Homilía del Arzobispo de Sevilla en el Jubileo del Mundo Educativo

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Homilía del Arzobispo de Sevilla en el Jubileo del Mundo Educativo

Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en el Jubileo del Mundo Educativo. Catedral de Sevilla. 25 de septiembre de 2025.

1. Saludos: Queridos Delegados Episcopales, sacerdotes concelebrantes, diácono; Consejo Diocesano para la Educación Católica, titulares, autoridades académicas, profesores, personal de administración y servicios; representantes de las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos; hermanos y hermanas presentes.
2. Hoy nos reunimos en la Santa Iglesia Catedral de Sevilla para celebrar el Jubileo del Mundo Educativo y para realizar el solemne envío de comienzo de curso de los profesores cristianos, del personal de administración y servicios de nuestros centros, y de los representantes de las asociaciones de padres y madres de alumnos. Esta celebración es un momento de gracia y de compromiso. Es jubilar porque nos abre a la experiencia de la misericordia de Dios que renueva nuestra vocación; es eclesial porque, como comunidad educativa, nos sabemos enviados; y es pastoral y académica, porque educar no es sólo transmitir conocimientos, sino formar personas libres, responsables, abiertas a la verdad y al bien.
3. Las lecturas que hemos proclamado iluminan nuestra misión. En la carta a los Romanos, san Pablo nos dice que “la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5,5). Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores, reconciliándonos con el Padre y dándonos vida nueva. Esta es la raíz de toda auténtica educación: no sólo formar en competencias, sino abrir al alumno a la experiencia de un amor que salva, que renueva, que da sentido, que reconcilia. El Salmo 88 canta las misericordias del Señor, eternas y fieles. La educación cristiana debe ser también un canto de fidelidad: fidelidad a la vocación docente, fidelidad a la misión recibida, fidelidad a los alumnos que el Señor pone en nuestro camino.
4. El Evangelio según san Lucas nos presenta a Jesús en la sinagoga de Nazaret proclamando el pasaje de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres… para proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,16-21). Jesús se presenta como el Maestro, como el que enseña con autoridad, pero sobre todo como el que libera y abre horizontes nuevos. Todo educador cristiano está llamado a hacer presente en la escuela esa misma misión: anunciar la buena nueva, abrir los ojos a la verdad, liberar de las esclavitudes de la ignorancia, de la superficialidad, de la indiferencia.
5. El Año Jubilar que estamos celebrando nos recuerda la centralidad de la misericordia y de la esperanza. El documento del Jubileo de 2025 nos invita a reconocer los lugares y ámbitos donde la misericordia de Dios se hace visible y transforma la existencia. La escuela y la universidad son precisamente espacios privilegiados de esa transformación. Educar es un acto de amor, es plantar semillas que darán fruto en el futuro. Cada profesor, cada persona que trabaja en el ámbito educativo, cada padre y madre que acompaña, realiza una verdadera obra de misericordia: enseñar al que no sabe, orientar al que busca, acompañar al que se pierde, desarrollar los talentos que el Señor ha concedido.
6. El Jubileo es también experiencia de reconciliación. En la vida educativa, no faltan tensiones, cansancios, desencuentros. Pero este Año Jubilar nos invita a redescubrir que la misión educativa no es tarea individual, sino comunitaria. Todos formamos parte de un mismo cuerpo, con carismas y funciones distintas, pero unidos en un único fin: el crecimiento integral de nuestros alumnos y de toda la sociedad.
7. El educador cristiano vive en una encrucijada cultural. La sociedad actual exalta el conocimiento útil y la técnica, pero a veces olvida la sabiduría y el sentido. Muchos alumnos llegan con hambre de verdad, de afecto, de orientación. La escuela y la universidad no pueden limitarse a preparar para un futuro empleo: están llamadas a preparar para la vida, a despertar la conciencia, a educar en la libertad. Benedicto XVI, en la carta encíclica Deus Caritas est, nos recordaba que “el amor —caritas— será siempre necesario, incluso en la sociedad más justa” (n. 28). En el campo de la educación, esto significa que no basta con transmitir contenidos justos: es necesario acompañar con amor, estar cerca, ayudar a crecer. La caridad educativa no es paternalismo, sino respeto y cercanía.
8. El Papa Francisco, en la carta encíclica Fratelli tutti, ha insistido en que la educación debe formar para la fraternidad y la amistad social. Decía: “La educación es llamada a formar en la solidaridad universal, en una nueva cultura del encuentro” (cf. FT 114-117). Esta es una tarea urgente: educar para la paz, para la apertura, para el diálogo. Frente a la tentación del individualismo y la indiferencia, los educadores cristianos sois testigos de que todos somos hermanos.
9. Educar es sembrar en tierra buena. El profesor cristiano no impone la fe, pero vive con coherencia su testimonio. En el respeto a todos, ofrece la alegría de quien ha encontrado la verdad en Cristo. Así, cada clase se convierte en un espacio donde el Espíritu Santo actúa. La excelencia académica es también una forma de caridad. Dar a los alumnos lo mejor de uno mismo, preparar bien las clases, cultivar la investigación, es una manera concreta de servir. La mediocridad no edifica para el futuro; la entrega generosa en el estudio y en la docencia, sí. La educación no termina en las paredes del aula. El testimonio de vida de los profesores, del personal de administración y servicios, y de los padres, marca profundamente. Por otra parte, Una educación cristiana debe abrirse siempre a la sociedad, trabajar por la inclusión, estar atenta a los más pobres y vulnerables.
10. El Jubileo nos impulsa a mirar de frente los retos: al reto de la cultura digital, que abre horizontes inmensos de información, pero también de dispersión y de superficialidad. Los educadores deben acompañar a los jóvenes en el uso crítico y responsable de la tecnología; al reto de la crisis de sentido, que deja a muchos alumnos desorientados. Aquí la fe cristiana ofrece un horizonte de plenitud y esperanza; al reto de la pluralidad cultural y religiosa, que es riqueza y desafío. La educación cristiana debe ser inclusiva, abierta al diálogo, pero sin renunciar a la identidad propia y a la misión evangelizadora; al reto del cansancio y el desánimo del profesorado, que necesita sentirse acompañado y valorado. Hoy la Iglesia nos recuerda una vez más que no estáis solos, que vuestra tarea es noble y necesaria.
11. Queridos hermanos y hermanas: En este Jubileo del mundo educativo, os invito a vivir con intensidad tres actitudes fundamentales: la primera, reavivar la alegría de enseñar y aprender. No olvidéis que cada alumno es un don de Dios; aunque a veces cueste verlo, aunque las dificultades no sean pocas ni pequeñas; que prevalezca siempre la alegría del Evangelio. En segundo lugar, vivir la misión educativa como servicio. El educador cristiano no busca prestigio ni poder, sino servir; servir con paciencia, con ternura, con firmeza cuando sea necesario, con la esperanza de descubrir en cada alumno el rostro de Cristo. Por último, hacer camino en comunión; la misión educativa es compartida. Profesores, personal de administración y servicios, familias, alumnos, todos somos parte de una misma comunidad educativa. El Jubileo es ocasión para fortalecer estos lazos.
12. Hoy tiene lugar el envío del comienzo de curso. Lo realizamos en este marco jubilar para recordar que vuestra misión no es sólo profesional, sino vocacional. Vais a las aulas enviados por la Iglesia, sostenidos por la gracia del Espíritu, acompañados por la oración de toda la comunidad cristiana. Que Nuestra Señora de los Reyes, Reina de la Sabiduría, os inspire cada día y os llene de cariño y paciencia; que san Isidoro y san Leandro, grandes maestros de la Iglesia hispalense, intercedan por vosotros. Y que el Señor derrame en vuestros corazones el amor que no pasa, para que seáis luz y fermento en el mundo de la educación, tan importante para el presente y el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Así sea.

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