos notas, por orar y trabajar. Y yo creo que eso cuadra perfectamente con el Arzobispo.
Citaba antes la piedad popular ¿Sería posible llegar a un entendimiento franco entre las hermandades y la Iglesia en su conjunto? ¿Dónde podría estar ese punto de encuentro?
A mí no me gusta hablar de hermandades e Iglesia como si fueran dos polos que tienen que ponerse en relación, puesto que las hermandades son parte de la Iglesia. Creo que tenemos que partir de que en las hermandades, como entre los bautizados, hay distintos círculos donde se sitúan los cofrades. Hay quienes viven la hermandad de una forma intensa y vertebran su vida de fe desde ella, hay otros que muy esporádicamente acuden a la hermandad y participan en los cultos, y hay quienes simplemente están apuntados pero la hermandad no les dice gran cosa. Yo creo que esa realidad, esa diversidad, está también internamente en las hermandades. No podemos hablar de las hermandades de una forma homogénea.
Don Juan José se suele referir con frecuencia al «humus religioso» de la sociedad sevillana y andaluza. Algo en lo que las hermandades tienen mucho que ver.
Totalmente de acuerdo, Es así, un dato objetivo. El Papa dijo en el Jubileo del Año de la Fe que las hermandades tenían que ser fragua de santidad –don Juan José emplea también este término con frecuencia-. Es decir, dar calor al corazón, donde el encuentro con Cristo sea posible. Creo que las hermandades tienen capacidad para despertar una vocación, que es calor, que hace que el corazón se pueda volver al Señor y que pueda tener una experiencia religiosa.
Subrayaba anteriormente la preocupación por la pastoral vocacional ¿Cree que hace falta potenciar algún aspecto concreto de la formación de los futuros sacerdotes para el contexto social en el que van a desarrollar su ministerio?
Las notas son las fundamentales con los distintos matices que pueda haber en cada generación, pero creo que hoy el sacerdote necesita una experiencia fuerte de amistad con Jesucristo, con el Señor, descubrir que es el tesoro que ha encontrado en el campo, y que ese valor de la fe sea para él indubitable. Por otra parte precisa como un fuego en el corazón para llevar el Evangelio a la gente con la que vive sin ningún tipo de distancia, y con ganas de estar en los lugares más de frontera para la evangelización, particularmente con los pobres. Eso que el Papa habla de las periferias. A veces podemos tener la tentación de añorar ámbitos cálidos para vivir los rescoldos de lo que queda de un cristianismo sociológico que ya no es así.
En estos años ha tenido ocasión de conocer de cerca a los sacerdotes ¿Qué diagnóstico haría del clero sevillano?
El clero goza de buena salud. Encuentro sacerdotes muy entregados a sus parroquias, cada uno con su manera de ser y su talento personal, pero todos con ilusión para servir a sus parroquias. Si tuviera que decir alguna dificultad, derivada sobre todo del número, del tipo de relaciones que podemos establecer, diría que tenemos que estar muy pendientes de cómo vivir el presbiterio, de cómo vivir la comunión.
Año de la Misericordia ¿Qué se espera de este acontecimiento en Sevilla?
Un acicate para la misión, como el Papa plantea en la bula de convocatoria, un estilo de llevar el Evangelio. La Iglesia podría llevar la verdad del Evangelio sin misericordia, la podría emplear como un arma frente a otros. Pero este Año nos está invitando a llevar la verdad con misericordia, con entrañas y sentimientos de cercanía a aquellos a los que anunciamos el Evangelio. No podemos pensar en una Iglesia que viva la misericordia sin la verdad, eso sería una trampa.
Si bien este jubileo va a planear sobre todo lo que se haga en la diócesis, ¿cuáles son las prioridades de la Iglesia en Sevilla para este curso?
Durante este año vamos a trabajar el nuevo Plan Pastoral Diocesano, que se quiere presentar en la clausura del Año de la Misericordia. Sería el plan para los próximos cinco años.
Un plan para el que se ha pedido la implicación de todos los sectores eclesiales.
Si. Se puede trabajar en las parroquias, arciprestazgos, movimientos, vida religiosa… Cuantas más aportaciones haya más rico será. Además, proseguiremos con la implantación del Directorio de la Iniciación Cristiana, lo cual va a suponer un trabajo de unos cuantos cursos; y al hilo del Directorio, impulsar la Acción Católica General como manera de vivir la fe desde grupos de vida que oran, que se forman juntos y van viviendo un proceso de conversión.
Terminamos esta entrevista con una mirada a la actualidad derivada de los recientes atentados terroristas ¿Percibe entre la gente cierta incredulidad o temor ante esta nueva dimensión de la violencia?
Como la misma palabra indica, el terrorismo pretende aterrorizar, difundir ese miedo difuso. Y yo no creo que eso sea una preocupación inmediata entre nosotros. Pero sí que la gente necesita palabras de esperanza y responsabilidad. Porque una cultura como la occidental, a la que ha contribuido decisivamente el cristianismo con el valor de la vida, de la libertad o el valor inalienable de la persona, no es algo que se puede dar por conseguido de una vez para siempre sino que tenemos que trabajar cada generación. Ahí la Iglesia puede hacer una aportación fundamental, y cuando digo la Iglesia digo cada cristiano viviendo hondamente su fe.