
El profesor de la Escuela Teológica San Manuel González Juan Carlos López Lozano invita a profundizar en el Evangelio de este domingo II de Adviento,
En este segundo domingo de Adviento se nos presenta un personaje que, siendo ya bastante conocido, no deja de ser intrigante: Juan el Bautista. Parece alguien salido de otro tiempo, pero que habla con una tajante claridad, que hace que su mensaje no deje de interpelar a las generaciones que lo escuchamos.
Imaginemos que este discurso, que lanza el pariente de Jesús, lo hiciera en medio del ajetreo propio que hemos inventado en este tiempo: de aquí para allá; de compras, a comidas de empresa; de viajes, a visitas familiares; de luces que destellan al ritmo de la música, a celebraciones anticipadas de la Navidad. Como si del Grinch navideño se tratase, así podríamos ver al Bautista: alguien que nos desarme esta atmósfera que hemos creado; en la que el periodo navideño se introduce, incluso, antes de que nos tengamos que poner la manga larga.
Nada más lejos de la realidad. Él no quiere echar por alto nuestro espíritu navideño, sino que nos ayuda a frenar, frente al piloto automático que nos desborda en la vida. Ese “convertíos” no es un eslogan piadoso salido de la boca del “más grande de los nacidos de mujer”, sino que es una invitación a un cambio real, a un ponerse las pilas de verdad, a vaciar y volver a llenar el corazón de lo que realmente es importante: de Jesús. El toque de Juan, que puede resultar incómodo, es un recordatorio a no tener una fe envuelta en decoraciones superficiales -como un espumillón del árbol-, sino una fe dispuesta a abrir camino a Dios, que viene con ternura y fuego, dispuesto a encendernos por dentro.

