Carta a los diocesanos del Obispo de Almería, Mons. Adolfo González Montes.
Queridos diocesanos:
La Jornada de la vida consagrada viene celebrándose de forma ya tradicional en la fiesta de la Presentación del Señor. Este año tiene un color especial, porque el próximo 28 de octubre se cumplirán los cincuenta años del Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa «Perfectae catitatis» («La caridad perfecta»), aprobado en la última sesión del II Concilio del Vaticano en 1965. Con tal motivo, el Papa Francisco ha querido que celebremos este acontecimiento convocando un «Año de la Vida consagrada», que corre parejo del Año Jubilar Teresiano, que tiene su razón de ser en la celebración del V Centenario del nacimiento de la Mística Doctora de la Iglesia. Año jubilar que abríamos el pasado 15 de octubre de 2014, en la fiesta de la santa reformadora del Carmelo, impulsora de la reforma de la vida religiosa en el siglo XVI, seguida por buena parte de las órdenes religiosas.
Los años en que comenzó santa Teresa su reforma corrían tiempos muy difíciles, escindida la cristiandad occidental por la irrupción de la Reforma protestante. La purificación de la vida monástica y religiosa en general habría de contribuir decisivamente a la mayor eficacia de la aplicación de los decretos del Concilio de Trento para la necesaria reforma de la Iglesia, en un momento histórico en el que la floración de santidad acompañaría el cambio de época comenzado en el siglo XV. La reforma de la Iglesia en España había comenzado justamente en este siglo propuesta y estimulada por los Reyes Católicos como necesidad de urgencia.
Hoy, gracias sobre todo a la investigación histórica, que mucho debe a historiadores eclesiásticos de la materia, es común la convicción de que sin esta reforma de la Iglesia comenzada en el siglo XV en España no hubiera sido posible la ingente labor de evangelización que eclesiásticos y religiosos llevaron a cabo en América. La falta de un juicio objetivo y la divulgación de muchos prejuicios sin ponderación, cometiendo notables anacronismos, y por motivos ideológicos ha impedido ver con ojos limpios la obra ingente de España en la evangelización de América. Una obra en la que eclesiásticos y frailes hicieron posible.
También en nuestro tiempo, el último Concilio ha querido afrontar con decisión la reforma de la vida religiosa, con la esperanza de que la purificación de cuantos se consagran de por vida a Dios, aporten a la evangelización de nuestros días los dones que sus carismas fundacionales ponen al servicio del bien común de la Iglesia y de la sociedad de nuestro tiempo, tan distinta de la sociedad de siglos pasados.
Desearíamos que las orientaciones del Vaticano II que han podido ser olvidadas o preteridas se hicieran realidad, interpretadas a la luz de la Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata (1996), que el santo Papa Juan Pablo II dedicó a los religiosos y personas de vida consagrada después de la Asamblea sinodal ordinaria de los Obispos de 1994. El Vaticano II quiso, en efecto, orientar los cambios que era preciso realizar para acomodar la vida en religión a los tiempos actuales, pero la crisis que las comunidades religiosas han debido afrontar tras el Concilio ha diezmado sus vocaciones en el llamado primer mundo. Cabe esperar que el aumento de vocaciones en el resto de los países depare a la Iglesia un prometedor futuro, apoyado por el resurgir de nuevos movimientos y comunidades de vida con sagrada que están dando lugar a la constitución de nuevas asociaciones religiosas, y al reconocimiento por la autoridad de la Iglesia de nuevos institutos religiosos.
No todo lo nuevo es grano limpio, se requiere discernimiento y selección por parte de la autoridad de la Iglesia, pero siempre fue necesario proceder así. Prevenir el futuro enrocándose en lo conocido no es buen augurio de acierto ni de obediencia a la acción del Espíritu. Como dice el Papa Francisco en la Carta apostólica que ha dirigido a las personas de vida consagrada, con toda justicia: es mucho de lo que tenemos que dar gracias a Dios por el pasado de la vida religiosa, pero no para sucumbir a la nostalgia, sino para afrontar el creativamente el futuro.
Invito a todos los religiosos y religiosas a profundizar en su renovación espiritual como necesidad y urgencia para ser eficaces en la renovación de la Iglesia. A los religiosos y religiosas quiero agradecer vivamente el apoyo que han venido prestando a la vida de la Iglesia diocesana, afrontando a veces tareas de vanguardia y difíciles de llevar a cabo, exponente del arrojo que requiere la nueva evangelización. Su cercanía a los necesitados, su labor en la educación y su estimada colaboración parroquial en frentes diversos son fruto granado de sus carismas. Como agradezco el don de la vida contemplativa del claustro, que da escenario propio en nuestros monasterios a comunidades de mujeres consagradas que, en oración permanente y un trabajo industrioso y humilde, no viven para sí sino para sostener con su plegaria la obra entera de la Iglesia. Hemos de pedir a Dios el rejuvenecimiento de estas comunidades con nuevas vocaciones.
A los sacerdotes y diáconos y a los fieles laicos invito asimismo a seguir con los religiosos y religiosas en una acción de conjunto en la transmisión de la fe y la evangelización de la cultura y de la sociedad, haciendo visible la honda comunión espiritual de todos los miembros de la Iglesia. Las vocaciones religiosas recibirán del apoyo y acompañamiento de los sacerdotes un impulso estimable; y la oración de todos los fieles elevará ante el Señor de la mies y de los sembrados una súplica que, urgida por la necesidad, es sin embargo ya acción de gracias de quienes confían en la providencia de divina sin desmayar en su empeño.
Con mi afecto y bendición
Almería, a 2 de febrero de 2015
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería