
En este domingo XXIII del tiempo ordinario el evangelista san Lucas sitúa a Jesús caminando hacia Jerusalén acompañado de numerosas personas que desean escuchar al Maestro y contemplar sus signos (Lc 14,25-33). Jesús es consciente del interés variopinto que mueve a la masa a seguirle junto a la necesidad de una clarificación para ofrecer el camino del verdadero discipulado. El texto indica que “se volvió”, se podría traducirse como “hasta aquí hemos llegado” para clarificar quién es el verdadero discípulo.
La propuesta de Jesús es de una radicalidad extrema y su composición se debe a una recopilación de sus dichos. La invitación al seguimiento comienza con un encuentro personal con Jesús. El Papa Benedicto XVI describió con precisión el tenor de este encuentro: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, n. 1). Por tanto, si no hay encuentro y diálogo con el Señor no somos discípulos, aunque nos empeñemos en estar presentes en todos los actos y cultos que pudieran preparase y asistamos a todas las manifestaciones públicas que rememoran la historia y el drama de Jesús. Después de este encuentro hemos de dejar a la gracia de Dios que haga su trabajo poniendo, por nuestra parte, la mejor disposición. San Lucas dibuja el perfil del discípulo indicando tres condiciones y señalando tres actitudes.
Las condiciones para ser discípulo se resumen en tres renuncias. En primer lugar, la renuncia voluntaria a los vínculos afectivos para situar a Dios en el centro de nuestra vida. La segunda condición, consiste en la renuncia radical al propio interés para buscar siempre la mayor gloria de Dios y de los hermanos. La tercera condición será la renuncia afectiva a las posesiones materiales. Las condiciones se convierten en posibilidades si, tal como traduce la primera bienaventuranza el P. Juan Mateos, son bienaventurados “los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey” (cf. Mt 5,3).
Estas condiciones para el discipulado se sustentan en tres actitudes que hemos de trabajar con paciencia. La primera, es la disponibilidad sin reservas (v.26). La segunda actitud (v.27), expresada de forma simbólica, supone cargar con la propia “cruz” siguiendo el “camino detrás del Maestro”. La tercera actitud, se encuentra ilustrada en dos parábolas (vv. 28-30.31-32), la metáfora sobre la torre y el rey obligado a defender bienes y personas, que nos invitan a un sano realismo para ponderar nuestras acciones y calcular nuestras fuerzas y capacidades. El seguimiento y la misión implican renuncia y, además, reflexión sabia y serena para elegir lo mejor.
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat