Ser Madre y Pilar

Queridos diocesanos, hermanas y hermanos de Málaga y Melilla:

La fiesta de la Virgen del Pilar nos despierta sentimientos de viva gratitud, al contemplar a Santa María, la madre de Jesús, como columna sobre la que se hizo firme la fe y la esperanza de la primera comunidad cristiana. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos la presenta orando con los Doce, mientras esperaban al Espíritu Santo, y una venerable tradición afirma que se apareció a Santiago sobre un pilar sagrado, que se ha convertido en símbolo de la Madre acompañando los primeros pasos de la Iglesia en España. Ella, como buena madre, nos sigue acogiendo, cuidando y dando vida; en ella encontramos unidas la firmeza y la ternura, la convicción y la compasión.

Pero Santa María del Pilar no es sólo una entrañable imagen de María; es también la actitud espiritual y la vocación propia de cuantos deseamos seguir a Cristo. Santa María del Pilar suscita en nosotros la llamada a sostener, acompañar y fortalecer la fe de nuestros hermanos.

Los pilares de nuestra vida

Por eso, en esta fiesta vienen a mi memoria las personas que han sido verdaderos pilares en los que se ha sostenido mi vida y mi fe; personas que han estado junto a mí, como María, en los momentos de duda, en las alegrías y en los tiempos de búsqueda: padres y amigos, sacerdotes y religiosas, grupos y comunidades; en definitiva, tantos hombres y mujeres que, con su fe sencilla, profunda y comprometida, han dejado una huella imborrable en mi historia espiritual. A todos ellos no puedo menos de manifestar mi más sincera y profunda gratitud.

Esta carta quiere ser una insistente invitación a asumir una doble llamada: ser pilar que sostiene y ser madre que engendra a la fe. Somos pilar, aunque no tengamos todas las respuestas, porque intentamos sostener con firmeza, testimoniar la fe con humildad e inspirar otro modo de vivir. Y somos madre en cuanto generamos vida, abrimos caminos y abrazamos con misericordia.

En este mundo que tantas veces se tambalea y fragmenta, dejemos atrás las actitudes características de la adolescencia, centradas únicamente en las propias necesidades, problemas y aspiraciones. Aunque siempre seremos hijos e hijas que necesitan la firmeza de un pilar y el cariño de una madre, asumamos el desafío de convertirnos en pilares y madres, que miren con ternura, escuchen con paciencia,  acompañen sin juzgar y arrimen el hombro; que sean, en definitiva, hogar acogedor y espacio de encuentro con Dios.

Que cada catequista, cada voluntario, cada cofrade y cada militante cristiano se dé cuenta de que su entrega y su presencia son necesarias, de que su fe es luz para otros. Con cada gesto de servicio, con cada palabra compartida, con cada oración silenciosa, seamos pilares y madres para quienes nos rodean.

Recibid un saludo muy cordial en el Señor.

+ José Antonio Satué

Obispo de Málaga

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