Homilía en el inicio del Ministerio Episcopal

HOMILÍA EN EL INICIO DEL MINISTERIO EPISCOPAL
Córdoba, 24. V. 2025

Desde esta catedra en la que se han sentado tantos santos y sabios sucesores de los Apóstoles, con temor y temblor, consciente de las maravillas que hizo el Señor, escucho la llamada del salmista que me invita, que nos invita a la alabanza: “Aclama al Señor tierra entera” (Sal 99). Al comenzar mi ministerio episcopal en esta Iglesia particular de Córdoba, me encomiendo y os encomiendo a la Palaba de Dios que, vivificada por la fuerza del Espíritu Santo, tiene poder para configurarnos con Cristo, para alimentar la vida de la Iglesia, y para lanzarnos a la tarea de evangelizar y de tejer un mundo nuevo y una tierra nueva en que reine la justicia, la fraternidad y la paz, antesala del Reino de Dios.

1. Me uno a esta Iglesia peregrina de la esperanza, a una Iglesia de llamados

En el contexto de este año jubilar, el Papa Francisco nos recordaba que somos peregrinos de la esperanza. Lo somos porque una voz divina nos llamó a la vida natural. La misma voz nos llamó también a participar de la vida divina haciéndonos hijos suyos, discípulos y miembros de la Iglesia por el Bautismo, y nos encargó un ministerio concreto en el contexto de una Iglesia ministerial.

1.1 “Soy yo quien os he elegido”. La llamada de un amigo. Somos peregrinos, en primer lugar, porque Dios, con su llamada, nos puso en pie y nos lanzó al camino. Lo hizo de forma gratuita, sin mérito alguno de nuestra parte, por puro amor. La garganta en la que resuena la llamada, y cuya voz no deja lugar a dudas, nos dice: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”.
Desgraciadamente, una cultura aficionada a ocultar a Dios y a concebir al hombre como un ser autosuficiente que termina encadenado, una cultura propensa a destacar la llamada como una inclinación natural y una respuesta libre de hipotecas, tiende naturalmente a ocultar la vocación originaria y auténtica. Por si fuera poco, como nos recuerda S. Pablo, incluso a veces pareciera que el mismo Dios quiere jugar con nosotros y se esconde para provocar nuestra búsqueda (cf. Act 17, 27). A pesar de todo, la fuente está localizada, y se llama Jesucristo. Con voz clara y cristalina, pone definitivamente luz sobre el origen y el porqué: “Vosotros sois mis amigos”. El amigo, abre su corazón al amigo: Jesús es nuestro confidente, pues nos cuenta todo lo que ha oído al Padre. El amigo desea el bien del amigo: Jesús nos quiere plenamente felices, por eso nos da la clave para no equivocarnos de camino: amar cumpliendo los mandamientos.
S. Pablo, en su carta a los Efesios, nos exhorta a caminar como pide la vocación a la que hemos sido llamados. Siguiendo la senda señalada, hallaremos la plenitud del ser y la ansiada felicidad. De este modo también podremos ayudar a otros a oír la voz de Dios que los llama a emprender un camino de esperanza.

1.2. “Permaneced en mi amor”. Estar con Jesús. El que nos ama con el amor más grande –“nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, nos dice, desea tenernos siempre cerca. En la página anterior a la del Evangelio que hoy se ha proclamado, Jesús pedía a sus discípulos que permanecieran unidos a Él como los sarmientos a la vid. Ahora, concreta un poco más lo que esto significa: la unión de Jesús y sus discípulos es una unión cimentada en el amor que se expresará en el cumplimiento del mandamiento nuevo.
El discípulo de Jesús ha de permanecer unido al Maestro. Lo mismo que el sarmiento separado de la vid muere y sólo vale para alimentar el fuego, el discípulo separado de Jesús muere también y resulta

estéril. En cambio, si permanece unido a Él, la savia del amor lo nutre y lo capacita para amar a los hermanos y dar frutos de vida eterna.
El lazo que nos une al Señor es el amor, pero no un amor cualquiera: una corazonada, una pasión pasajera, una palabra bonita… Jesús mismo nos da la medida de ese amor convertido en consuelo, servicio, curación, anuncio de la Buena Noticia, perdón; y, sobre todo, ofrenda de su propia vida por nosotros. Sólo ese amor divino, acogido como don especialmente en la Eucaristía, podrá capacitarnos para un amor desinteresado, capaz incluso de dar la vida por los hermanos.

1.3. “Me ha enviado”. Al servicio de una misión. Somos peregrinos de la esperanza también si nos mantenemos fieles a la misión que hemos recibido del Señor. El texto del profeta Isaías, proclamado como primera lectura, nos sirve para comprobar que la llamada del Señor no está enfocada únicamente a la unión con él, sino también a la misión de salir al rescate de nuestros hermanos pobres y sufrientes. El mismo profeta confiesa implícitamente que Dios lo ha llamado y lo ha ungido con el don del Espíritu para realizar una misión salvadora cerca de ellos.
Bien sabemos que este texto fue asumido por Jesús para detallar el origen y el contenido de su misión ante sus vecinos en la sinagoga de Nazaret. Con su presencia y con sus palabras demostraba ser un judío religioso -alguno ha llegado a decir que era un buen cristiano: conocía las Escrituras, cumplía la Ley, era solidario con su pueblo. Por su parte, sus conciudadanos, al dejarlo leer y hablar en el contexto sabático, lo reconocían como maestro.
“Evangelizar a los pobres”, he ahí la principal tarea a la que se sentía llamado el profeta Isaías; también Jesús, en quien encontramos el testimonio más excelso. Como reza la Plegaria Eucarística, “él siempre se mostró misericordioso para con los pequeños y los pobres, para con los enfermos y los pecadores, y se hizo cercano a los oprimidos y afligidos”1. Yo mismo comparto este sueño. Evangelizar es vivir y anunciar el amor de Dios, su providencia amorosa, la esperanza que se alimenta de la fe en Él, pero es también poner los medios para devolver la dignidad propia de los hijos de Dios a aquellos que la han perdido, víctimas de la escasez de medios materiales, con relaciones sociales deterioradas o rotas, faltos de cultura y libertad, esclavizados por el vicio y el pecado.

2. Me uno al proyecto de una Iglesia sinodal que camina unida

La llamada que nos puso en pie y nos dio la credencial de peregrinos de la esperanza puso en marcha el diálogo con el “tu” de Dios, pero también con el “nosotros” de la Iglesia. La llamada es para recorrer un camino que lleva a Dios, pero este camino no lo realizamos en solitario. La vocación es también eclesial. Implica, pues, una dimensión vertical y otra horizontal inseparablemente unidas.
El Apóstol de los gentiles destaca en su Carta a los Efesios algunas virtudes propias del caminar juntos. En primer lugar, la humildad. Esta virtud es una virtud nueva, propia de los seguidores de Jesús. Como indica el mismo Apóstol en su Carta a los Filipenses, Cristo, siendo de condición divina, se humilló aceptando la condición de esclavo y haciéndose obediente hasta la cruz (cfr. Flp 2, 6-8). El camino que recorrió Cristo debe ser el nuestro. Que no nos contamine la soberbia ni la arrogancia, vicios por los que el ser humano pretende ser como Dios, pero sin Dios. Al mismo tiempo, entrenémonos aceptando los ministerios humildes, los servicios aparentemente irrelevantes, las pequeñas humillaciones; convirtamos todo esto en un momento de gracia.
San Pablo destaca también la dulzura (Ef 4,2), la mansedumbre. El mismo Jesús se propuso como modelo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) y declaró bienaventurados a los mansos (cfr. Mt 5, 4). En un mundo en que la violencia se manifiesta sin rubor en las relaciones interpersonales y entre países, en una cultura que convierte la mansedumbre en sinónimo de

1 Plegaria Eucarística para diversas circunstancias IV.

debilidad, fiémonos del Señor quien, asegurando que la mansedumbre es más fuerte que la violencia, alimenta nuestra esperanza.
El texto paulino destaca, en tercer lugar, la magnanimidad de Dios que nos da siempre nuevas oportunidades, a pesar de nuestras repetidas caídas. Finalmente, señala la capacidad de aceptar y de sobrellevar a los demás. Como decía el Papa Benedicto XVI, “la alteridad de otro siempre es un peso”. Esa diferencia nos incomoda, pero “es necesaria para la belleza de la sinfonía de Dios. Y precisamente con la humildad, reconociendo mis límites, mi alteridad respecto al otro, el peso que yo soy para él, puedo, no sólo sobrellevarlo, sino también, con amor, encontrar precisamente en la alteridad… la riqueza de su ser y de las ideas y de la fantasía de Dios”2.
Todas estas virtudes son dones del Espíritu de Dios que hemos de cultivar. Al hacerlo, contribuimos a fortalecer y dar unidad al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Es lógico que la lista de estas virtudes cristológicas, eclesiales, virtudes de la unidad, se orienten hacia la unidad explícita: <<Un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo. Un solo Dios y Padre de todos” (Ef 4, 5). La fe tiene una cara que es la confianza en Él, pero tiene otra que se refiere al contenido de la revelación. Un problema actual es el analfabetismo religioso. Con él -dice también el Papa Benedicto XVI, “no podemos crecer, no puede crecer la unidad”3. Sin duda, la formación ha de constituir para nosotros también un reto importante.

3. Me uno también a una Iglesia ministerial

El Evangelio está plagado de textos en que Jesús aparece compadeciéndose de los pobres y de los excluidos. La indiferencia era absolutamente incompatible con su modo de ser. En una ocasión, consciente de las pretensiones mundanas de sus discípulos, les recordó que el que quisiera ser grande entre ellos, debía ser el servidor de todos (cf. Mt 20) y, por pura coherencia, hizo suyo este mandato. El gesto del lavatorio de los pies es especialmente significativo. El que era Señor, se hizo esclavo, el que era todopoderoso, se hizo débil, el eterno en el tiempo, se hizo mortal, y todo ello, para situarse a nuestra altura, para acompañarnos en el camino de la vida, para salvarnos. Siguiendo sus mismos pasos, nuestra Iglesia se compromete también a ser servidora del hombre de hoy puesto que, como dice S. Pablo VI, si la Iglesia no está al servicio de la humanidad, no es la Iglesia del Señor”4.
Además, para hacer posible nuestro servicio, nos dota de las aptitudes necesarias. Formando un único cuerpo e impulsados por el mismo Espíritu, los distintos miembros, con capacidades diferentes, estamos llamados a trabajar por el bien común, la santidad de todos los fieles y la edificación del Reino de Dios. Nuestra Iglesia ha sido enriquecida con distintos dones y carismas: a unos les ha dado el don de la profecía. ¿Qué sería de los pastores sin este don? ¿Qué sería de los catequistas, los profesores de teología, los periodistas católicos sin este obsequio? Os invito, queridos hermanos, a agradecer al Espíritu de Dios este precioso regalo; también a servir la verdad del Evangelio a todos.
Otros han sido enriquecidos con el carisma de la santificación. Depositarios preferentes de este ministerio son los pastores, sacramento vivo de Cristo, a quienes ha encargado consagrar los dones eucarísticos, impartir el perdón y ungir con óleo sagrado. En distinto grado, participan también de él los llamados a promover el culto eucarístico, la oración, las devociones y la piedad popular que tantos de vosotros promovéis, especialmente a través de las seiscientas hermandades y cofradías extendidas a lo largo y a lo ancho de toda la diócesis. Y, en definitiva, son depositarios de este don todos los bautizados, pues Dios los ha capacitado para hacer de sus vidas un culto agradable a Dios.
Y, en fin, otros participan del carisma del gobierno, aunque también en distinto grado y con diferente responsabilidad. Acogiendo la llamada del Señor, me dispongo a abrir la marcha y, recordando el consejo evangélico, me propongo ser el servidor de todos. Expropiado de mí mismo, me

2 Benedicto XVI, Encuentro con el clero de Roma, 23.II.2012.
3 Ibidem.
4 Pablo VI, Mensaje final del Concilio Vaticano II, 8.XII.1965.

comprometo a ser todo para todos. Este es mi deber y ésta será también mi gloria. Cuento con la colaboración inmediata y entregada de los sacerdotes, sin los que el obispo nada será, nada podrá. Y, por supuesto, en el contexto de una Iglesia sinodal, espero la colaboración de los consagrados y de los fieles laicos, tanto en el discernimiento, como en la toma de decisiones, en el modo en que la propia Iglesia contempla. Y, evidentemente, cuento también con todos en la implementación de los proyectos inspirados por el Espíritu Santo y encaminados a alimentar la vida en santidad de los fieles, a edificar la Iglesia, y a mejorar al mundo.

4. Finalmente, me uno a una Iglesia misionera

En la Encíclica Redemptoris Missio, ya s. Juan Pablo II había dicho que el anuncio del Evangelio a los que están alejados “es la tarea primordial de la Iglesia” (RM 34). También el Papa Francisco ha hecho un esfuerzo importante por poner a la Iglesia en salida. No vale permanecer encerrados entre las cuatro paredes del templo. Al igual que los discípulos de primera hora, con la llegada del Espíritu Santo, salieron a proclamar el Evangelio de Jesucristo a los cuatro vientos, nosotros estamos llamados también a hacer resonar la Buena Noticia en todos los rincones de la tierra.
En esta evangelización misionera, sin duda tenéis un papel decisivo los fieles laicos. De forma asociada, a través de las numerosas instituciones eclesiales de nuestra Diócesis, o de forma individual, estáis llamados a transformar los ambientes en que os movéis y a estructurar este mundo según los planes de Dios. Convencidos de que el Evangelio no es solamente un manual para alimentar y guiar la vida espiritual de cada persona y la piedad popular, sino también una herramienta social, os solicito un compromiso decidido a favor de la justicia, la paz y la promoción humana, tal como nos ha recordado el Papa León desde el principio de su pontificado.
Cumplidores de vuestros deberes cívicos y religiosos, trabajad a favor de derechos humanos básicos como el derecho a la vida, al trabajo digno, a la vivienda, a la libertad religiosa y a la educación de vuestros hijos de acuerdo con vuestras propias convicciones. Vivid también la caridad en la función pública a través de un modo justo de gobernar que atienda al bien común, favoreciendo una cultura del diálogo y del encuentro y el cuidado del medio ambiente. Y, por supuesto, apoyad a los pobres, los frágiles y los excluidos. Para todo lo que tenga que ver con el bien común, podéis contar siempre con el apoyo de nuestra Iglesia.
Que el Señor, por la intercesión de nuestra Madre la Virgen de la Fuensanta y de tantas advocaciones marianas presentes en nuestra diócesis, contando también con el patrocinio de s. Acisclo y Sta. Victoria, aliente nuestra fe, encienda nuestro amor y sostenga nuestra esperanza. Que así sea.

+ Jesús, Obispo de Córdoba

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