Comenzamos el Adviento, y en este primer domingo, la Iglesia nos recuerda que el Señor ha de venir al final de los tiempos en gloria y majestad. Es lo que conocemos como la parusía, un acontecimiento que, aunque tendrá tintes apocalípticos, estamos llamados a vivir en espera gozosa y con responsabilidad.
En el evangelio, el Señor compara su segunda venida con los días de Noé. Antes del diluvio, la gente vivía ocupada en sus asuntos sin prestar atención a Dios (de ahí el <<comían, bebían y se casaban>>). Estos no esperaban el diluvio, pues al estar distraídos de lo importante y no tener a Dios en el centro de su vidas, no se encontraban en actitud de vigilante espera ante lo que estaba por venir.
De la misma forma, la imagen de los dos hombres en el campo o las dos mujeres moliendo subraya la importancia de la actitud interior ante la venida del Señor. Lo importante no está en lo que uno hace, en las tareas, sino en la apertura del corazón a Dios. Ante la venida del Hijo del hombre, dos puedes estar haciendo la misma tarea. Sin embargo, solo quien esté unido a Cristo, vive de Él y para Él, podrá alegrarse ante la venida triunfante del Hijo del hombre.
En este domingo, por tanto, se nos invita a velar y a permanecer en vigilante espera. Velar no significa vivir inquietos o con miedo, sino atentos, disponibles, con una mirada que reconoce la presencia de Dios que ya viene a nuestro encuentro. La vigilancia cristiana es la actitud del amante que espera, no del esclavo que teme. La venida definitiva del Señor ilumina así nuestro hoy, donde Él viene de diversos modos cada día en su Palabra, en la Eucaristía, en los hermanos y en los acontecimientos. Acoger su presencia ahora nos prepara para acogerlo plenamente cuando Él venga al final de los tiempos, <<porque el día que menos penséis viene el Hijo del Hombre>>.
Juan José Feria Toscano
Rector del Seminario Diocesano
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