Carta pastoral con motivo de la beatificación de los 124 Mártires del siglo XX en la iglesia de Jaén

2025 AÑO JUBILAR DE LA ESPERANZA

«Testigos de Esperanza»

CARTA PASTORAL CON MOTIVO DE LA BEATIFICACIÓN DE LOS 124 MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN LA IGLESIA DE JAÉN

 

UN ANUNCIO DE GRACIA Y GOZO

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, Señor de la vida y de la historia, fuente inagotable de nuestra esperanza.

Como obispo y pastor de la Diócesis de Jaén, me dirijo a vosotros con la enorme alegría de anunciaros que el Señor, en su infinita bondad y providencia, ha concedido a nuestra amada Iglesia particular el reconocimiento de 124 nuevos mártires: ciento nueve sacerdotes, una religiosa y catorce laicos. Son hijos e hijas de este Santo Reino que serán beatificados, el sábado 13 de diciembre de 2025, en nuestra Santa Iglesia Catedral de la Asunción, donde algunos de ellos pasaron sus últimos días de sus vidas antes de morir.

En esa celebración, llenos de gozo, escucharemos que el papa León XIV, como sucesor de Pedro, autoriza su culto público en la Iglesia como ejemplos de una fe sellada por la sangre. Ese día se reconocerá que los mártires del Santo Reino forman parte de la inmensa y gloriosa «nube ingente de testigos» (Cf. Hb 12,1) que, en España y en todo el mundo, han confesado con su muerte que Jesucristo es el único Señor, la única esperanza verdadera. Un día en el que toda la Iglesia se alegrará por la fidelidad de sus hijos y por su docilidad a la acción del Espíritu Santo.

 

EL DON DE LA BEATIFICACIÓN EN EL CORAZÓN DEL AÑO JUBILAR: UN SIGNO DE ESPERANZA VIVA

La gracia extraordinaria de la próxima beatificación nos llega mientras celebramos el Año Jubilar de la Esperanza, donde se nos invita a caminar como «Peregrinos de esperanza», con la mirada fija en Cristo y el corazón disponible para su misericordia. Por eso, la Iglesia, madre solícita y maestra sabia, nos los presenta con el hermoso lema de «Testigos de esperanza». Porque en su vida entregada y en su muerte serena brilla, con fuerza, la certeza de que la esperanza, fundada en Cristo resucitado, no defrauda jamás (cf. Rm 5,5). Su sangre, lejos de ser estéril, se ha convertido en semilla fecunda que alimenta hoy la fe de nuestras parroquias, comunidades, familias y cofradías, y nos impulsa a vivir más hondamente en Cristo para ser, también nosotros, testigos de esperanza en medio del mundo.

El Jubileo nos invita a cruzar la Puerta Santa, recordándonos que Cristo es «la puerta» (cf. Jn 10,9) que nos conduce al Padre y puede dar sentido a toda nuestra vida. La beatificación, por su parte, nos muestra a aquellos que, cruzando la puerta de la muerte con Cristo, han entrado ya en la gloria eterna. Así, ambos dones (el Jubileo y el testimonio de los mártires) nos apremian a vivir como auténticos peregrinos de esperanza, sabiendo que «…la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,3-5). Nuestros mártires son la prueba viviente de esta verdad, de esa esperanza que les hizo mirar más allá del sufrimiento y del umbral de la muerte.

Ahora, me gustaría invitaros a preparar la celebración de la beatificación de estos 124 mártires y a que, como Iglesia particular, nos dispongamos a vivir, debidamente, este momento de gracia que el Señor nos regala. Por esta razón, quisiera aprovechar esta oportunidad para compartir con vosotros una reflexión sobre el sentido cristiano del martirio, cómo lo vivieron nuestros mártires y lo que puede suponer para nosotros ahora. Espero que el Señor permita a la Diócesis de Jaén seguir los pasos de santidad de los nuevos mártires y crecer en la misma fidelidad y esperanza inquebrantables que les sostuvo a ellos hasta el último instante de sus vidas.

 

EL SENTIDO TEOLÓGICO DEL MARTIRIO: LA VICTORIA DEL AMOR Y LA PLENITUD DE LA ESPERANZA

El martirio, en su esencia más profunda, no es un acto de desesperación, sino la expresión más sublime de la esperanza cristiana y del amor a Dios, una victoria sobre el mal y la muerte.

El martirio en la Sagrada Escritura: un hilo de sangre, gloria y esperanza

El sentido y el significado del martirio hunde sus raíces en la misma Sagrada Escritura. Los primeros ejemplos de mártires los encontramos en algunos pasajes del Antiguo Testamento. En el episodio del anciano Eleazar (2 Mac 6,18-7,41), denominado por san Juan Crisóstomo «protomártir» del Antiguo Testamento, que prefirió morir antes que comer un alimento impuro. O en la narración de la muerte de la madre de los Macabeos y sus siete hijos (2 Mac 7, 18-30), donde la fidelidad al Dios misericordioso de Israel y la confianza en la recompensa de la vida eterna vence a la muerte injusta y cruel.

Ahora bien, el concepto cristiano de mártir tiene su verdadero origen en el Nuevo Testamento, donde el término griego «martys» aparece sobre todo en: Hechos de los Apóstoles (13 veces), las cartas de san Pablo (9 veces) y el libro del Apocalipsis (5 veces). En la mayoría de los casos, «martys» tiene el sentido de «persona que es testigo de los hechos»; es decir, los Apóstoles son «testigos» (martyres) de lo que hizo y dijo Jesús y, de un modo particular, del hecho de su resurrección (cf. Lc 24,48; Hch 1,8). Pero, algunas veces, se trata de un testimonio que conduce a la muerte. Y por eso se dice que fue derramada la sangre del «testigo Esteban» (Hch 22,20) o la muerte de Antipas, el «testigo fiel» (Ap 2,13).

Además, en el Apocalipsis, con su lenguaje simbólico, se presenta a los mártires como «los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero» (Ap 7,14). Ellos participan plenamente de la victoria pascual de Cristo, y su vida se convierte en una alabanza eterna a Dios, un canto de triunfo sobre el mal y la muerte, y una confirmación de la esperanza en la resurrección.

En definitiva, desde Eleazar o los Macabeos hasta el testimonio de San Esteban, el primer mártir de la Iglesia, o Antipas, la Sagrada Escritura nos enseña que la sangre derramada por amor a Dios es semilla de fidelidad, de vida eterna y de esperanza.

Enseñanza de la Iglesia: el supremo testimonio de amor y esperanza

El concepto de martirio ha ido evolucionando a lo largo de la historia de la Iglesia. Con el tiempo, el término se reservó preferentemente para aquellos hermanos y hermanas que recibieron culto público como mártires. Pero en la Iglesia primitiva la denominación griega de «mártir» sirvió para designar al fiel cristiano que llegaba, con su testimonio hasta el derramamiento de la sangre, hasta morir por la verdad que profesaba. Desde los primeros siglos, el martirio fue considerado el «bautismo de sangre», signo supremo de comunión con Cristo.

Se consideraba que el mártir era el perfecto imitador y discípulo de Jesús, porque había sido capaz de imitarlo hasta llegar a la muerte. San Ignacio de Antioquía, en el siglo I, tenía claro que, solamente la muerte podía hacer de él un perfecto discípulo de Cristo: «Entonces seré verdadero discípulo de Cristo, cuando el mundo no vea más mi cuerpo» (Ad Rom., 4,2). En el lenguaje de los primeros siglos, el mártir no sólo sufre por la fe, sino que muere por ella; en cambio, el que padece torturas, cárceles, exilio por causa de la fe, y sobrevive, es un confesor.

En el Magisterio, más recientemente se ha abordado el tema del martirio en infinidad de ocasiones, señalando su significado para la vida cristiana y su importancia en el devenir de la Iglesia. Así, por ejemplo, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, reconoce la grandeza del martirio con estas palabras: «El supremo testimonio de amor a todos se da con el martirio, mediante el cual el discípulo se asemeja a su Maestro, aceptando libremente la muerte por la salvación del mundo y por la unión con sus hermanos» (LG 42). Y en el Catecismo de la Iglesia Católica, el martirio se presenta como un testimonio de la verdad: «El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana» (CEC n. 2473). De manera que el martirio, como acto de amor y de verdad, es a la vez, un testimonio de profunda esperanza en la promesa de Cristo.

Los últimos Sucesores de Pedro, por su parte, también nos han legado una abundante y rica enseñanza martirial. San Juan Pablo II ayudó a descubrir que en el siglo XX «la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires», y que su memoria constituye «un testimonio que no hay que olvidar» (Tertio Millennio Adveniente, n. 37). El Papa Benedicto XVI, en una de sus catequesis, profundizó en el sentido mismo del martirio: «el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado, de modo total, al sacrificio de Cristo en la cruz» (Audiencia General, 11 de agosto de 2010). El Papa Francisco, por su parte, en la carta que dirigió al Dicasterio de las Causas de los Santos a propósito de la creación de la «Comisión de los Nuevos Mártires – Testigos de la Fe», recordó la importancia de los mártires para la Iglesia de hoy como testigos de la esperanza que deriva de la fe en Cristo e incita a la verdadera caridad, y que, por tanto, ayudan a los creyentes «a leer también nuestro tiempo a la luz de la Pascua, sacando del cofre de tan generosa fidelidad a Cristo las razones de la vida y del bien» (Vaticano, 3 julio 2023).

A estas enseñanzas de los últimos Pontífices sobre el sentido último del martirio tenemos que añadir las palabras del Papa León XIV, pronunciadas con ocasión de la conmemoración de los mártires y testigos de la fe del siglo XXI, sobre la inmortalidad que porta la esperanza de los que han muerto por su fe:

«Es una esperanza llena de inmortalidad, porque su martirio sigue difundiendo el Evangelio en un mundo marcado por el odio, la violencia y la guerra; es una esperanza llena de inmortalidad, porque, aunque fueron asesinados en el cuerpo, nadie podrá apagar su voz ni borrar el amor que donaron; es una esperanza llena de inmortalidad, porque su testimonio permanece como profecía de la victoria del bien sobre el mal» (Homilía, 14 de septiembre de 2025).

Con esta rica y luminosa reflexión, el actual Sucesor de Pedro nos recuerda que el martirio no es un episodio aislado del pasado, sino una experiencia viva, que trasciende el tiempo, porque: la vida de Cristo en el mártir resplandece sobre la muerte; el odio es impugnado con la fuerza de la misericordia; la alabanza divina resuena más fuerte que la voz de la maldad; y porque, en definitiva, su ejemplo invita a una esperanza desarmada, que no recurre a la violencia sino al valor del perdón y la humildad.

Así, el eco de la reciente enseñanza de la Iglesia sobre el martirio fortalece nuestra convicción de que cada mártir ha sido una gracia de Dios para la Iglesia y un rico legado de caridad y esperanza que debemos conocer y conservar.

Martirio y esperanza: la fe en la Resurrección como fundamento

El martirio es el testimonio supremo de la esperanza cristiana. Quien entrega su vida por Cristo lo hace porque cree firmemente en la resurrección, porque sabe que la muerte no es el final, sino el paso a la vida eterna. Como escribía San Pablo con profunda convicción: «Es palabra digna de crédito: pues, si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él» (cf. 2Tim 2,11-12). Esta es la esperanza que animó a nuestros mártires.

El papa Francisco, en una de sus catequesis, explicó el vínculo existente entre el martirio y la esperanza que brota del amor de Dios:

«…leyendo las historias de los muchos mártires de ayer y de hoy (que son más numerosos que los mártires de los primeros tiempos), permanecemos estupefactos ante la fortaleza con la cual han afrontado la prueba. Esta fortaleza es el signo de la gran esperanza que les animaba: la esperanza cierta de que nada ni nadie les podía separar del amor de Dios que nos ha sido donado en Jesucristo (cf. Rom 8, 38-39)» (Audiencia general, 28 de junio de 2017)

Los mártires nos recuerdan, con la elocuencia de su propia vida, que la última palabra no la tiene la violencia, el odio o la muerte, sino el amor invencible de Dios, revelado plenamente en su Hijo Jesús. Ellos son profetas de la vida que brota de la cruz y mensajeros del futuro de gloria que ya se vislumbra por la fe. En otras palabras, los 124 mártires de Jaén se han convertido en apóstoles de la esperanza que encuentra la respuesta definitiva en Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte.

No héroes humanos, sino testigos de Cristo: la fuerza del amor y la esperanza

Es fundamental subrayar que los mártires no fueron héroes, humanamente hablando, ni luchadores ideológicos, ni caídos en una guerra por intereses terrenales. Ellos no empuñaron armas, ni buscaron venganza, ni alimentaron el odio en sus corazones. Fueron hombres y mujeres marcados por la debilidad y el pecado, como cualquiera de nosotros, pero que vencieron la maldad en el último instante de sus vidas con la única fuerza de una fe inquebrantable en Cristo. Su única arma fue el amor. Y murieron perdonando a sus verdugos, imitando a Cristo antes de exhalar su último espíritu en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Este perdón martirial es el fruto más sublime de la esperanza que no se rinde ante el mal.

Por eso, la Iglesia los reconoce como mártires auténticos, como verdaderos testigos de Cristo, y nos los presenta como modelos luminosos de caridad, de esperanza y de fidelidad. Capaces de transformar el odio en amor y la muerte en vida.

 

JAÉN, TIERRA DE SANTOS Y DE MÁRTIRES

Nuestra diócesis de Jaén, con su rica historia de fe, se ve ahora confirmada en su vocación a la santidad y en su misión evangelizadora como Iglesia particular. Con sus santos y mártires, sigue dando testimonio de que es un pueblo modelado por la gracia de Dios y sembrado de firme esperanza.

El Santo Reino, cuna de mártires

La diócesis de Jaén, conocida tradicionalmente como el Santo Reino, ha sido a lo largo de los siglos una tierra regada abundantemente con la sangre de mártires. Desde que, según la tradición, el varón apostólico San Eufrasio trajo el Evangelio, y hasta nuestros días, la historia de la Iglesia giennense está jalonada de testigos luminosos de Cristo nacidos aquí o que han pertenecido a ella, haciendo, con la entrega de su vida, el don más preciado, ser testigos del amor infinito de Dios en la persona de Jesucristo.

Entre los nombres más antiguos que brillan en el firmamento martirial de nuestra Iglesia se encuentran, por ejemplo, los santos de Arjona: San Bonoso y San Maximiano. Estos mártires soldados romanos confesaron su fe en Cristo y fueron ejecutados por no sacrificar a los ídolos durante las persecuciones de Diocleciano en el siglo IV. También, se ha conservado con devoción durante siglos la memoria de Santa Potenciana, mártir natural de Villanueva de la Reina. La tradición la recuerda como una joven virgen que sufrió por su fe y se convirtió en ejemplo de pureza, fortaleza y esperanza. Estos primeros testigos, sin duda alguna, fueron el cimiento espiritual sobre el que se edificó la fe en esta tierra. Su sangre derramada fue semilla fecunda, y su memoria, viva en la piedad popular, se ha mantenido como signo de identidad cristiana a lo largo del tiempo.

La memoria martirial de nuestra diócesis no se interrumpe en la Antigüedad, sino que se prolonga, a lo largo de los siglos, como un hilo de esperanza tejida con sangre y fidelidad. En la Edad Media, también, el Santo Reino conoció testigos que sellaron con su vida el amor a Cristo. En primer lugar, podríamos señalar a San Amador, presbítero y mártir de Martos, figura venerada desde los primeros tiempos, que ofreció su vida por la fe, convirtiéndose en símbolo de una Iglesia naciente que no temía confesar el nombre del Señor. Después, otro mártir de esta época fue San Pedro Pascual, obispo de Jaén, cautivo en tierras musulmanas, que escribió desde su prisión palabras llenas de consuelo y esperanza, hasta entregar su vida por Cristo en torno al

año 1300. Ambos representan la continuidad de una misma herencia: la fe que resiste en medio de la prueba y la esperanza que no se apaga aun entre las sombras. Así, la historia medieval del Santo Reino anticipa el testimonio de tantos hijos e hijas de Jaén que, en el siglo XX, repetirán con su sangre la misma confesión de amor y de esperanza.

San Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana, natural de Linares, quien entregó su vida por Cristo en 1936 en Madrid, como mártir de la fe y testigo de esperanza en el ámbito de la educación y la cultura. El beato Mártir Manuel Basulto, obispo de nuestra Iglesia giennense, natural de Adanero (Ávila), asesinado en 1936 por su fidelidad a la Iglesia. Un pastor que mantuvo la fe hasta el final, lo mismo que el grupo de compañeros mártires giennenses que fueron beatificados el día 13 de octubre de 2013 en Tarragona: Félix Pérez Portela, Francisco Solís Pedrajas, Francisco de Paula López Navarrete, Manuel Aranda Espejo, José María Poyatos Ruiz y Madre Victoria Valverde González. Así como los numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que ya fueron beatificados en las celebraciones de los mártires españoles de los últimos años: unos nacieron aquí y otros han servido a nuestra Iglesia. Todos nos han precedido con una vida de santidad y de testimonio, que ahora nosotros estamos llamados a imitar.

En definitiva, con la beatificación de estos 124 nuevos mártires, Jaén ve confirmado y enriquecido su nombre: Santo Reino. No es un título vacío o meramente histórico, sino una profunda verdad espiritual, sobre todo porque esta tierra ha sido consagrada por la sangre de los mártires, que la han hecho fértil en fe, en caridad y en esperanza. Cada pueblo, cada parroquia, puede reconocer en la lista de los mártires un hijo o una hija suya; un vecino; un familiar. Así, el acontecimiento de la beatificación no es algo lejano o ajeno, sino profundamente cercano y entrañable: toca la memoria de nuestras familias, de nuestras calles, de nuestras ermitas y plazas, de nuestra propia identidad, y nos renueva en la esperanza de que la santidad es posible para todos.

Los nuevos mártires de Jaén: semilla de esperanza

Para comprender la inmensa grandeza del don que ahora recibimos y para valorarlo en su justa dimensión, es necesario recordar con gratitud, serenidad y un profundo respeto, la historia de nuestros mártires, en el contexto de los difíciles años que les tocó vivir. Porque en la oscuridad de la persecución, ellos fueron lumbreras de esperanza.

España en los años de persecución: un tiempo para probar la esperanza

Entre los años 1936 y 1939, España vivió uno de los períodos más dolorosos y trágicos de su historia reciente. La guerra civil no solo desgarró la convivencia, sino que, también, desató una persecución religiosa de una crueldad sin precedentes. En numerosos lugares, todo lo que llevaba el nombre de Cristo o estaba vinculado a la Iglesia fue objeto de violencia y profanación: templos reducidos a ruinas, imágenes sagradas ultrajadas y, sobre todo, muchos hombres y mujeres (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos) fueron asesinados, no por razones políticas o ideológicas, sino únicamente por confesar su fe en Jesucristo (odium fidei).

En medio de aquel escenario de oscuridad y dolor, la luz de la esperanza no se apagó. Aquellos testigos sostuvieron la fe de la Iglesia con la fuerza silenciosa de su entrega, y su sangre derramada se convirtió en semilla fecunda de vida y de renovación. Su testimonio sigue iluminando, hoy, nuestra historia, en un mundo que, también, conoce la sombra del odio y de la persecución, recordándonos que la esperanza cristiana nunca muere.

Por esta razón, con el paso de los años, la Iglesia, en su sabiduría materna, ha reconocido oficialmente a muchos de estos hijos suyos como mártires de la fe, incorporándolos a la gran nube de testigos que, a lo largo de los siglos, han derramado su sangre por Cristo. Su ejemplo nos interpela y nos juzga: nos pregunta por la solidez de nuestra fe, tantas veces debilitada por la tibieza y el conformismo. Los mártires del siglo XX en España son para nosotros una llamada permanente a amar más intensamente a Dios, a mantenernos firmes en la verdad del Evangelio y a vivir con la certeza de la esperanza que sobrevive a cualquier adversidad.

La persecución en Jaén: una esperanza sellada por la sangre

La Diócesis de Jaén no escapó a aquella tormenta de odio y de violencia. En nuestra tierra del Santo Reino, la persecución se manifestó con especial crudeza, dejando tras de sí una huella de profundo sufrimiento, pero también un testimonio luminoso de fidelidad y de esperanza. Allí donde el dolor quiso imponerse, brotó con más fuerza la fe; y donde el mal pareció triunfar, germinó silenciosamente la semilla del Evangelio.

Muchos sacerdotes diocesanos fueron apresados y asesinados por el solo hecho de ser pastores del pueblo de Dios. Permanecieron junto a sus comunidades hasta el final, sin abandonar el rebaño que se les había confiado, ofreciendo su vida como un acto de amor al Señor resucitado y de esperanza en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. Su sacrificio es hoy una página sagrada en la historia de nuestra

Iglesia.

También, numerosos religiosos y religiosas fueron inmolados por mantenerse fieles a su consagración. En el momento decisivo, prefirieron perder la vida antes que renegar de sus votos, seguros de que «ni la muerte ni la vida… podrán separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» (Rm 8,38-39). Su martirio fue la consumación perfecta de una vida ya entregada a Dios, una proclamación silenciosa de que la esperanza cristiana no se apaga ni ante el miedo ni ante la muerte.

Junto a ellos, muchos laicos (hombres y mujeres de fe sencilla, catequistas incansables, jóvenes de Acción Católica, padres y madres que educaban a sus hijos en el Evangelio) fueron llevados al martirio por negarse a blasfemar el nombre de Cristo o en el de la Virgen María. En su aparente debilidad brilló la fortaleza de quien confía plenamente en Dios, mostrando que la esperanza cristiana supera todo temor y que el amor de Cristo basta para sostener la vida entera.

El martirio alcanzó prácticamente a toda la geografía diocesana: desde Andújar y Martos hasta Linares, Mancha Real, Úbeda, Torredonjimeno, Baeza o Alcalá la Real. La sangre de estos testigos se mezcló con la tierra del Santo Reino, el verde olivar se tiño de rojo, haciendo de ella un suelo sagrado y fecundo, donde la fe ha seguido brotando, generación tras generación. Por eso, podemos decir que nuestra diócesis, regada por la sangre de los mártires, es verdaderamente una tierra de esperanza.

Los procesos de Beatificación: la confirmación de la esperanza

La memoria de estos hermanos y hermanas fue custodiada con celo y devoción por el pueblo fiel, desde el momento mismo de su cruenta muerte. Sus nombres se transmitieron de generación en generación en las familias, en las parroquias y en las cofradías, como un tesoro precioso y una fuente de esperanza. El pueblo creyente (sin necesidad de procesos formales) conservó viva la certeza de que aquellos hombres y mujeres no habían muerto en vano, sino por Cristo y por su Evangelio.

Durante décadas, con paciencia, rigor y una meticulosa investigación, se recogieron testimonios, documentos, pruebas históricas y jurídicas que atestiguaban su martirio. El fruto de este arduo y piadoso trabajo se materializó en las dos grandes causas que ahora culminan: la de Manuel Izquierdo Izquierdo y 58 compañeros y la de Antonio Montañés Chiquero y 64 compañeros.

Tras el exhaustivo estudio y discernimiento del Dicasterio para las Causas de los Santos en Roma, se ha confirmado que todos ellos murieron por odio a la fe (in odium fidei), es decir, fueron asesinados por su condición de cristianos y por su fidelidad a Cristo. El 20 de junio de 2025, el Papa León XIV aprobó los decretos que reconocen el martirio de los dos grupos de mártires jiennenses, autorizando su beatificación solemne. Ese reconocimiento llena de gozo a toda la Iglesia y nos confirma en la esperanza de la santidad.

La génesis de los procesos martiriales en Jaén tuvo su punto de partida en la exhortación que hizo San Juan Pablo II, en la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (10 de noviembre de 1994), a las diócesis para que conservaran vivo el testimonio de los hombres y mujeres que había muerto por su fe durante el siglo XX. Estas palabras inspiraron, en gran medida, el impulso de la Iglesia de Jaén para iniciar el proceso canónico que pudiera llevar hasta su beatificación: «En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi “militi ignoti” de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sus testimonios […] es preciso que las Iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio, recogiendo para ello la documentación necesaria» (n. 37).

Con este espíritu, el Obispo de Jaén, Mons. Santiago García Aracil, erigió en 1999 la Comisión diocesana para el estudio de los posibles mártires del siglo XX, con el propósito de no dejar que el tiempo borrara su memoria y de ofrecer a la Iglesia universal un testimonio de fidelidad y esperanza.

Posteriormente, bajo el pontificado de Mons. Ramón del Hoyo López (20042016), con frecuentes intervenciones del Consejo del Presbiterio, se intensificó la labor de investigación. Se trabajó, ampliamente, para confeccionar la lista definitiva de candidatos a incluir en el Proceso super martyrio. El sacerdote D. Antonio Aranda Calvo recogió cerca de trescientos testimonios, tanto de visu como de auditu, es decir, por haberlo visto o escuchado directamente, que se convirtieron en el corazón de la documentación inicial.

En 2010, la comisión creada por el obispo publicó el volumen La persecución religiosa en la provincia de Jaén (1936-1939), coordinado por el profesor López Pérez, obra que ofreció, por primera vez, una visión global, rigurosa y serena del martirio en nuestra diócesis.

El 9 de abril de 2016, en la Santa Iglesia Catedral de Jaén, tuvo lugar la solemne sesión de apertura del proceso diocesano de 130 Siervos de Dios, presidida por Mons. Ramón del Hoyo López. Se constituyó el Tribunal diocesano, formado por: D. Pedro José Martínez Robles, juez delegado; D. Francisco Carrasco Cuadros, promotor de justicia; y los notarios Dª Dolores Vacas y D. Sergio Ramírez. Actuaba como postulador el sacerdote, D. Rafael Higueras Álamo.

Las abundantes tareas del tribunal y de la comisión histórica se describen con detalle en la Relatio final: las declaraciones de testigos, la catalogación de documentos, la revisión de archivos civiles y eclesiásticos, y la verificación de cada caso concreto supusieron un total de más de 20.000 folios. Un esfuerzo inmenso, sostenido por la fe, la devoción y la esperanza de toda una diócesis que nunca quiso olvidar a sus testigos.

Finalmente, el 30 de marzo de 2019, el Obispo Mons. Amadeo Rodríguez Magro presidió la sesión de clausura del proceso diocesano, y el voluminoso dossier fue entregado, solemnemente, en Roma al Dicasterio para las Causas de los Santos, iniciando así la fase romana del procedimiento, actuando como postulador, D. Nicola Gori, periodista italiano que ha llevado numerosas causas, entre las que se encuentra la del joven millenial, San Carlo Acutis.

Allí, tras un nuevo y minucioso examen de la documentación, la Iglesia universal reconoció en nuestros mártires la autenticidad del martirio cristiano y la fuerza de la esperanza que no muere. Y al recibir la noticia de su beatificación, sentimos que se ha cumplido aquella exhortación que san Juan Pablo II dirigió a las Iglesias locales para que no se perdiera la memoria de los que dieron la vida por Cristo.

Testimonios concretos: rostros de fe, amor y esperanza

El papa Francisco, en su exhortación apostólica sobre la santidad en el mundo actual, recordó que «la santidad es el rostro más bello de la Iglesia» (Gaudete et exultate, n. 9). Los 124 mártires giennenses que son beatificados nos dan la oportunidad de descubrir esa belleza en hombres y mujeres que han formado parte de nuestra Iglesia particular. Ellos nos han dejado un testimonio de fidelidad a Dios incuestionable y deberían ser conocidos por todos. Ahora, simplemente, evoco algunos de ellos como ejemplos de una fe firme, un amor generoso y una esperanza cierta.

El sacerdote Francisco de Paula Padilla Gutiérrez, quien, con un amor heroico, se ofreció voluntariamente a morir en lugar de un padre de familia con seis hijos, encarnando de manera sublime las palabras de Cristo: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Su acto fue un testimonio supremo de caridad y de esperanza en la vida eterna.

El médico laico, Pedro Sandoica y Granados, que dedicó su vida a servir a los pobres y necesitados, y fue asesinado por confesar públicamente su fe, sin temor a las consecuencias, movido por la esperanza en el Reino de Dios.

La viuda, Obdulia Puchol, mujer de profunda caridad, que abrió su casa a los transeúntes y a los más desfavorecidos, y que fue fusilada por su fidelidad a Cristo, manteniendo viva la esperanza hasta el último aliento.

Estos nombres, junto a los de los demás mártires, permanecerán para siempre inscritos en la memoria viva de nuestra Iglesia de Jaén como semilla de vida nueva y de santidad para todos nosotros, invitándonos a ser, como ellos, testigos de esperanza.

Continuidad en la cadena de santidad y esperanza

La beatificación de estos 124 nuevos mártires se inscribe en la historia de una Iglesia particular que, a lo largo de los siglos, nunca ha dejado de dar testigos de esperanza en Cristo. Por esta razón, el reconocimiento del martirio de estos nuevos hermanos nuestros debemos considerarlo como otro eslabón, más, en la gran cadena de santidad que une a Jaén con la Iglesia universal, desde los primeros cristianos hasta nuestros días.

La Iglesia de Jaén se alegra con esta beatificación y asume la excelsa responsabilidad de mantener viva su memoria. San Juan Pablo II, en la Conmemoración Ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, celebrada en el marco del Jubileo del año 2000, exhortaba a la Iglesia a custodiar el testimonio de los mártires, convencido de que los mártires del siglo XX eran una «preciosa herencia» y «un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio» (n. 6), ya que su testimonio de fe es una fuente de unidad para los cristianos y un poderoso ejemplo de perdón y fortaleza, para la nueva evangelización, un faro que ilumina nuestro camino y nos anima a ser testigos de esperanza en cada rincón de nuestra sociedad.

Nuestros mártires son la confirmación viva de que Jaén sigue siendo tierra fecunda en vocaciones a la santidad y en testigos valientes de esperanza, que nos animan a seguir sus pasos y a construir un futuro mejor, donde siga resplandeciendo una fe encarnada y una esperanza vivida, en el sentido de lo que recordaba San Pedro Poveda: «La fe se prueba con obras y la esperanza se demuestra en la entrega de la vida».

 

UNA LUZ PARA LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD DE HOY: EL MENSAJE VIVO DE LOS MÁRTIRES

El gran pensador francés Blaise Pascal subrayaba el lazo espiritual entre los mártires y los otros cristianos diciendo: «el ejemplo de la muerte de los mártires nos conmueve; porque son “nuestros miembros”. Tenemos un vínculo común con ellos: su resolución puede formar la nuestra; no solamente por el ejemplo, sino porque tal vez ha merecido la nuestra» (Pensamientos, n. 481). En este sentido, el testimonio de los mártires no pertenece, únicamente, a la historia; es una palabra viva y actual que Dios dirige a la Iglesia y a la sociedad de hoy, un faro que ilumina nuestro presente y nuestro futuro, y que nos llama a ser, como ellos: Testigos de Esperanza.

Para la Iglesia diocesana: modelos de entrega, santidad y esperanza

Los mártires no son solo memoria de un pasado heroico, sino maestros para el presente. Ellos nos enseñan a vivir la fe con esperanza activa, en cada vocación y estado de vida dentro de la Iglesia. Su testimonio ilumina el camino de todos: pastores, consagrados, laicos, familias y jóvenes.

En ellos descubrimos que la santidad no consiste en gestos extraordinarios, sino en la fidelidad cotidiana al Evangelio, sostenida por la gracia y coronada por la esperanza. Así, los mártires del Santo Reino se convierten en modelos de entrega y de esperanza encarnada, que animan a toda la diócesis de Jaén a caminar unida hacia la plenitud de la caridad.

Modelos para sacerdotes, los mártires nos recuerdan que somos pastores llamados a dar la vida por el rebaño, siguiendo el ejemplo de Cristo, el Buen Pastor (cf. Jn 10,11). Muchos de nuestros mártires fueron párrocos sencillos, que no abandonaron a su pueblo en la persecución y que aceptaron la muerte como una configuración plena con Cristo, su Señor, ofreciendo un testimonio de esperanza inquebrantable.

Espejos para religiosos y religiosas, su testimonio nos muestra la belleza de una vida totalmente consagrada a Dios. Muchos de nuestros mártires del S. XX pertenecían, como Sor Isabel María Aranda Sánchez, a órdenes y congregaciones que enriquecieron espiritualmente la diócesis con su oración, su enseñanza, su servicio a los pobres y enfermos. Su martirio fue una prolongación de los votos que habían profesado: la pobreza se hizo entrega total, la castidad se convirtió en oblación, y la obediencia se consumó en la aceptación serena de la voluntad de Dios. En ellos reconocemos la fuerza silenciosa de quienes, escondidos en los conventos o dedicados a la misión, mantuvieron viva la llama de la esperanza cuando la fe parecía apagarse.

Ejemplos para laicos, que muestran con su vida que la santidad es una vocación universal, para todos los estados de vida. Entre ellos hay padres de familia, jóvenes, catequistas, mujeres viudas, profesionales de distintos ámbitos. Ellos nos dicen que la vocación a la santidad se vive en la vida ordinaria, en el trabajo, en la familia, en el compromiso social y en el servicio a los demás, siendo en todo momento testigos de esperanza.

Ideales para las familias, los mártires nos enseñan que el hogar puede y debe ser «Iglesia doméstica», espacio donde la fe se hace vida y donde la esperanza se transmite de generación en generación. Muchas familias jiennenses vieron partir a sus seres queridos al martirio y, lejos de encerrarse en el dolor, supieron ofrecer su sufrimiento unido a la cruz de Cristo. En ellas floreció una esperanza que venció el miedo, sostenida por la oración y el perdón.

«Influencer» para los jóvenes, porque su testimonio habla con una fuerza especial:

merece la pena vivir y, si es necesario, morir por Cristo. En un tiempo en que tantas veces la fe se relativiza, se esconde o se considera irrelevante, ellos invitan a confesarla con valentía, con alegría y con la certeza de que en Cristo está la verdadera plenitud de vida y la única esperanza que no defrauda.

Para la sociedad: una llamada a la reconciliación, al perdón y a la esperanza de un mundo nuevo

Nuestros mártires son, también, un mensaje de esperanza y de paz para la sociedad de hoy. Ellos murieron perdonando a sus verdugos. No buscaron venganza, no alimentaron el odio en sus corazones. Su testimonio es una llamada poderosa a la reconciliación y al perdón, valores tan necesarios en una sociedad a menudo marcada por divisiones, polarizaciones y enfrentamientos estériles. Su ejemplo nos infunde la esperanza de construir una sociedad más justa y fraterna.

Además, su vida nos recuerda que el Evangelio no nos aparta del mundo, sino que nos compromete activamente en él. Médicos, maestros, periodistas, trabajadores, mujeres comprometidas… todos ellos mostraron que la fe impulsa a trabajar, incansablemente, por un mundo más justo, más humano y fraterno; un mundo donde la esperanza sea el motor de la acción.

Frente a los desafíos actuales: faros de luz y esperanza en la oscuridad

La figura del mártir atraviesa los siglos como testimonio vivo de la fidelidad radical al Evangelio y como fuente de inspiración para todos los cristianos. En cada época, el martirio ha sido signo de contradicción, pero, también, semilla de renovación espiritual y social. Por eso, en un mundo herido por la indiferencia religiosa, por la desesperanza y por la pérdida de valores trascendentes, los mártires son un faro luminoso que nos guían. Ellos nos dicen que el cristianismo no es una tradición del pasado, un mero conjunto de ritos, sino una fuerza viva y transformadora que es capaz de cambiar la historia y los corazones, infundiendo esperanza donde hay desánimo. Ante la violencia, responden con la paz de Cristo. Ante el odio, con el perdón que brota del amor. Ante la desesperanza, con la alegría inquebrantable de la fe. Ante la muerte, con la certeza gloriosa de la vida eterna.

Su testimonio es, en definitiva, una propuesta de futuro para la Iglesia y la sociedad: solo el amor vence al odio, solo la esperanza vence a la desesperanza, solo Cristo vence a la muerte y nos abre las puertas de la vida. Ellos son, para nosotros, los testigos de esperanza que necesitamos.

 

LÍNEAS PASTORALES DIOCESANAS PARA VIVIR LA BEATIFICACIÓN: UN CAMINO DE RENOVACIÓN Y DE ESPERANZA ACTIVA

La beatificación de nuestros 124 mártires no debe quedar reducida a una ceremonia solemne, por muy hermosa y significativa que sea. Mons. Angelo Amato, siendo Prefecto para la Causa de los Santos, en una conferencia que impartió hace unos años en la Seo de Zaragoza, recordaba que: «Una causa de beatificación significa para la diócesis una extraordinaria y magnífica oportunidad de pastoral y de catequesis» (3 de mayo de 2012). Por eso, deseo proponeros algunas líneas de acción concretas, para las semanas previas a la beatificación y para los meses posteriores, que nos ayuden a aprovechar esta gracia y nos sirva para crecer como testigos de esperanza. No podemos desaprovechar esta oportunidad pastoral para reavivar nuestra fe y alentarnos en el camino de la santidad.

Oración: fuente de vida y de esperanza inquebrantable

La oración es el alma de todo proceso de gracia y el motor de la vida cristiana. Propongo que, en las semanas previas a la beatificación, toda la diócesis viva un itinerario de oración común, que nos una en torno a la memoria de los mártires y nos prepare espiritualmente, alimentando nuestra esperanza:

  • Triduo diocesano del 9 al 11 de diciembre, en la S.I. Catedral, así como en las parroquias de nuestra diócesis, especialmente en aquellas que estén vinculadas con los nuevos beatos, con meditaciones sobre breves perfiles de los mártires, para conocerlos y amarlos más, y para que su ejemplo reavive nuestra propia esperanza.
  • Horarios amplios de adoración eucarística en las parroquias donde nacieron y donde finalizaron su ministerio, para que el Señor nos hable en el silencio y fortalezca nuestra esperanza en su presencia real.
  • Rosarios de la Esperanza en familias, parroquias y cofradías, pidiendo que nuestra vida sea fecundada por el testimonio de los mártires y que seamos dignos herederos de su fe y de su esperanza.

De este modo, la beatificación no será un acto aislado, sino el culmen de un camino orante que habrá preparado los corazones de todos los fieles para vivir la misma esperanza que mantuvo a aquellos que expiraron con la confianza puesta en la misericordia del Señor.

Conversión y reconciliación: el legado del perdón y la esperanza de la paz

El Jubileo es, por excelencia, tiempo de conversión, y nuestros mártires nos urgen a ella con su ejemplo. Ellos murieron perdonando a sus verdugos, y ese perdón tiene que traducirse en nosotros en gestos concretos de reconciliación y de paz, sembrando la esperanza en nuestros ambientes.

  • Promoveremos celebraciones penitenciales en parroquias y arciprestazgos, con disponibilidad de confesores, para que muchos puedan acercarse al sacramento de la Reconciliación y experimentar la esperanza del perdón de Dios.
  • La Catedral, como Templo Jubilar, es centro de peregrinaciones penitenciales, donde muchos pueden experimentar la misericordia infinita de Dios y renovar su esperanza en su amor.
  • Invito a          que,     en        nuestras          familias           y          comunidades,       busquemos reconciliarnos allí donde existan divisiones o heridas, siguiendo el ejemplo de quienes entregaron la vida con el corazón pacificado en Cristo.

Caridad y compromiso social: el fruto de la esperanza

El martirio es la expresión suprema de la caridad, el amor llevado hasta sus últimas consecuencias. Para que la beatificación no quede sin fruto, deseo que se traduzca en una obra concreta de caridad diocesana, un signo visible de nuestro amor a Dios y al prójimo, y un testimonio de nuestra esperanza activa.

  • Destinaremos unas colectas extraordinarias, la del día de la Beatificación y la de la acción de gracias en la Catedral, a favor de los migrantes y de las víctimas de la trata, como signo de que la sangre de nuestros mártires se convierte en vida y esperanza para los pobres de hoy, a quienes Cristo nos llama a servir.
  • Animo a las parroquias, comunidades y cofradías a vincular sus celebraciones con gestos caritativos concretos: recogida de alimentos, campañas de solidaridad, acompañamiento de enfermos y ancianos, visitas a los que sufren y ofreciéndoles un rayo de esperanza.

 

Catequesis y formación: conocer para amar, vivir y transmitir la esperanza

La beatificación es, también, un momento catequético privilegiado, una oportunidad única para profundizar en el tesoro que encierran el testimonio martirial. Por esta razón, hemos de enseñar a niños, jóvenes y adultos qué significa el martirio, qué es una beatificación y por qué la Iglesia venera a sus mártires como testigos de esperanza. Para ello,

  • Se elaborarán materiales catequéticos de distintos niveles, que incluirán relatos breves de los mártires, oraciones y dinámicas de grupo, para hacerlos cercanos y comprensibles, y para que su ejemplo inspire la esperanza.
  • Se organizarán charlas y conferencias en parroquias, sobre la figura del mártir como testigo de fe y esperanza, con la colaboración de la Delegación Episcopal para la Causa de los Santos.

 

Juventud y vocaciones: el fuego de la esperanza que no se apaga

Los jóvenes necesitan testigos auténticos, modelos de vida que les inspiren y les guíen. Entre nuestros mártires del S. XX, hay jóvenes seminaristas y laicos comprometidos que no tuvieron miedo de confesar su fe. De manera que,

  • Invito a los jóvenes a que la oración semanal del miércoles previo (Face to face) esté centrada en el testimonio de los mártires.
  • También os invito a todos, a organizar una gran vigilia en la víspera de la beatificación, ante el Santo Rostro, para que todos nos sintamos interpelados por el testimonio de los mártires y renovemos nuestro compromiso con Cristo.
  • Propongo que los testimonios de los mártires se integren en los itinerarios vocacionales, para que susciten en los jóvenes la pregunta fundamental: «Y yo, ¿qué estoy dispuesto a dar por Cristo y por el Evangelio?».

 

Piedad popular y Cofradías: custodios de la memoria y sembradores de esperanza

Nuestras cofradías y hermandades son el corazón de la religiosidad popular de Jaén. Ellas pueden hacer mucho para que la memoria de los mártires penetre en el alma de nuestro pueblo y la esperanza cristiana se siembre en la vida cotidiana de muchos de nuestros contemporáneos. Así, pues, se deben:

  • Incluir en los cultos y reuniones que se organicen en las Cofradías y Hermandades, oraciones pidiendo la intercesión de los mártires y siguiendo su ejemplo.
  • Organizar vía crucis y vía lucis con meditaciones inspiradas en su testimonio, que nos ayuden a adentrarnos en el misterio de la cruz y la resurrección de Cristo.
  • Incorporar su memoria a la vida devocional, como ejemplo de fidelidad a Cristo y de servicio generoso a la Iglesia y a los hermanos.

 

Liturgia y acción de gracias: la celebración de la fe y la esperanza

Finalmente, la liturgia será el marco privilegiado de esta gracia, el culmen de nuestra preparación y la expresión más sublime de nuestra fe y esperanza:

  • La solemne beatificación en la Catedral será el centro de nuestras celebraciones, pero deseo que todas las parroquias celebren, los días siguientes, a este gran acontecimiento, una Eucaristía de acción de gracias. La celebración de acción de gracias diocesana tendrá lugar la tarde del domingo 21 de diciembre en la Catedral. Eucaristías que nos ayudarán a participar de este gran gozo y renovar nuestra esperanza.
  • Hasta que se aprueben los textos propios, se utilizarán los formularios del Común de mártires, con adaptaciones propias que resalten la figura de nuestros beatos y su testimonio de esperanza.

 

CONCLUSIÓN Y EXHORTACIÓN FINAL: UN NUEVO PENTECOSTÉS PARA JAÉN, IMPULSO DE ESPERANZA

Nos acercamos a un acontecimiento único e irrepetible en la historia de nuestra diócesis. El 13 de diciembre de 2025, la Iglesia proclamará beatos a 124 hijos e hijas de Jaén, mártires del siglo XX, auténticos Testigos de Esperanza.

 

Ellos nos hablan con fuerza desde la eternidad, con la elocuencia de su vida entregada, y nos invitan a renovar nuestra propia esperanza, en cuanto que:

Nos apremian a vivir nuestra fe con radicalidad, sin tibieza ni componendas, con la valentía de los primeros cristianos y la confianza puesta en el Señor.

Nos enseñan a perdonar, siempre, incluso en medio de la violencia y la injusticia, siguiendo el ejemplo de Cristo en la cruz.

Nos llaman a ser constructores de reconciliación y de paz en nuestra tierra, superando divisiones y fomentando la fraternidad.

Nos muestran que la santidad es posible en todas las vocaciones: en el sacerdocio, en la vida consagrada, en el matrimonio, en la vida laical.

No dejemos pasar esta gracia inmensa que el Señor nos ofrece. Preparémonos con oración ferviente, con gestos concretos de caridad, con una catequesis profunda y con una alegría contagiosa. Hagamos de esta beatificación un nuevo Pentecostés para Jaén: un impulso misionero que nos lleve a ser verdaderos peregrinos y testigos de esperanza en el mundo de hoy, en nuestra vida cotidiana.

Que la Santísima Virgen de la Cabeza, a la que los 124 mártires también veneraron, nos ayude a mantener viva siempre la esperanza que ellos sembraron con su sangre y a que nunca dejemos de sentirnos «piedras vivas» llamadas a participar en la construcción de la Iglesia celestial, de la que ellos ya forman parten.

Con todo afecto y bendición,

+Sebastián Chico Martínez

Obispo de Jaén

6 de noviembre de 2025, Memoria de los Mártires del S. XX

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