DOMINGO V DE PASCUA, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Al meditar el Evangelio para escribir estas letras sobre el domingo V de Pascua (Jn 13,31-33a. 34-35) he sentido fuertemente la contradicción del apóstol que en la hora de la verdad se convierte en traidor de su Maestro. Judas, en efecto, es un personaje que no ha pasado desapercibido ni en el momento histórico que le tocó vivir ni a lo largo de la historia. Su figura ha quedado en el imaginario colectivo como un camuflado en el grupo de Jesús y un mal amigo urdidor de insidias y amigo del dinero.

El nombre de Judas era frecuente entre los judíos varones. Era un homenaje del pueblo al gran personaje y héroe Judas Macabeo. En cuanto al mote, el epíteto Iscariote, se dividen los estudiosos en dos opiniones a la hora de la traducción. Unos hacen referencia a su procedencia de la región de Keriot y otros afirman que el calificativo viene del latín con el significado de sicario. Si optamos por esta hipótesis habrá que acercarse al personaje con mucha misericordia pues, como bien sabemos, la secta de los sicarios, eran revolucionarios a su modo, que no se andaban por las ramas y segaban cabezas con una sica, especie de hoz, a quien no estuviera de su parte. Las dos explicaciones, de una manera u otra, apuntan a que Judas se distanciaba, bien por cuna o ideología, de sus compañeros. Podemos adivinar muchos traumas no superados e incluso el sufrimiento interior del personaje. Su mochila, como se dice ahora, estaba bien repleta de sufrimientos y desamores.

¿Por qué este hombre singular es elegido como tesorero del grupo si no daba la talla? No es una cuestión baladí. Vamos a pensar que Jesús y los apóstoles confiaron en él seguramente por su biografía pensando que la confianza y el amor cicatrizarían sus heridas. Pronto se vio que la terapia del corazón no funcionó. Robaba de la bolsa común lo que estaba destinado a los pobres (cf. Jn 12,6). Judas no supo captar el clima amoroso de su comunidad que le aceptó como era ni supo entender el mensaje del Maestro. Treinta viles monedas le nublaron la mente y ahogaron su corazón. La salida del Cenáculo escenifica la ruptura con el Maestro y la comunidad. No dice nada el texto, pero imaginamos que su salida conllevó un sonoro portazo que dejaría sin aliento a los que quedaron en el lugar de la celebración sembrando en sus corazones las mayores de las incertidumbres. Cuando toma conciencia de su desgracia y se arrepiente, ya no hay posibilidad de marcha atrás. Ha confiado en quienes ahora le desamparan.

La tradición ha alimentado la animadversión al personaje. No hay mayor ofensa a una persona cabal que llamarle con este antropónimo de Judas. La quema del monigote de Judas es una tradición en muchos pueblos y villas de la diócesis. El muñeco de paja que representa al personaje se arrastra por las calles antes de ser colgado, apaleado y quemado.

La literatura y el cine también han tratado abundantemente sobre la vida y tragedia del personaje. Hace unos meses se publicó una obra interesante que abundaba en el tema que nos ocupa del autor almeriense Óscar Fábrega (Judas, Iscariote. Tras el beso del traidor (Córdoba 2025). En fin, es conveniente recordar las palabras del Papa Francisco cuando afirmaba que «nadie puede decir que alguien no está en el cielo. Ni siquiera podemos decir eso de Judas» (20 febrero 2018).

Volviendo al texto, sorprende a renglón seguido, que san Juan escriba que «ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él». Parece una contradicción que de los males salgan bienes. Este es el misterio de la Cruz. Jesús ahora añade al amor sin medida, un aspecto esencial como es el respeto a la libertad del hombre. Como contraposición al desamor de Judas, Jesús indica cuál tiene que ser el eje axial de la comunidad: «Igual que yo os he amado, también vosotros amaos los unos a los otros». Desde ese momento la prueba del amor a los demás es la única prueba de la presencia en el hombre del amor de Dios.

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

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