«Los alumnos aseguran que la Escuela Teológica los transforma para servir mejor»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Este viernes, 13 de junio, tiene lugar la celebración de fin de curso de la sede de la Escuela Teológica de Málaga y en septiembre se abrirá el plazo para la matriculación en el nuevo curso. Dicho centro formativo diocesano comenzó su vida, como Escuela de Agentes de Pastoral el curso 1989-90, promovida por las delegaciones diocesanas de Apostolado Seglar y de Catequesis. Después fueron surgiendo las sedes de Antequera (1993-94), Ronda (1997-98), Mijas Costa y Nueva Andalucía (2001-02), Axarquía (2003-04), Melilla (2013-14) y Marbella (2017-18).

Posteriormente, se puso en marcha la modalidad semipresencial en los arciprestazgos de Coín y Ronda (2015-16), el arciprestazgo de Álora (2018-19) y el de Axarquía-Costa (2019-2020). En sus 35 años de andadura, han cursado el ciclo completo de formación casi 2.000 alumnos.

Este ha sido el tercer curso como director de la Escuela Teológica para el sacerdote José Emilio Cabra. Tres años que «han pasado volando y que han sido un privilegio porque me han permitido sumarme al trabajo de un equi-po que lleva más de 30 años trabajando bien por la formación en la Diócesis«, afirma.

«La dirección de la Escuela, con sus distintas sedes, te permite asomarte y conocer a cantidad de gente que está implicada en su propia formación en la Diócesis. Desde fuera sabes que existen seis sedes, repartidas por la diócesis, mas muchos grupos que siguen la Escuela semipresencial desde sus parroquias; pero sólo cuando vas conociéndolos personalmente, a los directores de cada sede, a los monitores y, sobre todo, a la gran cantidad de alumnos (hablamos de unos 300 en total en cada curso), te das cuenta de cuánta riqueza humana, que generalmente pasa inadvertida. Hay muchos miembros de nuestras parroquias, movimientos, hermandades… que hacen un gran esfuerzo por su formación creyente», explica José Emilio.

Por otro lado, «conocer la Escuela te permite dar las gracias por el bien que hace: el proceso, durante tres años, ayuda a hilar el Evangelio, la cristología, los sacramentos, —en fin, todo lo que se estudia— con la propia vida. Los alumnos aseguran que es un proceso que los va transformando. Y compartir con miembros de otras parroquias, de otras zonas, con otros puntos de vista, nos permite ampliar el horizonte y abrirnos a la experiencia de Iglesia, que siempre es más ancha, más rica que solo la mía. Todo para después servir mejor».

Estos tres años también han permitido a José Emilio «tomar conciencia de la necesidad de formación que seguimos teniendo en la Diócesis. Estoy convencido de que la Escuela sigue siendo útil. Tendremos que ver cómo acercarnos a nuevas demandas y necesidades que se nos van planteando sin perder la calidad y el valor del proceso, pero en ello estamos. Es por todo ello que estoy muy satisfecho de estos años y con muchas ganas de seguir adelante». 

Los alumnos

Rogelio García Cisneros es alumnos de la sede de la Escuela Teológica de Antequera y acaba de concluir el proceso formativo este curso. Se inscribió en la Escuela Teológica porque tenía inquietudes. 

«Cuando hablaba con compañeros de la parroquia, sobre todo con los de mi cofradía, o incluso de otras cofradías, yo veía que tenía déficits importantes en dos aspectos fundamentales: en lo teórico y en lo espiritual. En lo teórico porque, cuando empezaban a hablar, por ejemplo de la Biblia o del Evangelio de San Juan, yo no era capaz de seguirles el hilo. Todo me sonaba, pero en lo básico que se escucha en la Misa del domingo. También me motivaron los cursos de lectura de la Biblia que comenzaron en la parroquia. Y en lo espiritual, tenía un déficit espiritual y de encuentro con Dios tremendo. Llegué a la Escuela con nervios porque dedicarle tres años seguidos todos los miércoles, siendo padre de familia y con el trabajo… era complicado de compatibilizar. Pero ahora, sinceramente, reconozco que la Escuela me ha cambiado la vida. He descubierto a un Dios que no conocía. He pasado de un Dios castigador a uno misericordioso que es amor puro. Ahora leo el Evangelio todos los días, entendiéndolo y profundizando en él. Esto cambia hasta tu perspectiva de la vida y la importancia que le das a las cosas. Es tanto lo que me ha cambiado que, ahora que he terminado, me encuentro un poco huérfano, así que ya estoy “bochando” la web del CESET para comenzar Ciencias Religiosas».

Belén González (profesora de español para extranjeros) y su esposo Gabriel Contreras (arquitecto técnico) tienen dos hijas y una nieta de año y medio, pertenecen a los Equipos de Nuestra Señora desde hace 28 años y son alumnos de la sede de la Escuela en Marbella. 

«La búsqueda de un encuentro real con Cristo, una necesidad de crecer en la fe mediante una experiencia de vida real, hizo que buscáramos este curso especialmente práctico de vida en Cristo. No hay exámenes, no aprendes conceptos de memoria, simplemente vives el Evangelio. Descubres el proyecto de salvación que Dios pensó para el hombre. Es una experiencia real de amor. Esta vivencia se lleva a cabo gracias al método empleado. Ponerlo todo en práctica te hace vivir el mensaje del Evangelio en tu entorno más cercano. Cambias la visión de las personas, reconociendo en ellos el rostro de Cristo. Para mí (Belén), la razón por la que me inscribí en este curso es considerar la formación teológica como algo esencial en todo cristiano para poder argumentar con veracidad nuestra fe en Cristo. Hasta ahora, lo que más me ha gustado es vivir todo este aprendizaje en comunidad, enriqueciéndonos unos de otros. También conocer y entender la liturgia de la Iglesia. Al final de cada tema hay que hacer un compromiso que debemos cumplir en esa semana y esto me ha conducido a ser consciente de que mi fe ha de ser coherente y testimoniada».

Federico Alcázar es antiguo alumno y ahora monitor de la sede de la Escuela en Málaga. 

«Para mí, la Escuela fue todo un descubrimiento. Llegué a instancia de mi párroco, pero verdaderamente no tenía claro lo que venía a hacer. Me encontré con un grupo de profesores entusiastas que nos explicaban cada semana, de una manera amable y sencilla, todas las parcelas de la Teología. Pero para mí lo que marcaba la diferencia era el encuentro que teníamos un grupo heterogéneo de personas que, acompañados por un monitor, nos reuníamos al terminar la clase. En esas reuniones, lo que hacíamos era que  poníamos en común los temas que nos habían explicado la semana antes,  pero sobre todo lo que hacíamos era llevarlos a nuestras vidas; y así, poco a poco, semana a semana, íbamos utilizando un método sencillo y nos enfrentábamos a nosotros mismos, a nuestra forma de ver a los demás, de juzgarlos, de juzgar todo lo que acontece a nuestro alrededor y salir de nosotros mismos para acercarnos al hermano. Eso es algo de lo hemos hablado tantas veces o hemos oído hablar: la Iglesia en salida, es decir, conformarnos con Cristo y así, comenzar a discernir nuestras vidas. Para mí, todo este conocimiento y las distintas experiencias de mis compañeros de grupo y de mi monitor me llevaron a un encuentro personal con Jesús. Cada viernes era algo que deseaba, que me cambiaba la vida y me ponía frente a mí mismo y frente a Dios. Nunca podré pagar tanto como recibí. Por eso, cuando terminé la Escuela sentí la necesidad de seguir y transmitir a otros lo que yo había vivido y sigo viviendo en estos momentos. El día que me llamó el director, José Emilio Cabra, para ofrecerme quedarme como monitor lo sentí como un regalo. Y sigue siendo así desde entonces. Creo que hay mucha gente deseosa de conocer más y mejor al Señor, de vivir su fe con intensidad y, como proponía el papa Benedicto XVI, llegar a la fe desde la razón. Esta es la gran oportunidad que ofrece la Escuela Teológica San Manuel González».

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