María y José cumplen con lo prescrito en la Ley: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor» (Ex 13,2). Es el gran signo de la entrega personal a Dios, al que pertenece totalmente. Un gesto que expresa que la vida es un don sagrado que no nos pertenece, sino que viene de Dios y a Él se orienta. La identidad del ser humano, por tanto, no se entiende al margen de Dios, sino en una íntima referencia a Él.
La Sagrada Familia se nos presenta como modelo de vida comunitaria ante el desafío, mencionado por el papa Francisco, de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos (EG 87). No a las familias «archipiélagos» que viven bajo un mismo techo sin compartir realmente sus vidas. No a las familias «pluridireccionales» sin un proyecto común que oriente las miradas de todos. No a las familias «digitales» que viven bajo el dominio de ipads, tablets, iphones… interconectados con todos y con nadie en una confusa maraña de redes virtuales pero no reales.
Todo lo que apague el calor del hogar no es expresión de la comunión auténtica que sana y regenera. Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos (EG 87).
Rafael Vázquez
sacerdote diocesano