Septenario al Cristo de la Salud (Villamarxant-Valencia)

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Homilía de Mons. Jesús Catalá durante la Eucaristía con motivo del Septenario al Cristo de la Salud celebrada en la parroquia de Santa Catalina Mártir en Villamarxant (Valencia).

SEPTENARIO AL CRISTO DE LA SALUD

(Vilamarxant-Valencia, 23 agosto 2025)

Lecturas: Is 66, 18-21; Sal 116, 1-2; Hb 12, 5-7.11-13; Lc 13, 22-30.

(Domingo Ordinario XXI-C)

1.- En el cuarto día del septenario al Cristo de la Salud, la comunidad cristiana de Vilamarxant contempla a Jesús en la cruz, que exclama: «¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?» (Mt 27, 45). Con esta palabra nos acercamos al misterio más hondo y desconcertante de la vida y muerte de Jesús.

Era pleno día y a pleno sol cuando aparecieron las tinieblas, que envolvieron la escena del Calvario. La naturaleza se une al atroz sufrimiento de Jesús, que apura el cáliz acibarado, porque la naturaleza tiene también su propia forma de gemir aguardando la plena liberación de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 19-22).

Jesús vive momentos de soledad, angustia y oscuridad, propias de la cercanía ante la muerte. Como verdadero hombre el Cristo de la Salud experimenta en toda su crudeza la realidad implacable de la muerte desgarradora; la muerte que aniquila aparentemente todo.

Precisamente en este momento de abandono y soledad, cuando parece que Dios lo ha abandonado, es cuando llega a ser Jesús más Hijo, cuando reafirma más plenamente su amor y su fidelidad al Padre. Podemos pensar que, en los momentos más crudos y duros de nuestra historia, es cuando el Señor nos permite que seamos mejores hijos suyos y más fieles.

Este momento de soledad de Cristo en la cruz es a la vez el momento culminante de la redención, de la nueva alianza, de la victoria sobre el pecado y la muerte, el momento central de nuestra redención.

2.- El grito de dolor de Jesús, proferido en su lengua materna, reproduce las primeras palabras del Salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Su situación anímica constituye la cumbre del drama espiritual que empezó días antes de su pasión: «Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora:  Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12, 27-28).

Es el mismo grito de dolor que expresa la carta a los Hebreos al señalar que Cristo «en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial» (Hb 5, 7), por su confianza en el Padre.

Queridos hermanos, cuántas veces en nuestra vida hemos pensado que Dios no escuchaba nuestra plegaria, cuando nos sucedían cosas duras y difíciles; y nos preguntamos: ¿Por qué a mí? ¿Qué mal hice Señor? Cuántas veces los creyentes han clamado a Dios ante una enfermedad, una injusticia, una tribulación, y les parece que no son escuchados por Dios, porque no se cumple la propi voluntad.

Contemplando la imagen del Cristo de la Salud, que se siente abandonado de su Padre, podemos reconocer que no hay ya situación humana, por difícil que sea, que esté privada de salvación y redención; no existe nada ni nadie que pueda apartarnos del amor de Dios (cf. Rm 8, 35-39); esto lo afirma el apóstol Pablo, porque lo ha vivido en su carne.

3.- ¿Por qué tenía que padecer tanto sufrimiento el Hijo de Dios para redimir al género humano? ¿Acaso no podía haber escogido otro camino menos doloroso y humillante? La respuesta nos la ofrece la misma carta a los Hebreos: «Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo» (Hb 2, 17-18).

Con las palabras «por qué me has abandonado» Jesús expresaba una forma de identificación con toda la humanidad pecadora y doliente. El Cristo de la Salud asume nuestros pecados, los vuestros y los míos; y se ofrece al Padre en oblación de amor. Él ha soportado nuestras flaquezas y miserias y cargó con todas nuestras debilidades (cf. Is 53, 4-6).

La voz de Cristo en la cruz es el grito de los inocentes y «descartados», como decía el papa Francisco, como son los sentenciados a muerte, los secuestrados, los migrantes maltratados, los refugiados, quienes huyen de la guerra y del hambre, las víctimas del terrorismo, los contagiados por virus mortíferos, los afectados por desastres naturales (inundaciones, volcanes, fuego arrasador); ¿os suenan estos desastres?; es también el grito de las mujeres maltratadas, de los niños asesinados en el seno materno, de los enfermos terminales a los que se les aplica la muerte. Con su grito, Jesús se hizo solidario de todos los humillados y ofendidos; de todos ellos y de todos nosotros.

A partir de ahora no existe ya situación imposible, porque el Cristo de la Salud nos ha redimido.

Texto dicho en valenciano:

4.- ¡Benvolguts, fills de la comunitat cristiana de Vilamarxant! El Crist de la Salut es va oferir a si mateix a la creu per a tots aquells, que hem nomenat abans, i per a tots nosaltres, obrint-nos les portes del cel, que ja no están tancades. Contemplem aquest misteri immens i infinit d’amor. Jesús resa al seu Pare amb una confiança plena; no solem rezar nosaltres amb la mateixa confiança, perquè no acabem de creure’ns el que demanem a Déu Pare. Jesús ens ensenya a confiar en la misericòrdia i el poder de Déu, que triomfa sobre les limitacions i misèries de la nostra condició pecadora.

El seu crit no era de desesperació, com van creure alguns dels que eren allà i creuen alguns de nosaltres; no era de desesperació. A la darrera Cena, Jesús havia dit el que passaria: «No estic sol, perquè el Pare és amb mi» (Jn 16, 32), del qual no es va separar mai. Nosaltres, en canvi, ens hem separat moltes vegades d’ell. Jesús sempre deia: «El Pare és amb mi» (Ibid.).

Demanem a Déu-Pare, que va permetre que el nostre Salvador es va anonadar fent-se home, pobre i humil, i morint a la creu, que ens concedeixca que les ensenyançes de la seva passió ens serveixquen de testimoni, i que un dia participem en la seua gloriosa resurrecció (cf. Missal Romà, col·lecta del Diumenge de Rams), perquè la mort no és el final de la nostra vida.

5.- Segons l’evangeli de Lluc, que s’ha proclamat, un de la gent li va preguntar: «Senyor, són pocs els que es salven?» (Lc 13, 23). I ell va respondre: «Esforçeu-vos a entrar per la porta estreta, per que vos dic que molts intentaran entrar i no podran» (Lc 13, 24). El Senyor ens invita a ser els seus deixebles i no reconeixerà a qui no el segueix (cf. Lc 13, 25.27).

Les excuses que posen els que són rebutjats no són vàlides: hem sentit parlar de tu, hem fet processons, hem anat a Missa, som dels teus. I Jesús els respon: «No us conec» (Mt 25, 12); perquè no hem intentat viure segons les seves paraules, sentiments, la seva obediència a Déu-Pare, la seva confiança, el seu perdó, el seu estil, la seva misericòrdia, el seu amor.

El text evangèlic d’avui té dos punts clau: en primer lloc, la salvació; perquè Déu ens ha salvat mitjançant la mort i resurrecció de Jesucrist; ja estem salvats; no us preocupeu. Com ja estem salvats, hem de sortir d’aquesta celebració amb gran confiança i pau interior. El Crist de la Salut ens ha donat sobretot la «salut espiritual».

El segon punt és el seguiment de Jesús; ell ens demana que el seguim, que el imitem, que prengam seriosament la nostra fe, que portem a terme els nostres compromisos bautismals. Naturalment, cadascú ha de veure ara com porta a terme el seu seguiment de Crist. Santa Teresa de Jesús deia: «Al final de la vida, qui es salva sap i qui no, no sap res».

Demanem al Crist de la Salut que ens acompanye en el camí de la vida i ens ajude a assumir les tribulacions, els sofriments, el dolor, les penúries. Ell ja ha passat per tot això; i no hem de tindre por. ¡Que estos dies del septenari siguen una bona preparació per a la celebració de la festa del Crist de la Salut! Amén.

Traducción al castellano de los puntós 4 y 5:

4.- Queridos hijos de la comunidad cristiana de Vilamarxant. El Cristo de la Salud se ofreció a sí mismo en la cruz por todos aquellos, que hemos nombrado antes, y por todos nosotros, abriéndonos las puertas del cielo, que ya no estén cerradas. Contemplemos este misterio inmenso e infinito de amor. Jesús reza a su Padre con una confianza plena; no solemos rezar nosotros con la misma confianza, porque no acabamos de creernos lo que pedimos a Dios-Padre. Jesús nos enseña a confiar en la misericordia y el poder de Dios, que triunfa por encima de las limitaciones y miserias de nuestra condición pecadora.

Su grito no fue de desesperación, como creyeron algunos de los que estaban allí y creen algunos de nosotros; no era de desesperación. En la última Cena Jesús había dicho refiriéndose a lo que iba a suceder: «No estoy solo, porque está conmigo el Padre» (Jn 16, 32), del que no se separó nunca. Nosotros, en cambio, nos hemos separado muchas veces de él. Jesús siempre decía: «Está conmigo el Padre» (Ibid.).

Pidamos a Dios-Padre, que permitió que nuestro Salvador se anonadase haciéndose hombre, pobre y humilde, y muriendo en la cruz, que nos conceda que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección (cf. Misal Romano, colecta del Domingo de Ramos), porque la muerte no es el final de nuestra vida.

5.- Según el evangelio de Lucas, que se ha proclamado, uno de entre la gente le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13, 23). Y él respondió: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán» (Lc 13, 24). El Señor nos invita a ser sus discípulos y no reconocerá a quien no le sigue (cf. Lc 13, 25.27).

Las excusas que ponen los que son rechazados no son válidas: hemos oído hablar de ti, hemos hecho procesiones, hemos ido a Misa, somos de los tuyos. Y Jesús les responde: «No os conozco» (Mt 25, 12); porque no hemos intentado vivir según sus palabras, sentimientos, su obediencia a Dios-Padre, su confianza, su perdón, su estilo, su misericordia, su amor.

El texto evangélico de hoy tiene dos puntos clave: en primer lugar, la salvación; porque Dios nos ha salvado mediante la muerte y resurrección de Jesucristo; ya estamos salvados; no os preocupéis. Puesto que ya estamos salvados, hemos de salir de esta celebración con gran confianza y paz interior. Cristo de la Salud nos ha dado sobre todo la «salud espiritual».

El segundo punto es el seguimiento de Jesús; él nos pide que lo sigamos, que le imitemos, que tomemos en serio nuestra fe, que llevemos a cabo nuestros compromisos bautismales. Naturalmente, cada uno tiene que ver ahora cómo lleva a cabo su seguimiento de Cristo. Santa Teresa de Jesús decía: «Al final de la vida el que se salva sabe y el que no, no sabe nada». 

Pedimos al Cristo de la Salud que nos acompañe en el camino de la vida y nos ayude a asumir las tribulaciones, los sufrimientos, el dolor, las penalidades. Él ha pasado ya por todo ello; y no debemos temer. ¡Que estos días del septenario sean una buena preparación para la celebración de la fiesta del Cristo de la Salud! Amén.

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