El 13 de noviembre la Iglesia celebra la fiesta de San Leandro, obispo de Sevilla a partir del año 578, nacido hacia el 540 y que murió cerca del año 600. La Catedral cuenta con numerosas representaciones de esta insigne figura, entre las que sobresale la que, formando parte de la Sala Capitular, pintara el genial Murillo.
Completando el interesante y rico programa iconográfico que el canónigo Francisco de Pacheco diseñara para uno de los espacios más relevantes del Renacimiento europeo, la Sala Capitular que diseñara Hernán Ruiz II y que finalizara Asensio de Maeda, entre 1667 y 1668 Bartolomé Esteban Murillo realizó el conjunto de ocho tondos representando a los santos sevillanos para la bóveda, presididos por la magnífica Inmaculada Concepción.
Así aparecen San Fernando, San Hermenegildo, las Santas Justa y Rufina, San Laureano, San Pío, San Isidoro y San Leandro. Nos ocupamos hoy de este último con motivo de su fiesta el cual, junto a su hermano, justifica su presencia en este lugar como modelo, por su condición de prelado de esta Archidiócesis y su sabiduría y elocuencia, para los canónigos de la Catedral que en esta Sala tenían que tomar sus decisiones.
Situado a la izquierda de la Inmaculada, a continuación de San Fernando, Murillo representa al santo obispo sobre fondo neutro, a tamaño natural, de media figura y en posición de tres cuartos. Está revestido con la indumentaria de medio pontifical, esto es, alba, estola y capa pluvial, la cual está decorada de bordados en oro y sedas de colores, siendo visible sólo de esta rica ornamentación el San Juan Evangelista, bajo un arco de medio punto sobre columnas, reconocible por el atributo que porta en su mano izquierda: el cáliz del cual surge una serpiente, que hace alusión a la leyenda que narra que en Éfeso tuvo que beber un veneno para demostrar la verdad de su predicación, si bien, saliendo indemne de la prueba.
Completa la iconografía de San Leandro el báculo dorado que sostiene con su mano derecha, y que lo presenta como obispo, mientras que su mano izquierda la acerca a su pecho con gesto lleno de devoción.
Como subrayan los profesores Juan Miguel González Gómez y Jesús Rojas-Marcos González, autores del catálogo de la exposición que con motivo del Año Murillo se celebró en la Catedral, en esta obra destaca la mirada del Santo, que se dirige “fijamente al espectador con sus grandes ojos negros, manifestando así su firme actitud moral en la lucha contra la herejía de Arrio”.
En efecto, si algún hecho de su vida es más destacable sobre otros, es su lucha contra la herejía arriana, consiguiendo que Recaredo la abandonara e instando al rey que convocara el III Concilio de Toledo en 1589, donde se hizo oficial la conversión de los visigodos.
Antonio R. Babío, delegado diocesano de Patrimonio Cultural
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