
Hace unos días me sorprendía una noticia que se colaba entre los titulares a los que suelo dar un repaso. Un amplio porcentaje de la población juvenil española ha decidido rebelarse contra lo institucional. Curiosamente, esta juventud contestataria, que tradicionalmente se había aliado con lo que se conoce como izquierda política, actualmente, se ha hecho de derechas. En el fondo de este movimiento subyace una desafección generalizada ante todo lo institucional.
Actualmente la juventud cuestiona todas las instituciones, algo que se vuelve más sangrante aún, en lo que se refiere a las de corte religioso. Está surgiendo una nueva comprensión de la fe que camina al margen de la institución eclesial. En cierto sentido este hecho nos plantea un desafío profundo que nos interpela tanto a nivel eclesial como social.
Podemos echar balones fuera y achacar a los vicios de la juventud este fenómeno. Inmediatez, hiperconexión digital y la pluralidad de discursos a los que se les concede un mismo valor de verdad, son causantes de esta tendencia. Por otro lado, también influyen los escándalos o la rigidez dentro de las instituciones, la búsqueda de experiencias auténticas y significativas, la influencia de la cultura digital. De hecho, la confianza en la tecnología es el único valor que no deja de crecer.
Pero ¿qué ofrecemos a una juventud que reclama autenticidad, más que normas; cercanía emocional y escucha de su pensamiento? Cuando los jóvenes perciben que la institución no responde a sus inquietudes, su vínculo con la fe, se vuelve privado o desaparece. Los eclesiásticos también se echan las manos a la cabeza cuando ven que el tradicionalismo se lleva a muchos de los jóvenes que sienten inquietudes.
Pero no se preocupen, el problema no son las formas o la estética, sino la ética. Las dudas de los jóvenes son oportunidades de crecimiento. La vivencia del Evangelio de forma creíble y transparente sigue atrayendo. El testimonio de una amistad sincera y honesta que solo busca el bien del otro, al modo de Jesús, arrastra. Por ello, me atrevería a asegurar que la desafección juvenil es un signo de los tiempos que nos exige verdad, cercanía y amor.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera

