Ha participado en siete sínodos, entre ellos la Asamblea Extraordinaria sobre la Familia de 2014, que sirvió de preludio a éste, y reconoce que en estas convocatorias siempre se produce «el milagro del consenso y de la unidad, que quizás en este sínodo ha sido un poco más claro». Aunque lo ha seguido desde casa, el cardenal Fernando Sebastián tiene claro que la mayor novedad de este sínodo es el cambio de una actitud excluyente a una integradora.
Antes de comenzar, las posiciones se presentaban encontradas en múltiples temas. Sin embargo, el documento final ha sido aprobado por mayoría de dos tercios. ¿Cómo es eso?
Siempre que hay una reunión, unas deliberaciones, hay diferencia de pareceres, de sensibilidades y de preocupaciones. Algunos hacen como si esto fuera un grave problema en la Iglesia y una amenaza de ruptura, pero es normal en cualquier organismo vivo. Ya dijo el Papa que para acudir y decir lo que ya sabemos todos, no vale la pena convocar un sínodo. Con padres sinodales de África, de Norteamérica, de Centro Europa… es lógico que haya mucha variedad de opiniones. Pero a lo largo del Sínodo, en virtud de lo que realmente es la Iglesia, la buena voluntad de todos de ir ajustando sus opiniones a la norma del Evangelio, al encuentro y al diálogo con el que piensa diferente, a las exigencias de la unidad, va haciendo ese milagro que yo he visto en cada uno de los sínodos a los que he asistido, el del consenso y la unidad. Nos tenemos que acostumbrar a no escandalizarnos de que en la Iglesia haya un contraste de pareceres y una búsqueda conjunta, pero a veces dificultosa, de una postura común que, al final, por la Gracia de Dios llega, como hemos podido ver.
¿Cuáles han sido los temas centrales de esta convocatoria sobre la familia? ¿Los que han salido en la prensa?
El que más ha acaparado la atención de la prensa y de los grupos, e incluso las declaraciones de los padres sinodales al exterior, ha sido precisamente el de la posibilidad o no de la comunión a los divorciados vueltos a casar, lo que el Papa ya advirtió que sería una lástima. Este punto no es el tema central ni del Sínodo, ni de la Iglesia ni de las necesidades de la familia hoy. El tema central es que la Iglesia sea capaz, en este contexto, de presentar de manera positiva, atractiva y humanizadora la doctrina tradicional sobre el matrimonio, es decir, la alianza de amor irrevocable entre varón y mujer. Eso es un camino de perfeccionamiento humano y maduración sobrenatural que está inscrito por Dios en la propia naturaleza humana.
¿Podemos entender un cambio de actitud?
Es algo muy importante que pide el Sínodo: pasar de una actitud excluyente a una acogedora e integradora. Es decir, ver las formas imperfectas de convivencia en relación al matrimonio cristiano, no como una alternativa al sacramento del matrimonio, sino como una oportunidad de preparación para el matrimonio, de tal manera que las parroquias vayan pensando en organizar iniciativas para hacer ver a estas personas que ese camino de amor conjunto que han iniciado, para crecer todo lo que tiene que crecer, tiene que desembocar en el matrimonio cristiano. Es decir, en vez de excluirles como pecadores, invitarles, como personas que están comenzando a vivir el misterio del amor humano, a vivir más hondamente ese amor, preparándolas para vivir su amor y su alianza de vida en la presencia de Dios y con el amor de Jesús: un amor sincero, irrevocable, sacrificado, generoso… Así, ese itinerario de amor que emprenden dos jóvenes por su cuenta, va a alcanzar una profundidad y una belleza que de otro modo no podría tener.
¿Cómo se materializa en el tema de los divorciados vueltos a casar?
El Papa, deseoso verdaderamente de hacer avanzar en la Iglesia una actitud nueva ante un problema que se presenta también con una fuerza nueva, ha querido que se estudiara sinceramente la situación del matrimonio y de la familia en la sociedad contemporánea, y que buscáramos dentro de la Iglesia cuál era la verdadera respuesta cristiana que debíamos ofrecer a esta situación, que es un problema no sólo para la Iglesia, sino de sufrimiento de la gente, porque todas las familias que se deterioran, que se rompen, son causa de sufrimiento para todas las personas que participan en ella. El Papa, con una voluntad verdaderamente misionera y llena de compasión y de misericordia, ha querido estudiar de verdad el problema y los puntos en los cuales conviene insistir para mejorar la situación. Precisamente el punto que se ha quedado en 178 votos a favor (superando por solo un voto los dos tercios) ha sido éste, que a mí me parece más novedoso: el Sínodo, en el caso de los divorciados vueltos a casar, recomienda que se haga un discernimiento personal y misericordioso de la situación de cada persona que viene, no en actitud frívola o exigente, sino de arrepentimiento. Lo primero que hay que ver es cómo fue el primer matrimonio, ¿fue válido o no? La Iglesia ha facilitado el proceso por el cual se reconoce la posible nulidad de algunos matrimonios. Segundo, ¿hasta dónde se trató de salvar el matrimonio? Tercero, ¿es posible recomponerlo? El Sínodo dice que se mire cada caso, tratando de resolverlo hasta donde se pueda. El tema lo ha dejado abierto. No dice hasta dónde puede llegar la Iglesia en el perdón de los pecados y en la restauración de la vida de una persona arrepentida. Ya veremos qué nos dice el Papa en su Exhortación Apostólica.
No es pequeña la tarea del Papa… ¿Cuándo la veremos concluida?
Las exhortaciones sinodales tardan un año o año y medio. Esa será la terminación real de este trabajo de tres años sobre la familia. Hay que rezar mucho por ese trabajo suyo.
Ana María Medina