
El Evangelio de este domingo, solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, rey del universo (Lc 23, 35-43) comienza contraponiendo la actitud del pueblo que mira, las autoridades que se burlan y los soldados que pronuncian palabras hirientes que disimulan su incomodidad ante los crucificados.
En el escenario dramático del lugar de la Calavera ocupa la cruz de nuestro Señor lugar central con la indicación escrita de la causa de su ejecución: «Este es el rey de los judíos». En torno al patíbulo las autoridades se unen para mofarse del ajusticiado imposibilitado de defensa porfiando, «si eres rey, sálvate a ti mismo».
Dos malhechores acompañan en esta hora a Jesús. Uno le increpa e insulta retándole a usar los medios necesarios para la liberación del tormento, en un intento desesperado de escapar de la muerte. El otro, a pesar de la situación límite, confía y reprende al poco considerado. Las palabras de perdón de Jesús a sus enemigos le han conmovido: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (v. 33).
Ambos personajes representan a dos tipos de personas que reaccionan ante la salvación de modo distinto. Al buen ladrón Jesús le dice «hoy estarás conmigo en el paraíso», que ciertamente no es un dato cronológico, sino que más bien expresa, que la salvación ha comenzado ya desde el misterio desconcertante de la cruz. El evangelio de san Lucas alcanza su cenit en el perdón al enemigo sin medida (cf. sermón de la llanura en 6,27-35), al estilo de Dios Padre que ama y perdona sin condiciones.
La muerte de Jesús en el patíbulo de la cruz es fruto y culminación de una estrategia de desautorización de su predicación desde el comienzo de su vida pública. Los evangelios nos informan repetidamente del plan de acoso y derribo urdido por los dirigentes para desacreditar ante el pueblo sus acciones. Los antropólogos llaman a este proceder “rituales de degradación de estatus” que comienza con la apertura de un proceso público y, que más tarde, se teatralizará con la benevolencia de las autoridades y aplauso del pueblo pasando por todos los estamentos del orden establecido: sumo sacerdote (cf Lc 22,54), sanedrín (Lc 22,66-71), y Pilato (Lc 23,1-7). El estatus de degradación de Jesús se consuma con la ignominia de la exposición desnuda en el patíbulo.
Hoy, de nuevo, Cristo es crucificado. Elie Wiesel, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, narra el drama de aquel infierno. Los reclusos, con su nombre borrado y sustituido por un número de registro, se preguntan dónde está Dios ante la inminencia de una muerte sin sentido y la crueldad del martirio. El escritor escuchó la respuesta mirando a los ejecutados, «Dios está ahí, está colgado de la horca».
Manuel Pozo Oller
Párroco de Monstserrat

