
Después de exponer Jesús en tres parábolas preciosas (la oveja, la dracma y el hijo inmaduro) que Dios no se cansa de salir a nuestro encuentro, en este domingo XXV del T.O. proclamaremos la parábola del administrador que está a punto de perder su trabajo porque ha sido acusado de mala administración por algunos que fueron con chismes y cuentos al dueño. Ante la situación difícil que se le aproxima, decide ser generoso con los acreedores de su señor de tal modo que en el futuro éstos puedan «acogerlo en su casa» (Lc 16,1-13).
Este hombre es inteligente y nos va a dar una lección de cómo en situaciones difíciles, si sabemos discernir, éstas se convierten en posibilidades. El protagonista supera los lamentos para buscar soluciones. Es una gran lección para todos los que hemos de solventar diariamente conflictos y situaciones complejas. El asunto de nuestro personaje se agrava porque, con gran realismo, tiene conciencia de su situación complicada: «para cavar no tengo fuerzas y mendigar me da vergüenza».
El texto presenta a dos deudores que debían facturas atrasadas de trigo y aceite. Eran productos típicos de Palestina. La oferta de rebaja que le ofrece el administrador a los mayoristas es notable. Al primero le rebaja el 50% de la deuda, al segundo el 20%. No es poca la generosidad del administrador en cuanto que un denario de plata equivalía a un jornal de un trabajador del campo. Hay que tener presente, para comprender bien el sentido de la parábola, que el administrador ni engaña ni roba. No cabe en la cabeza que Jesús invite a robar, aunque sea en situación apurada, sino que hay que entender que la reducción de la cifra en el recibo es una renuncia a la propia comisión que en justicia le corresponde al administrador por las gestiones realizadas. Era costumbre en la época de trabajar a comisión.
La alabanza del hombre rico se comprende porque el modo de proceder con sagacidad de su administrador “no le toca el bolsillo” y, en consecuencia, no le duele prendas alabar el modo de proceder de su administrador (v.8). La definición del significado del adjetivo “sagaz” que nos ofrece la Real Academia nos ayuda a retratar el perfil del administrador «como una persona al tiempo astuta y prudente, que tiene la capacidad de prever y prevenir las cosas».
Los versos que siguen a la alabanza del dueño son enseñanzas de Jesús pronunciadas en diversas ocasiones sobre el uso del dinero. La amonestación final del texto es contundente: «No podéis servir a Dios y al dinero». Con sagacidad hemos de hacer uso de los bienes materiales procurando que nuestro corazón no se apegue al dinero ni a las cosas.
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat