
La lectura continuada del evangelio de san Lucas se salta los versos que preceden al texto que escucharemos en la liturgia de este domingo XXVII del tiempo ordinario (Lc 17, 5-10). Para conocer el contexto de la petición de los apóstoles es preciso tener presente la advertencia de Jesús sobre el escándalo a los más débiles y pequeños de la comunidad (vv. 1-2) y la exhortación a la corrección fraterna y al perdón sin límites (vv.3-5). Es, por tanto, una buena introducción para pedir aumento de la fe, dadas nuestras pocas fuerzas y la tarea inmensa a realizar. En efecto, el discípulo se siente pequeño, como el grano de mostaza, pero por pura gracia, ha sido introducido en un proceso de crecimiento dinámico que nos hace «crecer sin que sepamos cómo» (Mc 4,27).
La enseñanza de Jesús, no es respuesta directa a la petición de aumento de la fe, sino que sitúa a los oyentes en un escenario incómodo al no poner el acento en la cantidad de la fe, sino en la calidad, es decir, en su grado de autenticidad. De este modo, si la fe es auténtica, aunque sea insignificante en apariencia como la mostaza, dará mucho fruto.
Con la parábola del siervo y su actuación coherente, Jesús advierte que creer, en verdad, es crear y servir. Esta parábola es válida para todo tiempo. Nos educa en no esperar nada a cambio excluyendo toda clase de expectativas de recompensa como premio a nuestros méritos. Ante Dios no vale la meritocracia, sino la autenticidad que se torna en deseo de ser mejor y servir más.
La parábola es una catequesis a los discípulos sobre el servicio que, al fin y al cabo, ha de realizarse siempre en el nombre del “amo” evitando todo protagonismo que empañe esta realidad. El andaluz José Mª. Pemán, en su obra El divino impaciente, con acierto y precisión, indicaba cuál debe ser el talante del servicio cuando escribía: «No hay virtud más eminente, que hacer sencillamente, lo que tenemos que hacer». El discípulo debe añadir el espíritu de la acción: «haced todo en nombre del Señor y no pedir nada a cambio» (Col 3,17 y 23).
La aplicación de estas máximas en nuestra vida son seguridad del crecimiento espiritual, como ahora se dice, de manera holística, suave y armoniosa, en permanente acción de gracias por tanto amor recibido. En consecuencia, en el discípulo la vanagloria, el engreimiento, el postureo y la petulancia humana, están de más. Por el contario, es fuente de salud espiritual repetirnos una y mil veces la máxima evangélica que cierra esta perícopa: «Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat