

Esta parábola del fariseo y el recaudador muestra dos formas de ser, sentir y orar que son antagónicas:
El fariseo se considera a sí mismo un hombre recto y cumplidor de la Ley. Llevado por la soberbia y el orgullo, juzga al que no es como él y se siente superior a aquellos que son pecadores. Su oración es un monólogo de autocomplacencia. Hace una oración de agradecimiento, aunque, por la forma en que se dirige a Dios, parece como si fuera Dios quien ha de estar agradecido con él por todo lo que ha hecho y por cómo se ha comportado.
El recaudador se considera un pecador y una persona indigna, porque sabe que sus actos, como su vida, no han sido adecuados. Desde la humildad y el arrepentimiento pide perdón y la misericordia divina. Ha sabido hacer autocrítica porque, arrepentido, reconoce sus faltas y pecados.
Jesús hace una valoración de ambas actitudes y modos de espiritualidad, reprobando la hipocresía del primero y admirando la sincerad con Dios del segundo. El fariseo ha puesto su seguridad y su salvación en sus propios méritos mientras que el recaudador las ha puesto en Dios.
Emilio J., sacerdote

