Homilía en la celebración de la Aparición de la Virgen de la Cabeza

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE LA APARICIÓN DE LA VIRGEN DE LA CABEZA

Año Jubilar de la Esperanza – 2025

“María, Madre de la Esperanza”

 

Queridos hermanos: ¡Buenas noches y felicidades!

Como cada año, en este lugar santo, nos convoca la Virgen de la Cabeza, nuestra Patrona, en el día en el que la Iglesia recuerda su Aparición a Juan Alonso de Rivas, el pastor de Colomera, en aquella noche del 11 al 12 de agosto de 1227. Desde entonces, su presencia maternal ha marcado la historia de nuestra tierra, no solo de Sierra Morena, si no de Andújar, de toda nuestra Diócesis de Jaén, de toda Andalucía y de todos aquellos lugares del mundo donde un jienense ha hecho presente y ha llevado en su corazón esta gran devoción de la Morenita, trasladando consuelo y esperanza a generaciones enteras de cristianos.

Pero, esta celebración no es solo un recuerdo del pasado: es una presencia viva que ilumina nuestro presente. Y lo hace en este Año Jubilar de la Esperanza, en el que conmemoramos la Encarnación de Jesucristo, acontecimiento por el que Dios se hizo cercano a la humanidad para siempre, a través de una mujer, de María, la joven de Nazaret.

Las lecturas que acabamos de escuchar nos ayudan a comprender mejor quién es María para nosotros:

Isaías anuncia que la casa de Dios será “casa de oración para todos los pueblos”. La Virgen de la Cabeza, desde su Basílica – Santuario en Sierra Morena, acoge a todos: no hay distinción de raza, condición o lugar de origen,… ni siquiera de fe. Como verdadera madre, abre las puertas a todos sus hijos.

San Pablo nos anuncia que Cristo es “primicia de los que han muerto” y que un día “el último enemigo, la muerte, será destruido”. María, asociada a la victoria de su Hijo, es signo de esperanza firme para nosotros: en ella vemos ya cumplido lo que esperamos vivir en Cristo.

 

Y en el Evangelio de Mateo, Jesús dice que su verdadera familia son los que cumplen la voluntad del Padre. María es la primera en esa familia, porque pronunció un “sí” total y obediente. Y así se convirtió en Madre de todos los discípulos.

Queridos hermanos, este año, de manera extraordinaria, contemplamos su talla completa, despojada de sus atributos: sin los ornamentos ni la vestimenta tradicional, sin el esplendor de sus mejores galas. Podría parecernos una imagen empobrecida, pero en realidad es un signo profético. Nos invita a mirarla como es: la joven de Nazaret, sencilla y humilde, que se fía totalmente de Dios.

Este despojo de sus atributos y ornamentos nos recuerda que María se entregó sin reservas, y que incluso entregó a su propio Hijo para que toda la humanidad tuviera vida. No guardó nada para sí, todo lo puso en las manos del Padre. Así cumple su voluntad, como nos pide el Evangelio, y se convierte en la verdadera Madre de todos.

Una Madre que nos alienta y nos fortalece en nuestra esperanza. La Sagrada Escritura nos presenta dos veces a María “guardando y meditando todas las cosas en su corazón” (cf. Lc 2,19 y en Lc 2,51). El corazón, en lenguaje bíblico, es el núcleo donde la persona piensa, decide, siente y elige. Ahí, en ese silencio interior, María atesoraba las obras de Dios y las interpretaba a la luz de la fe. San Juan Pablo II llamó a esto la espiritualidad de la memoria: no dejar que lo esencial se pierda en el olvido, sino guardarlo como alimento para la vida.

En nuestro tiempo, marcado por la prisa y el ruido, esta actitud mariana es un antídoto contra la superficialidad. Nos recuerda que la esperanza se alimenta en el silencio orante, en la escucha atenta de la Palabra, en el discernimiento sereno de cada momento.

Pero, la vida interior de María no la encerró en sí misma. El evangelio de la Visitación nos dice que, tras la Anunciación, “se puso en camino con prontitud” (Lc 1,39).Su esperanza la hacía mirar fijamente a Jesús y moverse con la rapidez de quien ha sido iluminada por la luz de Dios. Vida interior y misión iban unidas.

Hoy, en un mundo herido por la soledad, el enfrentamiento y la desconfianza, nosotros los cristianos, los que nos llamamos hijos de ella, necesitamos esta capacidad de ir con prisa a servir a nuestros

 

hermanos los hombres. No para reaccionar con nerviosismo, sino con la prontitud de quien lleva un tesoro que no puede guardarse: Cristo, nuestra esperanza, Aquel que nos hace conscientes de que somos hermanos y nos trae la paz.

Vivimos en un contexto global marcado por guerras, especialmente en Ucrania y en Gaza, por la polarización social que alimenta la intolerancia de fe, de culturas, de estado de vida…, por la incertidumbre económica, por la sombra de la mentira, y un creciente desencanto, especialmente entre los jóvenes. Muchos se sienten como si caminaran en un desierto sin horizonte.

En este escenario, resuenan con fuerza las palabras del Papa León XIV en el Jubileo de los Jóvenes, hace unos días en Roma: “Nuestra esperanza es Jesús… y no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Homilía, 3 de agosto de 2025).

Y, también, resuena su invitación a “aspirar a cosas grandes, a la santidad; no se conformen con menos” (Vigilia, 2 de agosto de 2025).El Papa recordó que “la plenitud de la existencia no se mide por lo que acumulamos, sino por lo que sabemos acoger y compartir”.

Esto vale para todos, no solo para los jóvenes. En un tiempo donde la cultura dominante empuja al individualismo y a lo inmediato, la Virgen de la Cabeza nos enseña que la verdadera grandeza, no está en los oropeles del mundo, sino que está en vivir para Dios y para los demás, como Ella, que meditaba esta realidad en el interior de su corazón de madre.

Ya estamos en camino hacia el octavo centenario de la Aparición. Que, este tiempo de preparación, no sea solo una conmemoración externa, sino un tiempo de renovación espiritual: cuidar la vida interior; aprender de María a guardar y meditar; fortalecer la esperanza: no dejar que las dificultades nos paralicen; y ser misioneros: anunciar a Cristo con palabras y obras concretas.

 

Queridos hermanos: la Virgen de la Cabeza, Madre de la Esperanza, es faro en nuestro presente. Ella nos enseña que la verdadera grandeza está en cumplir la voluntad de Dios, en acoger y

 

compartir el don de Cristo, en vivir con un corazón limpio que espera sin desfallecer.

Pidámosle que, desde Sierra Morena, siga velando por nuestra Diócesis, por nuestra Iglesia universal, por nuestras familias y por todos los que la invocan. Que nos haga, como decía el Papa León XIV, señales de un mundo diferente, construido con diálogo, amistad y paz.

 

¡VIVA LA VIRGEN DE LA CABEZA!

 

 

 

X Sebastián Chico Martínez

Obispo de Jaén

 

11 de agosto de 2025

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