Homilía de D. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía del II Domingo de Adviento, celebrada en la Catedral el 7 de diciembre de 2025.
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes;
queridos seminaristas, especialmente los que venís de Camerún;
querido diácono;
queridos hermanos y hermanas;
queridos fieles de las parroquias de Cónchar y Cozvíjar, que habéis venido con vuestro barco, con don Felipe;
queridos amigos, hermanos todos:
Sed bienvenidos, como os decía, en este segundo domingo de Adviento.
Los primeros cristianos se preparaban al Adviento como si fuese una cuaresma. Por eso, resonaba muy fuerte la Palabra de Dios de la conversión, para recordar la primera venida del Mesías, para preparar un corazón bien dispuesto. Vivían con penitencia esos días, para que después estallaran en alegría, en gozo, en compartir los días de la Navidad del Señor. Es más, los Padres en sus homilías, especialmente San León Magno, habla de este espíritu de conversión, de este espíritu penitencial, de esos días de penitencia dentro del Adviento.
Nosotros, queridos hermanos, hemos olvidado esto. Nos ha comido el terreno los grandes almacenes, incluso la política. Nos ha comido el terreno esa llamada al consumismo, esa llamada a tener y celebrar los días de Navidad como si fuesen unas fiestas de invierno. Todo lo más, sí, un sentido fraterno, claro que lo tiene, ¿cómo no lo va a tener? De preocuparnos de los demás. Lo malo es que tiene fecha de caducidad y del día siguiente al Día de Reyes ya la solidaridad se acabó hasta el año que viene. Esos días nos ponemos como más tiernos, volvemos a ser como niños, pero no tanto. Esos días también, claro que sí, son días de familia, de juntarnos, de echar de menos a quienes están lejos. (Nosotros en mi casa esperábamos a mi padre que estaba en Alemania). Son días en que se encuentran las familias. Son días también en que se echa de menos, especialmente viene una nostalgia y un recuerdo de quienes nos han dejado y otros años han compartido esas fiestas con nosotros.
Pero hemos ido perdiendo los grados de consideración de la Navidad. Por eso, es muy bueno cómo San Pablo hoy nos advierte en la Segunda Lectura de que la Palabra de Dios ilumina nuestras vidas, nuestras circunstancias. En esa Palabra de Dios, San Pablo invitaba a la paciencia. Invitaba – y ha repetido también en la Carta a los Filipenses- a tener los sentimientos de Cristo. De eso se trata, queridos amigos.
Todo el año cristiano es una configuración con Cristo. Es vivir la presencialidad de Cristo, la actualidad de Cristo, la contemporaneidad de Cristo en nuestras vidas en lo que es, por esencia, la obra de Dios, que es la liturgia. Y entonces, hacemos presente al Señor. Se hacen realidad esas palabras con las que nos alude el sacerdote: “El Señor esté con vosotros”. Claro que está con nosotros. Está en su Palabra que hemos escuchado, está en su cuerpo y en su sangre que compartimos y es ofrecido. Y están los hermanos que se hacen presente.
Vamos a prepararnos a las fiestas de Navidad y vamos a recuperar ese sentido. No digo de esas penitencias que vivían nuestros hermanos los primeros cristianos, pero sí de conversión como nos habla el profeta Isaías en la Primera Lectura. Nos hace una llamada a la conversión, pero sobre todo esa llamada a la conversión para prepararnos a esos tiempos mesiánicos que describe el profeta de paz, de concordia. Esos tiempos que hemos de hacer aquí, anticipar aquí, haciendo realidad esa petición del Padrenuestro, “venga a nosotros tu Reino, así en la tierra como en el cielo”; que se haga Tu Voluntad: “Venga a nosotros tu Reino”.
Se cumplirá ciertamente en la llegada final del Señor al final de los tiempos. Pero Cristo ya ha vencido. Y ese recuerdo de su primera venida tiene que ayudarnos a recordar y a movernos, a espabilarnos para instaurar aquí en nuestro mundo un reino de paz y de concordia. Máxime cuando vemos tanta división, tanta zozobra, tanta inquietud, tanta falta de cariño, tantas guerras abiertas, tanta violencia, tantas diferencias sociales. Y al mismo tiempo, tanta opulencia, tanto consumismo, tanto lujo, tanto desenfreno. Y la voz del profeta tiene que resonar en nosotros, pero, sobre todo, la voz de Juan el Bautista, que es la gran figura de este segundo domingo de Adviento.
Y nos invita precisamente a la conversión. Pero para no andarnos con teoría o por las nubes tenemos que preguntarnos ‘¿en qué tengo yo que cambiar para preparar una verdadera Navidad?’. Sí, ciertamente, se está preparando, se compran productos, y a ser posible anticipándose en los precios. Si es verdad se compran regalos; si es verdad nos preparamos con mejor ropa.
Pero, ¿nuestro corazón se prepara para vivir la Navidad? ¿Para levantar tanto esa hondura de nuestros egoísmos? ¿Esa hondura de pensar sólo en nosotros mismos? ¿Esa hondura de nuestras divisiones y esas brechas que nos separan de Dios y de los demás? ¿Estamos dispuestos a allanar ese terreno como nos pide el profeta, como nos pide Juan el Bautista? ¿Estamos dispuestos a bajar nuestra soberbia? ¿A ser humildes, a reconocer que nos equivocamos y que necesitamos ser mejores? ¿Estamos dispuestos a rebajar muchas veces nuestros lujos? ¿Estamos dispuestos a rebajar muchas veces nuestras ansias de poder? ¿Estamos dispuestos realmente a cambiar?
Nada mejor para vivir la Navidad que se acerque a ese espíritu de conversión que una buena confesión; que una buena reconciliación con el Señor, para vivir al menos con un sentido cristiano elemental nuestro acercamiento a Dios y preparar -haciéndonos eco de las palabras de Juan el Bautista- un corazón bien dispuesto al Señor. Para que la Navidad nos haga ser mejores, pero no en lo exterior, no en una sensiblería que caduca, no en un sentimiento de fraternidad pasajero, sino, fijo, firme, de compromiso cristiano, por hacer un mundo mejor, por acercarnos a los pobres y a los necesitados, por reconocer a Cristo en quien está lejos de nosotros y puede pasar hasta en nuestras propias familias.
Queridos hermanos y hermanas, el Adviento es un tiempo para espabilarnos. Para ponernos en la actitud de vigilancia. Para ponernos, sobre todo, en la actitud de conversión y de vuelta a Dios. Esto es lo que nos pide y esto no está reñido con la alegría, con la esperanza de este tiempo. Esto no está reñido con la verdadera alegría que es encontrarnos con el Señor. Esto no está reñido con la verdadera alegría que es la paz y el gozo. No sólo tener cosas, sino tener razones y sentido por el que vivir.
Vamos a pedirle ayuda a la Virgen Santísima. Estamos esperando esta tarde la Vigilia, por eso no está aquí la Virgen que iba a incensarla. Y no está para dar espacio a la Virgen de la Granada, que viene esta tarde a la Catedral, para la Vigilia de la Inmaculada. Ella es la limpia de todo pecado, pero Ella es la llena de santidad. Nadie como Ella preparó la Virgen del Señor.
Vamos a pedirle a Ella, a la Virgen Santísima, a la Virgen de la Esperanza, a la Virgen de la Espera, que nos ayude a esperar a Jesús y a recibirlo como Dios quiere, así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispado de Granada
S.A.I Catedral de Granada
7 de diciembre de 2025

