«Cuando los beneficios son más importantes que la dignidad, la economía mata, aunque no use armas»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Ebrima tiene 20 años, es natural de Gambia y lleva año y medio en Málaga. En la actualidad está residiendo en Casa San Juan, la casa hermana de Betania que han ofrecido para acoger a migrantes solicitantes de asilo los Padres Dehonianos. Ebrima ha compartido en el Círculo de Silencio su testimonio sobre cómo la «economía» es, en ocasiones, «una dictadura que mata», como recoge el Papa en Dilexi te.

«Málaga y el mundo pueden ser lugares de esperanza, si cambiamos las reglas y ponemos la vida en el centro»

¿Qué significa para ti la frase de la exhortación apostólica Dilexi te, “Es preciso seguir denunciando la dictadura de una economía que mata” (92)?
Que vivimos en un sistema donde la economía manda más que las personas. Es como una dictadura, porque muchas decisiones se toman pensando en el dinero, no en la vida humana. Cuando los beneficios son más importantes que la dignidad, la economía se convierte en algo que mata, aunque no use armas.

¿Cómo se puede ver esta situación aquí en Málaga?
En Málaga se ve muy claro. Es una ciudad hermosa y con mucho turismo, pero también muy desigual. Los precios de los alquileres han subido muchísimo y hay muchas personas que no pueden pagar una vivienda. Mientras algunos disfrutan del lujo, otros viven con sueldos muy bajos o sin contrato. Por ejemplo, muchos migrantes trabajan en la construcción, la limpieza o la hostelería, pero con condiciones muy duras. Eso muestra que el crecimiento económico no llega a todos por igual.

¿Qué papel tienen los migrantes en esta realidad económica?
Los migrantes son parte esencial de la economía de Málaga, pero muchas veces no son reconocidos. Vienen buscando una vida mejor, trabajando en empleos que otros no quieren, pero se enfrentan a racismo, falta de papeles y explotación. Algunos incluso arriesgan su vida cruzando el mar. Y cuando llegan, descubren que el “sueño europeo” no siempre es real. Eso también es parte de esa economía que mata: mata sueños, mata oportunidades, y a veces mata físicamente a quienes buscan sobrevivir.

¿Cómo podemos “seguir denunciando» esa economía injusta como nos pide el Papa?
Denunciar significa no quedarnos callados. Hablar, escribir, actuar. Significa recordar que la economía debe estar al servicio del ser humano, no al revés. Tenemos que exigir justicia, trabajo digno, vivienda, y respeto para todos, también para los migrantes. Si nos callamos, el sistema sigue igual. Pero si hablamos, si nos unimos, podemos construir una economía más humana.

¿Qué mensaje final te gustaría dejar?
Mi mensaje es que nadie debería morir de hambre, de frío o en el mar por culpa de la economía. Málaga y el mundo pueden ser lugares de esperanza, si cambiamos las reglas y ponemos la vida en el centro. No se trata de rechazar el progreso, sino de pedir un progreso que incluya a todos. Esa es la verdadera riqueza.

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