
Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía con motivo de la Solemnidad de Pentecostés, Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar (Catedral-Málaga)
PENTECOSTÉS. DÍA DE LA ACCIÓN CATÓLICA Y DEL APOSTOLADO SEGLAR
(Catedral-Málaga, 8 junio 2025)
Lecturas: Hch 2, 1-11; Sal 103, 1.24.29-31.34; 1 Co 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23.
Los laicos, testigos de esperanza en el mundo
1.- En primer lugar, queridos hermanos, deseo agradecer vuestra oración, la de toda la Diócesis y la de otras muchas personas con motivo de mi hospitalización. Gracias por todas las muestras de cariño y afecto hacia mi persona. El Señor se ha servido de esta circunstancia para potenciar nuestra comunión eclesial y nuestra fraternidad. ¡Que Dios os bendiga!
En la solemnidad de Pentecostés la Iglesia que peregrina en España celebra el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Estos acontecimientos se enmarcan con el final del Sínodo sobre la Sinodalidad, el Congreso de las Vocaciones (Madrid, 7-9 de febrero) y el Jubileo de la Esperanza, en el que estamos todos inmersos. ¡Bienvenidos a la Catedral para celebrar el Jubileo del laicado!
Estas celebraciones nos impulsan a cultivar la virtud teologal de la esperanza; no se trata de esperanzas a corto plazo y concretas, que terminan con el tiempo. La esperanza teologal se refiere a la participación en la vida eterna, que el Señor nos regala. A través de estas celebraciones podemos reconocer cómo el Espíritu Santo dirige y dinamiza la vida de la Iglesia.
La Jornada de hoy tiene como lema: «Testigos de esperanza en el mundo», que nos invita a reflexionar sobre la vocación laical y la presencia de los cristianos, ofreciendo esperanza en un mundo necesitado de amor, de acogida, de hacerse próximos (prójimos) del otro.
Somos enviados a evangelizar nuestras realidades más cercanas, para seguir haciendo presente el evangelio salvador de Jesús, aportando testimonios de fe en todos los ámbitos de la vida cotidiana y transformando nuestra sociedad actual, desde la luz de Jesucristo, quien es la Luz del mundo (cf. Jn 8, 12).
2.- Jesús ofreció su paz a los discípulos. El saludo del Resucitado era: «Paz a vosotros» (Jn 20, 19); el Señor también nos dice hoy: “Paz a vosotros”; éste es el deseo de Jesús para cada uno de nosotros. Así saludó el papa León a los fieles en el día de su elección.
El Señor les dio a sus discípulos el mandato misionero: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21), soplando sobre ellos y diciéndoles: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22).
El día de Pentecostés se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento huracanado, que llenó la casa donde se encontraban los discípulos (cf. Hch 2, 2); y «vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos» (Hch 2, 3). En esta fiesta de Pentecostés el Espíritu Santo también nos ilumina y enardece nuestro corazón con su llama de fuego que purifica. ¡Dejad, queridos fieles, que el Espíritu y su llama quemen en nuestro interior lo malo, lo que no sirve; y hagan resplandecer lo bueno!
En cada Pentecostés el Espíritu Santo llena los corazones de los fieles cristianos y los envía a proclamar el Evangelio. El Documento final del Sínodo sobre la Sinodalidad nos recuerda que: “Los cristianos, personalmente o en forma asociada, están llamados a hacer fructificar los dones que el Espíritu concede con vistas al testimonio y al anuncio del Evangelio (…). En la comunidad cristiana, todos los bautizados están enriquecidos con dones para compartir, cada uno según su vocación y condición de vida (…). La variedad de carismas, que tiene su origen en la libertad del Espíritu Santo, tiene como finalidad la unidad del cuerpo eclesial de Cristo (cf. Lumen gentium, 32) y la misión en los diversos lugares y culturas (cf. Ibid., 12)” (n. 57). El Espíritu nos confía la evangelización y el testimonio.
3.- Todos debemos sentirnos llamados, como miembros de la Iglesia, a caminar juntos, sinodalmente, a escuchar y discernir en el Espíritu, reconociendo el valor y la dignidad de cada vocación. Ningún carisma y ninguna vocación es más que otra; nadie debe excluir a otro, porque todos podemos aportar desde el carisma que el Señor nos haya regalado.
Se nos apremia a llevar adelante la misión, que a cada cual le confía el Señor, asumiendo los compromisos bautismales en la vida concreta, en la familia, en el trabajo, en la cultura, en la política, en la economía. Todo debe quedar impregnado por la luz del evangelio.
Como nos recuerda el Sínodo sobre la sinodalidad: “Cada bautizado responde a las exigencias de la misión en los contextos en los que vive y trabaja desde sus propias inclinaciones y capacidades, manifestando así la libertad del Espíritu en la concesión de sus dones. Gracias a este dinamismo en el Espíritu, el pueblo de Dios, escuchando la realidad en la que vive, puede descubrir nuevos ámbitos de compromiso y nuevas formas de realizar su misión” (Documento final del Sínodo, n. 58).
La fiesta de hoy nos hace ver con más claridad que la Iglesia no es monocolor ni uniforme, sino una sinfonía de melodías y una armonía de colores, que el Espíritu suscita, anima y coordina. Seamos esa nota musical, armonizada y concordante con otras notas para cantar la melodía del Espíritu. Seamos el color que el Espíritu nos ha querido dar para enriquecer y embellecer la Iglesia.
San Pablo nos recuerda: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos» (1 Co 12, 4-6).
Hemos de saber reconocer la presencia y la acción del Espíritu en los variados carismas y respetarlos: «A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Todos tenemos una misión que cumplir para edificar la Iglesia y hacerla cada vez más hermosa.
El papa León, en la Vigilia de Pentecostés de ayer en el Vaticano, decía que la evangelización no es una conquista humana, sino que es fruto de la acción del Espíritu Santo. ¡Dejemos, pues, que el Espíritu actúe en nosotros y a través de nosotros, como instrumentos suyos! El Papa exhortaba a los fieles a permanecer muy unidos a sus respectivas diócesis y a sus parroquias, cerca de sus obispos y en sinergia con todos los otros miembros del Cuerpo de Cristo. Las parroquias, dicho por los últimos papas, siguen siendo un buen instrumento de sinodalidad.
Siguiendo las palabras del Papa invito a todos los grupos, movimientos, asociaciones, etc., a vivir unidos a la iglesia particular o diócesis, a la que pertenecéis; en nuestro caso a Málaga. Y también a mantener una relación viva con vuestra parroquia. De la misma manera que la Diócesis es expresión y concreción de la Iglesia universal (cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 23; 28), la parroquia es la comunidad concreta donde se celebra, se vive y se testimonia la fe.
En este sentido quiero decir una palabra de apoyo a la Acción Católica General, que está integrada en la parroquia; y puede ayudar con su método a otros movimientos, que tal vez se encuentran “fuera”, “al margen” o “por encima” de las parroquias.
4.- En un mundo marcado por el sufrimiento y la falta de paz estamos llamados a ser signos de esperanza, promoviendo la justicia, la paz y la fraternidad. Necesitamos asumir nuestra misión en la recreación de un mundo más justo y esperanzador.
El Concilio Vaticano II subrayaba el papel de los laicos en el mundo: “Los fieles laicos están llamados por Dios para que, cumpliendo su propio cometido y guiados por el espíritu evangélico, contribuyan desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo” (Lumen gentium, 31).
El Jubileo de la Esperanza es una ocasión propicia para revitalizar la vocación laical desde la fe y la esperanza cristiana: “En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza” (Spes non confundit, 7).
Cada laico debe aceptar sus compromisos en su propio ambiente. En Pentecostés el Espíritu Santo renueva a la Iglesia y fortalece su misión. Es necesario, pues, que los laicos acojáis con generosidad vuestra vocación y os comprometáis con la evangelización del mundo, con esperanza.
5.- Deseamos que el laicado lleve a cabo su misión transformadora de las realidades temporales. Los pastores, diáconos, presbíteros y obispos, estamos llamados a acompañar las comunidades, los movimientos y las asociaciones.
Damos gracias a Dios por tantos laicos, por todos vosotros, que, de forma personal o asociados, sois signos de esperanza con vuestro compromiso cristiano y eclesial en los lugares de misión, en los barrios, en las cárceles, en el mundo de la educación, en la política, en la economía, en los medios de comunicación, en el continente digital; y en tantos otros campos.
Agradecemos el servicio evangelizador que desempeñan los movimientos y asociaciones, la Acción Católica y el testimonio anónimo de tantos laicos, que sois testigos de la esperanza cristiana en el mundo.
Pedimos a Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, Madre de la Esperanza, que nos ayude a ser testigos convincentes de la resurrección de Cristo y de los dones del Espíritu, ofreciendo esperanza a un mundo alejado de Dios. Amén.