Comentario bíblico del evangelio del VI Domingo del Tiempo Pascual

Elaborado por la Pastoral Bíblica.

Vamos avanzando en nuestro itinerario pascual y constatamos que la Iglesia naciente no está exenta de conflictos que tratan de resolverse armoniosamente con la luz del Espíritu, mediante el discernimiento comunitario marcado por la búsqueda de la verdad y la edificación de la Iglesia.

Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…” (Hch 15, 1-2.22-29)

El texto de la primera lectura nos presenta una parte de la asamblea de Jerusalén, centro del libro de los Hechos. Este encuentro de las autoridades de la comunidad cristiana constituye un hito en los inicios del caminar de la Iglesia.

En la comunidad de Antioquía, comunidad mixta de judíos y gentiles, se produce un conflicto con la llegada de unos hermanos de Judea. Estos, como buenos judíos, insisten en la necesidad de la circuncisión para la salvación. Tras una discusión con ellos, Pablo y Bernabé, que disienten de tal argumento, enviados por la comunidad, deciden subir a Jerusalén, para tratar esta cuestión con los apóstoles y los presbíteros.

En el llamado “concilio de Jerusalén” se legitima la apertura de la iglesia a los gentiles, tomando la decisión que, para formar parte de la comunidad cristiana, no es necesaria la circuncisión. Así el movimiento de los seguidores de Jesús se independiza de la tutela de la religión mosaica, de la que hasta ahora había formado parte.

“Vendremos a Él y haremos morada en Él” (Jn 14,23-29)

El texto que nos propone el Evangelio lo encontramos en la primera parte del libro de la gloria, en los llamados discursos de despedida (Jn 13-17). Jesús va a partir hacia el Padre, pero esto no debe ser causa de desolación o temor, pues Jesús retorna al Padre, pero volverá (Jn 14,28). En este estado de transición, el Señor hace una serie de promesas a sus discípulos:

a) Promesa de la inhabitación (vv. 23-24)

Aunque Jesús se vaya, permanecerá en los suyos de otra forma. Será necesaria una condición: guardar su Palabra, pero aquel que la cumpla, el Padre lo amará y ambos, Jesús y el Padre, harán morada en él. Escuchar, acoger y vivir la Palabra implicará la inhabitación del mismo Dios. La morada de Dios ya no es el templo sino el ser humano. El ser humano no estará solo porque Dios habitará en él (23-24).

b) Promesa del Espíritu (vv. 25-26).
En el futuro será el Paráclito quien recordará todo lo que Jesús ha dicho y les instruirá en todas las cosas. Los discípulos no quedan abandonados, el Espíritu será el nuevo maestro que les enseñará y les recordará lo que han aprendido con Jesús.

c) Promesa de la paz (v. 27).

La paz, Shalom, era el saludo habitual de un judío. Sin embargo, la paz que da Jesús es una paz diferente de la que el mundo pueda ofrecer. El don de la paz será un fruto del Espíritu, presencia continuada de Jesús durante su ausencia (Gal 5, 22).

La Palabra hoy

Jesús antes de partir de esta realidad histórica hacia el Padre hizo tres promesas a sus discípulos que se cumplieron tras su resurrección. Nosotros, creyentes del siglo XXI, disfrutamos ya de esos tres regalos.

  1. a)  La presencia de Dios en nosotros, que la tradición cristiana ha denominado inhabitación. Dios no habita en un templo, ni en un monte, ni en un santuario, sino que habita en el corazón de cada uno de nosotros/as. Ya no estamos solos/as, una presencia nos habita.
  2. b)  Nuestro tiempo es el tiempo del Espíritu. Él hace que la Palabra de Dios en nuestro corazón se vuelva viva y vaya transformando nuestra vida. Él nos consuela en nuestras aflicciones y sufrimientos; Él nos ilumina especialmente cuando nuestra vida se ve inmersa en crisis o encrucijadas. Él nos fortalece en nuestras debilidades.
  3. c)  LapazesotrodelosregalosrecibidosporJesús,yapresenteenlabendición del Señor del libro de los Números: “Que el Señor te conceda la Paz” (Nm 6,26). Pero este regalo tan preciado que nos equilibra interiormente y armoniza nuestras desarmonías, conlleva también una tarea, construir la paz a nuestro alrededor, en nuestra sociedad, en nuestro planeta. Sin olvidar que la justicia y la paz van de la mano: “la justicia y la paz se besan” (Sal 84).

Mariela Martínez Higueras, OP

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